Por Adis Marlén Morera
Redacción de Cultura
Pareciera que el tiempo es cómplice de tanta maestría, pues hasta hace muy poco derrochaba energías sobre las tablas, al presentar su obra Los frijoles colorados y dar vida a la dama del velo en la obra Réquiem por Yarini, a cargo de la compañía Teatro El Público que dirige Carlos Díaz.
Valga entonces esta celebración para desempolvar una entrevista que concediera a Prensa Latina desde la comodidad de su hogar.
Pudiera apelar al recuerdo a través de una auténtica Santa Camila de La Habana Vieja o una magistral Doña Teresa en la novela Sol de batey, pero solo con nombrarla basta, ella es Verónica Lynn, el rostro mayor de la actuación en Cuba.
De pequeña fue una gran cinéfila, y aunque no conocía el teatro, la mayor de sus pasiones era escribir sus propias obras mientras imitaba a grandes artistas como Bette Davis o Betty Harford. Por fortuna para muchos, el destino ayudó para que Verónica también lo fuera.
A los seis años de edad quedé fascinada cuando vi una película de Shirley Temple y decidí que quería ser como ella, desde esa época la representación fue indudablemente muy importante para mí, comentó la actriz.
Con 23 años de edad y un talento que comenzaba a despuntar ganó un lugar dentro del elenco de Teatro Azul, un programa en vivo que por aquella época transmitía el estudio cuatro de la televisión cubana bajo la dirección de Gaspar Pumarejo.
Su interpretación en ese espacio sirvió de vitrina para que nuevos proyectos llegaran a su vida, entre ellos, el teatro.
La primera vez que me enfrenté a un público fue con la pieza Amok; el teatro posee un encanto especial, pues estás a la vista del espectador, no pasa lo mismo con el cine o la televisión, ahí si estás en escena, a mí me fascina, expresó.
Verónica se considera fiel discípula del método de actuación del maestro ruso Konstantin Stanislavski que aprendió gracias a Andrés Castro, técnica que en su opinión le abrió puertas, pues le permitió desarrollar aún más sus capacidades interpretativas.
Stanislavski enseña que debes procesar orgánicamente la vida y los hechos del personaje, por las situaciones que transita llegas al final, debe ser un proceso tan sorpresivo como la vida misma. Como actor uno tiene herramientas y sabe cuál es ese final, pero no trabaja para él, manifestó.
Con su papel en la obra Lunes, miércoles y domingos de amor Palmolive, cautivó a muchos directores de televisión, como resultado obtuvo su primer contrato luego del triunfo de la Revolución.
ARTISTA CON LETRAS MAYÚSCULAS
Es innegable la capacidad de la intérprete para desdoblarse y derrochar talento en los más variados personajes, ¿cómo lo logra?, nadie lo sabe, es un don especial que la ha acompañado a lo largo de sus 94 años, y que le merece el cariño de Cuba por ser una artista con letras mayúsculas.
Con una extensa trayectoria en el cine, el teatro, la radio y la televisión, Verónica es especialmente conocida por hacer suyo el rol de Santa Camila de La Habana Vieja, una mulata religiosa y sin grandes conocimientos escolares. Según la crítica, su desempeño se considera en la actualidad insuperable.
Fue extremadamente difícil interpretarla, muchas actrices la han hecho bien, pero mi Camila es mi Camila. Con ella me propuse no hacer oficio ni estereotipos de la mulata de solar, estudié el ser humano que ella representa, es un personaje bellísimo y que adoro pues constituye un símbolo de nuestra idiosincrasia, refirió.
Otro que le valió innumerables muestras de cariño fue Doña Teresa, la terrateniente de Sol de batey (1985). Para conformarlo se auxilió de un psiquiatra, quien le mostró cómo se comportaba una mujer con una enfermedad que le provocaba alteraciones de la realidad.
La actriz se muestra complacida por los roles que interpretó a lo largo de su carrera, y aunque los prefiere a todos siente un cariño especial por Camila, Luz Marina de la obra Aire Frio, Martha de ¿Quién teme a Virginia Woolf?, y Fortunata de Fortunata y Jacinta.
Casi al final de la entrevista parece olvidar su papel de la madre de Rachel, la protagonista de La bella del Alhambra (1989), en su opinión una de las mejores películas que hizo Cuba y que disfrutó a plenitud hacerla.
En actuación nadie puede señalar a nadie, todos los actores estuvieron espectaculares, como medio es un buen cine, con una factura de primera, reflejó una época mejor que cualquier otra cinta, y el trabajo políticamente y ambientalmente estuvo impecable. Si escogen las cinco mejores producciones cubanas, esta es una de ellas, destacó.
Además de actuar, enseñar es otra de sus pasiones. Junto a su esposo, el actor ya fallecido Pedro Álvarez, dirigió durante 25 años el movimiento nacional de teatro de aficionados.
Entre los galardones que ostenta sobresale la Distinción por la Cultura Nacional, la Orden Alejo Carpentier, y los Premios Nacionales de Teatro y Televisión, en 2003 y 2006 respectivamente.
Uno de los reconocimientos que más quiero es Maestros de Juventudes, me lo otorgaron junto a Eusebio Leal, no puedo compararme con este hombre tan maravilloso, enfatizó. El dramaturgo Ramón Silverio, Omara Portuondo y Frank Fernández también lo recibieron, pero para ella Maestros de Juventudes es Leal. Al preguntarle sobre qué representaba para ella su carrera respondió: Una cosa es ser actriz y otra artista, con orgullo lo digo, Verónica Lynn es una artista.
arb/mml/amm