Son las llamadas Ciudades Olvidadas, testigos mudos de una época de esplendor que precedió en siglos al nacimiento del Islam y que aún hoy desafían al tiempo, el abandono y a la guerra.
Lejos de ser meros restos arqueológicos, son fragmentos de una civilización campesina y urbana vibrante, que floreció entre los siglos I y VII después de nuestra era, cuando Siria era parte del Imperio Romano y luego del Bizantino.
En ellas se respira la historia de un pueblo que cultivó la tierra, construyó iglesias, templos y baños, y dio forma a un modo de vida que vinculaba la fe, el trabajo y la belleza.

CORAZÓN PÉTREO DE LA SIRIA ANTIGUA
Los arqueólogos suelen agrupar las Ciudades Olvidadas en ocho zonas principales que se extienden a lo largo de la “Región del macizo calcáreo”, una cadena de colinas áridas y fértiles a la vez.
En estos lugares -Serjilla, Al-Bara, Shinshara, Ruweiha, Deir Sunbul, entre otros- se conservan casas de dos pisos, prensas de aceite y vino, basílicas paleocristianas, necrópolis y monasterios que narran la vida de comunidades prósperas y autosuficientes.
Según los arqueólogos sirios, las ciudades no fueron destruidas de forma violenta, sino abandonadas paulatinamente entre los siglos VII y IX, debido a cambios climáticos, económicos y políticos que alteraron las rutas comerciales y los patrones agrícolas.
Sin embargo, el paso del tiempo no borró su espíritu: las piedras de sus muros, labradas con precisión, aún conservan las huellas de un mundo que supo armonizar la fe y el trabajo.

CIVILIZACIÓN RURAL ADELANTADA A SU TIEMPO
Lejos de la imagen de aldeas aisladas, las Ciudades Olvidadas fueron centros de una economía agroindustrial avanzada. Los antiguos habitantes cultivaban olivos y cereales, producían aceite y vino en grandes cantidades, y comerciaban con los puertos del Mediterráneo a través de Antioquía y Apamea.
Los investigadores sirios, junto con misiones internacionales, han descubierto complejos sistemas de almacenamiento, irrigación y transporte, así como una sorprendente planificación urbana: calles empedradas, casas con patios interiores, cisternas para agua de lluvia y templos transformados en iglesias tras la expansión del cristianismo.
El conjunto demuestra que Siria fue una de las cunas más tempranas del urbanismo rural, un modelo en el que la comunidad y la producción estaban íntimamente ligadas a la naturaleza y la espiritualidad.

LA FE TALLADA EN PIEDRA
Entre las ruinas, los templos cristianos de San Simeón Estilita, Kharab Shams, Qalb Lozeh y Deir Semaan son joyas arquitectónicas que anticiparon el arte bizantino.
La basílica de Qalb Lozeh, con su fachada tripartita y sus arcos de medio punto, es considerada una precursora directa de la arquitectura románica europea.
Los monjes y anacoretas que poblaron estas montañas buscaron una vida de retiro y contemplación, pero también levantaron escuelas, hospitales y santuarios que sirvieron de refugio a los peregrinos. Así, la fe no fue un aislamiento del mundo, sino una forma de comunidad que dio sentido a la vida cotidiana.

OLVIDO, GUERRA Y RESISTENCIA
Durante siglos, las Ciudades Olvidadas sobrevivieron al tiempo y a la naturaleza, pero no escaparon al impacto devastador de la guerra. Desde 2011, varias de estas zonas fueron escenarios de enfrentamientos armados y saqueos, mientras que otras quedaron atrapadas en áreas de difícil acceso.
No obstante, los arqueólogos y restauradores nacionales, en colaboración con la Dirección General de Antigüedades y Museos, han emprendido tareas de documentación, protección y reparación.

Muchas comunidades locales participan activamente en la preservación del patrimonio, conscientes de que la memoria cultural es también una forma de reconstrucción nacional.
“Salvar las Ciudades Olvidadas no es solo preservar piedras”, explica la arquitecta siria Thuraya Zureik, experta en patrimonio. “Es proteger la raíz espiritual de Siria, ese vínculo entre historia, arte y humanidad que define lo que somos como pueblo”.

LEGADO QUE RESISTE
En 2011, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) incluyó las Ciudades Antiguas del Norte de Siria en la Lista del Patrimonio Mundial, reconociéndolas como un testimonio único de la vida rural en la Antigüedad tardía.
Pero su verdadera grandeza no reside solo en su pasado, sino en su poder de inspirar un futuro de reconstrucción y unidad.
Caminar por los senderos de Serjilla o contemplar las columnas solitarias de Al-Bara es sentir el eco de un pueblo que trabajó la piedra con paciencia y fe, que convirtió un paisaje árido en civilización.

Hoy, en medio de los desafíos de la posguerra, las Ciudades Olvidadas nos recuerdan que el espíritu sirio no puede ser destruido: resiste en la memoria, en la cultura y en la esperanza.
El viajero que se adentra en estos lugares no encuentra ruinas muertas, sino una sinfonía de silencio y piedra. Las casas vacías, los muros erosionados y las basílicas abiertas al cielo son, en realidad, palabras no dichas de una historia que aún continúa.
Porque mientras las piedras permanezcan, también lo hará la voz de Siria, que no olvida, que reconstruye y, pese a todo, sigue creyendo en la vida.
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