Vilma Espín, con mirada firme y espíritu indomable, no solo desafió las normas de su tiempo, sino que se convirtió en un símbolo eterno de lucha y transformación.
Desde las aulas de la Universidad de Oriente hasta las trincheras del Segundo Frente Oriental, su vida fue un testimonio de valentía, inteligencia y compromiso inquebrantable con la justicia social.
Aunque ya han transcurrido casi 18 años de su partida física, el 18 de junio de 2007, Vilma sigue siendo recordada como la mujer que, con cada paso, abrió caminos para que otras pudieran caminar erguidas, libres y empoderadas.
SUS ROSTROS EN LA LUCHA
Vilma Espín nació en Santiago de Cuba el 7 de abril de 1930 en el seno de una familia acomodada que contaría finalmente con ocho integrantes: sus padres, José Espín y Margarita Guillois, y sus hermanos, Liliana, Nilsa, Iván, Sonia y José Alejandro.
Sus padres fueron decisivos en la formación de valores cívicos y patrióticos y junto a otros estudiantes, participó durante la adolescencia en marchas y reclamos contra la corrupción, por la justicia, así como en acciones solidarias con otros pueblos del mundo.
En sus años juveniles sintió además gran afición por actividades culturales, como el canto lírico y coral, el deporte y las ciencias.
Graduada de Bachiller en Ciencias en 1948, matriculó la carrera de Ingeniería Química en la recién creada Universidad de Oriente y logró convertirse en una de las dos primeras mujeres en Cuba en graduarse de esa especialidad.
Aunque ya había tenido una gran participación en el movimiento estudiantil que se pronunciaba contra actos de injusticia, el golpe de Estado dado por Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952 robusteció su conciencia política.
Se transformó en una combatiente todavía más activa, de modo que cuando ocurrieron los sucesos revolucionarios del 26 de julio de 1953, con los asaltos a los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo, organizados por Fidel Castro, no dudó en saber cuál sería su destino y militancia.
Enterada de los sucesos de aquella histórica madrugada en su ciudad, no pudo evitar salir a la calle y tratar de ponerse en contacto con la fuerza juvenil rebelde.
Luego, cuando la sangrienta persecución del régimen cazaba a los participantes en la ciudad, su casa sirvió de refugio a un combatiente, Severino Rosell, y desde allí prestó socorro a otros jóvenes dispersos en varios puntos.
En esta época, la joven heroína y Frank País, otro de los grandes héroes de Santiago de Cuba, fortalecieron los lazos de hermandad y colaboración que tenían a partir de la creación del Movimiento 26 de Julio.
La ciudad natal de ambos conoció del coraje y la intrepidez de esos jóvenes y de muchos más hijos de la región cubana con fama de indómita.
Ella no solo se convirtió en una revolucionaria más activa, sino que asumió varios nombres clandestinos para guardar su anonimato, al estar en constante peligro.
Fue “Alicia” mientras tuvo la responsabilidad, en su propia casa, de hacer los contactos telefónicos para el Estado Mayor de la organización a cargo de Frank País. Después resultó bautizada como “Mónica” hasta la muerte de este último, pues ella aparecía con ese nombre y su número de teléfono en la libreta de direcciones del revolucionario asesinado.
A partir de entonces la llamaban “Déborah”, y así fue conocida tras alzarse en las montañas de la Sierra Maestra, aunque también se la identificaba por “Mariela”, según recoge el investigador José Joaquín Gallego en su artículo La sayuela clandestina.
En 1954, al concluir su carrera universitaria, la santiaguera viajó a Estados Unidos a recibir un curso de postgrado. Al regresar a la nación caribeña pasó por Ciudad de México para reunirse con Fidel Castro, quien estaba en los preparativos de la expedición del yate Granma.
Y regresó a Cuba con mensajes y orientaciones enviados por el líder revolucionario a otros dirigentes del Movimiento 26 de julio dentro del país caribeño.
Tras el asesinato de Frank País en 1957, los riesgos para la vida de la audaz guerrillera se incrementaron, a pesar de la pericia adquirida en acciones de resguardo y fuga, que incluso la hicieron saltar muros o transitar por tejados con una agilidad insospechada.
En julio de 1958, se incorporó al Ejército Rebelde en el insurgente II Frente Oriental, fundado en marzo de ese año por el entonces comandante Raúl Castro Ruz, con quien inició una relación sentimental que duraría toda su vida.
UNA REVOLUCIÓN DENTRO DE OTRA REVOLUCIÓN
Tras el triunfo de la Revolución en 1959, en Vilma recayó la responsabilidad de unificar a las 920 asociaciones femeninas prerrevolucionarias y encontrarles un espacio funcional en un proceso triunfante que adoptaría prontamente un cariz socialista, con las múltiples dificultades que eso implicaba.
La heroína de la sierra y el llano fue la presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), surgida el 23 de agosto de 1960, con el encargo de proteger e integrar a las féminas de la isla en todas las estructuras políticas, sociales y económicas del país.
Espín abogó por un cambio cultural y de mentalidades que debía llevarse a cabo dentro de los propios espacios revolucionarios para superar las bases estructurales, simbólicas y materiales del patriarcado.
Considerada la responsable máxima del desarrollo integral de las mujeres en Cuba, fue creadora de los Círculos Infantiles para apoyar a las trabajadoras que precisaban atender a sus pequeños y favorecer la incorporación plena de ellas a centros de estudios y trabajo.
Asimismo ayudó a potenciar instituciones con seminternados y becas para quienes lo requerían con el fin de dar continuidad al accionar femenino socialmente útil.
Integró el Comité Central del Partido Comunista de Cuba desde su fundación en 1965, y luego fue miembro del Buró Político por varios años. Dentro del Parlamento encabezó la Comisión Nacional de Prevención y Atención Social, y la Comisión de la Niñez, la Juventud y la igualdad de derechos de la Mujer.
Fue significativa también su participación en el surgimiento del entonces Código de la Niñez y la Juventud, y el Código de la Familia.
Lideró la batalla por la emancipación de ellas con el fin de proteger la igualdad, lo cual se evidencia en la aplicación actual del Programa Nacional de Adelanto para las Mujeres y otras políticas aprobadas a favor de desarrollo pleno de las féminas en el país caribeño.
Vilma Espín tuvo un impacto significativo en el ámbito internacional, donde se destacó como defensora incansable de los derechos de las mujeres y la igualdad de género. Su labor trascendió las fronteras de Cuba, pues asistió a varias citas globales, donde promovió la justicia social y la equidad.
Participó en conferencias, cumbres y foros internacionales para abogar por la inclusión de las perspectivas de género en las políticas y programas de desarrollo, así como por el empoderamiento de las mujeres en todas las esferas.
Contribuyó de forma significativa a la promoción de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer y a la defensa de sus derechos reproductivos y sexuales.
Su compromiso con la igualdad de género y el liderazgo en la lucha contra la discriminación y la violencia hacia las mujeres han dejado un legado duradero en el movimiento feminista internacional.
Como presidenta de la FMC, representó a Cuba en eventos globales, en los que defendió los logros de la Revolución en términos de igualdad de género y empoderamiento femenino.
Además, fue una voz clave en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y en otros organismos internacionales, donde abogó por políticas inclusivas y denunció las desigualdades estructurales que afectaban a las mujeres en todo el mundo.
Vilma Espín también trabajó estrechamente con movimientos feministas y organizaciones de mujeres en América Latina y el Caribe, desde donde fomentó la cooperación regional para abordar problemas comunes como la violencia de género, la pobreza y la exclusión social.
Su enfoque integrador y la capacidad para construir alianzas la convirtieron en una figura respetada y admirada en el ámbito internacional.
El legado universal de la heroína cubana también incluye su papel en la promoción de la paz y la solidaridad entre los pueblos, siempre con la defensa de la soberanía de Cuba y los principios de justicia social.
Gracias a su incansable labor, Cuba se convirtió en un referente en América Latina en la lucha por la equidad de género y con ello sentó las bases para un modelo de empoderamiento femenino que aún inspira a generaciones. Su lucha es un recordatorio de que la igualdad y la justicia social son pilares fundamentales para el desarrollo de cualquier sociedad.
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