Por Roberto F. Campos
De la redacción de Economía
Fotos: Roberto F. Campos (FotosPL)
El origen del nombre, sin embargo, se apega más a un elemento vial, tal y como lo señalan los documentos académicos.
Las glorietas son un tipo intersección distinta al resto, en las cuales no rige la regla general de prioridad de paso a la derecha, pues la prioridad es de los que ya están dentro de ella (siempre que una señal -un semáforo, por ejemplo- no diga lo contrario).
Pero se le sigue llamando Glorieta a la de Manzanillo y muchas otras, que reúnen al parecer como principal requisito su circularidad.
Y las aclaraciones siguen, a causa de que también lo relacionan con un templete o quiosco de música o una construcción festiva, típica del siglo XIX y principios del siglo XX, siendo una estructura circular o semicircular ubicada en un parque, jardín, o embarcadero, diseñado para acomodar la ejecución musical de las bandas en los conciertos al aire libre.
Esta sí parece la descripción más apropiada del tema que nos ocupa que apunta hacia la belleza de la de Manzanillo, sea Glorieta o Templete.
De ahí que ese emblemático espacio no solo se erige como testigo del paso del tiempo, sino como un faro de historia, cultura y resistencia. Su construcción se inició en 1918 y concluyó en 192.
La Glorieta Morisca, joya arquitectónica y símbolo de la identidad de los manzanilleros, la honran estos últimos todos los años.
Su arquitectura, inspirada en la existente en el famoso Patio de los Leones del Palacio la Alhambra, ubicado en la ciudad española deGranada, evoca un pasado glorioso, donde el arte y la cultura creaban espacios de belleza y armonía.
A lo largo de su historia, resultó testigo de innumerables cambios, eventos históricos y transformaciones sociales. Su presencia constante nos recuerda la importancia de la memoria colectiva, la necesidad de proteger nuestro patrimonio cultural y la fortaleza de un pueblo que la ha amado y cuidado, señalan los historiadores locales.
Más que un monumento, se transformó en un punto de encuentro para los habitantes de Manzanillo. Familias, amigos y visitantes se dan cita en ese lugar para disfrutar de momentos inolvidables, eventos culturales y la belleza del paisaje circundante.
La Glorieta Morisca no solo representa un legado arquitectónico, sino también un símbolo de la resistencia de un pueblo en su lucha por preservar su identidad y su patrimonio. Su conservación es un compromiso de todos, recuerdan autoridades de esa urbe.
Su construcción es de estilo ecléctico y arte morisco de gran riqueza arquitectónica, erigida gracias al interés y el aporte material de los pobladores de la ciudad.
Esa pieza fue declarada Monumento Local por la Dirección Nacional del Patrimonio en 1991, debido a su belleza y a los extraordinarios valores que posee. Erigida en el centro del parque más importante de la localidad, es orgullo.
Hay insuficiente conocimiento acerca de su construcción, a causa de la ausencia física de los talentos que lo crearon, así como por la carencia de documentos legales que den respuesta a diversas interrogantes.
Se revela en el orden hipotético la identificación de José Martín del Castillo como proyectista de la obra, en su condición de delineante auxiliar del arquitecto Carlos Segrera, tenido como el profesional más importante de todos los que construyeron dicho espacio.
La idea del proyecto inicial fue generada para homenajear al alcalde Manuel Ramírez León, quien declinó la oferta y sugirió que el dinero fuese empleado en una obra perdurable que embelleciera y diera brillo a la ciudad de Manzanillo.
Se puede decir que casi todo el pueblo cooperó. Los maestros de obra, ayudantes y peones dieron su aporte con innumerables horas extras.
Los materiales fundamentales fueron importados desde España sin que mediara lucro alguno (la Colonia Española de Manzanillo donó el vítreo escamado de la majestuosa cúpula).
La puesta en marcha del proyecto requirió de un apoyo económico que recayó fundamentalmente en intelectuales, personas conscientes, en instituciones de poder y en menor cuantía en la Alcaldía Municipal que contaba con un presupuesto prácticamente inexistente.
En los trabajos constructivos participaron un ingeniero civil, maestros de obras, un plantillero, carpinteros, pintores, electricistas y otros obreros-ayudantes.
Su concepción general se compone de una planta hexagonal que se erige a más de un metro del suelo, con un zócalo exterior enchapado con lozas cerámicas vidriadas y dibujos entrelazados, todo policromado con genial simplicidad.
Sobresalen 18 arcos de medio punto, peraltados y poli lobulados, soportados, a su vez, por 24 enjutas columnas pareadas que descansan sobre pequeñas basas con fustes delgados y anillados.
Ante las rehabilitaciones y restauraciones en distintos períodos, se varió el color original de los ornamentos y hoy en día la Glorieta exhibe una policromía diferente a la del proyecto fundacional.
Comentan que el prematuro fallecimiento de José Martín del Castillo, en diciembre de 1924, impidió cualquier reclamación por parte suya, motivada por la ausencia de su firma en los planos de la obra.
De haber aparecido esa rúbrica los estudiosos sabrían que un hijo ilustre de Granada, artífice de la pluma y el tiralíneas, había sido el genio que concibió y dibujó la Glorieta que es símbolo arquitectónico de una ciudad de Cuba.
Pese a ello, el proceso investigativo comprobó que Del Castillo participó en la concepción y trazado de los planos de la obra.
La Glorieta sirvió como Centro de diversas actividades culturales y políticas, escenario de declamadores, poetas y músicos, también acogió y exhibió la Campana de la Demajagua –finca que dio origen en 1868 a las luchas anticoloniales.
Ahora se trata de un testimonio clave de la cultura no solo de la ciudad en sí, sino de dicha demarcación oriental, y en el propio parque aparece una escultura de un importante cantor popular Carlos Puebla, que puso sus composiciones al servicio de los acontecimientos que llevaron al triunfo de la Revolución cubana en 1959.
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