viernes 20 de junio de 2025

Cuba simboliza espíritu de Unesco,afirma candidato a director general

La Habana (Prensa Latina) Cuba simboliza el espíritu de la Unesco, organismo que según el candidato a director general del ente, Khaled Ahmed El-Enany, aboga por preservar espacios de diálogo en medio de tensiones y fragmentación global.

Por Lisván Lescaille Durand

Redacción Cuba

El exministro de Turismo y Antigüedades de Egipto, y actualmente profesor de la Universidad de Helwan, declaró en exclusiva con Prensa Latina, en esta capital, que la isla ocupa un lugar singular en la historia de la institución, no solo como un Estado miembro de larga data, sino como un país que constantemente ha hecho de la cultura una fuerza para la apertura, el diálogo e influencia.

Como parte de su campaña para acceder al puesto de máximo representante de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) en el período 2025-2029, El-Enany visitó unos 55 países de múltiples continentes con el propósito, dijo, de escuchar a las personas.

Una organización universal solo puede ser efectiva si se basa en las realidades vividas de las personas, si comprende sus prioridades, sus limitaciones y sus esperanzas. El objetivo no es imponer una agenda preparada, sino co-construir, desde cero, respuestas que son significativas y creíbles para todos, aseveró.

De acuerdo con el académico egipcio, en momentos de tensión global y fragmentación, es más esencial que nunca preservar espacios donde prevalezca el diálogo y la Unesco es uno de ellos.

En la isla caribeña, luego de cumplir una agenda de intercambios con expertos, dirigentes del Gobierno y recorridos por sitios patrimoniales capitalinos, el intelectual egipcio agradeció la cálida bienvenida y recordó la movilización de las brigadas médicas cubanas durante la pandemia de Covid-19. Se enviaron más de 50 equipos a países de África.

En un momento de crisis mundial, Cuba eligió solidaridad. Ese, para mí, es el espíritu de la Unesco: rechazar el aislacionismo, elegir la cooperación y convertir la salud, la educación y la cultura en puentes entre los pueblos, valoró.

Si soy elegido, apuntó, esta relación de confianza y diálogo (con la isla) no se detendrá. Porque este es mi método: construir una Unesco para la gente, una que refleje las aspiraciones concretas de las sociedades y que habla un idioma que es fundamentado, accesible y real.

-Cuba es uno de los Estados miembros históricos de la Unesco. ¿Qué papel ve para la isla en el futuro de la organización?

-Cuba tiene una voz distinta para llevar a la Unesco. Un miembro histórico, sí, pero también un país de intensa riqueza cultural y biodiversidad excepcional, así como un territorio en la primera línea del cambio climático. En muchos sentidos, la isla encarna la universalidad de los desafíos que se avecinan para la organización.

Cuando se trata de la interrupción climática, los pequeños Estados en desarrollo de las islas como Cuba ya están experimentando, a menudo de manera aguda, lo que otros solo preveían: erosión costera, desplazamiento de la población, pérdida de biodiversidad, amenazas al turismo y riesgos para las prácticas culturales profundamente arraigadas en los territorios vulnerables.

En ese contexto, su papel no es solo dar la alarma, sino también liderar. Porque aquellos que viven más cerca de estas realidades están mejor ubicados para formular las respuestas más relevantes, innovadoras y urgentes.

Cuba ya ha dado pasos ejemplares a través de su plan Tarea Vida, una estrategia nacional a largo plazo para adaptar los territorios y proteger a las poblaciones. La Unesco puede y debe apoyar tales iniciativas, al respaldar las medidas de conservación a lo largo de las zonas costeras y promover el turismo sostenible.

Pero más allá del apoyo, la Unesco también debe aprender de estas respuestas locales para informar programas y marcos más amplios. Porque a menudo es en estas estrategias concretas y enraizadas localmente que nacen las soluciones más escalables e impactantes.

Esta es la visión que defiendo: una Unesco que no clasifica los Estados por su tamaño o PIB, pero que los escucha por lo que contribuyen al bien común. Una organización que entiende que, cuando enfrenta desafíos planetarios, muchas de las soluciones más efectivas provienen de los territorios, y debe colocarse en el centro de nuestra acción colectiva.

-Como señaló, los Estados isleños como Cuba están en la primera línea de los desafíos climáticos, especialmente el aumento del nivel del mar y la erosión costera. ¿Cómo puede la Unesco integrar mejor las voces y prioridades de estos países en su toma de decisiones?

-Unesco solo puede ser verdaderamente universal si cada uno de sus Estados miembros se ve completamente reflejado dentro de él. Eso requiere algo muy simple, y sin embargo, con demasiada frecuencia se pasa por alto: que cada voz debe contar, incluidas las de las naciones isleñas como Cuba, que permanecen subrepresentadas a pesar de la profundidad de su experiencia y la urgencia de los desafíos que enfrentan.

Estoy convencido de que ha llegado el momento de fortalecer su presencia en los círculos de toma de decisiones, en los comités técnicos, en grupos de trabajo y dentro de la propia Secretaría.

No se trata de gestos simbólicos. Es una condición de legitimidad. No podemos hablar seriamente sobre los océanos, el clima o la resiliencia cultural sin aquellos que viven estas realidades a diario.

En la reciente Conferencia del Océano de la ONU en Niza, el mensaje de las naciones, de las islas, incluso del Caribe y el Pacífico, fue clara: “No hay declaración del océano sin islas”. Cuba también es una nación marítima. Su experiencia es importante, no solo para la región, sino también para el mundo. Ese liderazgo debe ser completamente reconocido.

Unesco debe trabajar de la mano con el sistema de la ONU para responder a este impulso. El océano, el clima, la ciencia y la cultura son inseparables, y nuestros esfuerzos deben reflejar eso.

El camino hacia adelante radica en la construcción de una coordinación interinstitucional real, de modo que el conocimiento local y las soluciones lideradas por la isla informan no solo nuestros programas, sino también los marcos de la comunidad internacional en general.

Lo que represento es una organización donde incluso aquellos Estados que pueden no tener los presupuestos o delegaciones más grandes, pueden ayudar a dar forma a nuestras prioridades colectivas.

Porque tener las herramientas correctas no es suficiente, debemos comenzar con los diagnósticos correctos. Y eso es precisamente lo que los Estados como Cuba traen a la mesa: una claridad vital y una poderosa demanda de justicia climática a la que debemos responder juntos.

-Cuba tiene una historia cultural extraordinaria, pero también una situación geopolítica específica. ¿Cómo puede la Unesco continuar apoyando al país en el escenario internacional?

-La Unesco no es un cuerpo político. No existe para juzgar regímenes, alianzas o las orientaciones económicas o diplomáticas de los Estados miembros. Su única brújula es su mandato: promover la paz, la cooperación y el diálogo a través de la educación, la cultura, la ciencia y la información. Es esta neutralidad de principios lo que le da su fuerza, y le permite actuar, incluso, donde otras organizaciones no pueden.

En ese espíritu, Cuba debe continuar beneficiándose plenamente de la experiencia, los programas y las herramientas de la Unesco. Creo profundamente que la marginación política de un país nunca debe traducirse en aislamiento cultural, científico o educativo. Eso iría en contra del espíritu mismo del multilateralismo.

Apoyar a un país como Cuba es precisamente donde se encuentra la relevancia de la Unesco, que ofrece un marco colectivo y no político para mantener el conocimiento, las ideas y el flujo de intercambio.

Estoy convencido de que cuanto antes participemos en el diálogo, mejor podemos prevenir las tensiones. Con demasiada frecuencia, las crisis estallan porque el diálogo llegó demasiado tarde, porque los malentendidos no se abordaron, porque las instituciones no pudieron sonar la alarma.

La Unesco debe apoyar a los Estados miembros, trabajando con la sociedad civil, los investigadores, los artistas y los maestros, aquellos que, en todos los países, ayudan a mantener vivo un espacio compartido de comprensión.

-La Unesco ya ha trabajado con Cuba para preservar el patrimonio musical y las tradiciones orales. Como candidato, ¿cómo considera el papel del patrimonio intangible en la cooperación cultural internacional?

-Nunca debemos oponernos a la herencia tangible e intangible. Son dos formas de memoria, diferentes, pero igualmente válidas. Uno está enraizado en piedra, el otro en gesto, voz y ritmo. Ambos nos dicen quiénes somos, cuál es nuestro pasado y cómo nos reinventamos continuamente.

En este sentido, Cuba es una referencia. La música cubana resuena mucho más allá de sus fronteras. Ha cruzado continentes, inspirado generaciones y formado repertorios enteros, en jazz, salsa y música popular.

Encarna una forma de influencia cultural arraigada en la creatividad, la transmisión y la capacidad de poner en conversación los legados. Es una forma de poder blando, y una que la Unesco debe continuar reconociendo y apoyando.

Las inscripciones de Rumba, Bolero, o más recientemente, el conocimiento tradicional del pan de yuca, transportada conjuntamente con Haití, República Dominicana, Venezuela y Honduras, estas cooperaciones regionales son un activo real: muestran que el patrimonio puede servir como terreno común, como un espacio de diálogo e iniciativa compartida.

Estoy comprometido a garantizar que tales expresiones culturales sean mejor reconocidas, mejor protegidas y, sobre todo, mejor apalancadas como impulsores de la cooperación internacional. Porque no se trata solo del pasado, si no de cómo construimos un futuro enraizado, vivo y abierto al mundo.

-Como académico y exministro de turismo y antigüedades, tiene experiencia en campo práctico. ¿Qué le gustaría implementar para hacer de la Unesco una organización más ágil, mejor basada en las realidades de sus Estados miembros?

-Creo profundamente que una organización es más fuerte cuando permanece conectada con los que sirve. Eso es lo que aprendí por primera vez como guía turístico, y luego como ministro que supervisa un sector tan sensible como el turismo y las antigüedades, donde cada decisión, desde el precio hasta la preservación, tiene un impacto directo en la vida de las personas. Gobiernas escuchando. Equilibrando. Al encontrar un terreno común, día tras día.

Ese espíritu de responsabilidad práctica y escucha activa es lo que espero traer a la Unesco. La organización debe volverse más ágil, no por el bien de la velocidad, sino para sentir mejor lo que está cambiando: en las prioridades de los Estados miembros, en las expectativas de los jóvenes, en las urgencias locales. Y para eso, necesitamos una estructura más descentralizada, una que esté más abierta a las realidades en el terreno.

Cuba ofrece un ejemplo convincente. Me sorprendió la riqueza de sus iniciativas locales, desde la gestión de sitios del Patrimonio Mundial como Viñales, el trabajo realizado en las reservas de biosfera, y el Programa Transcultura, que conecta la cultura y el desarrollo sostenible en todo el Caribe. Estas dinámicas no solo deben reconocerse, sino que deben representar la forma en que opera la Unesco.

En la práctica, esto significa dar más responsabilidad a las oficinas de campo; creación de vínculos más fuertes entre la experiencia local y las redes regionales. Y lo más importante, colocar a las personas (maestros, investigadores, artistas, jóvenes) en el corazón de nuestra acción.

Me postulo para una Unesco que es más cercana, más receptiva, más castigada. Una organización que no espera a que los archivos aumenten a través del sistema, pero funciona codo a codo, con agilidad y respeto. Porque así es como generamos confianza en el multilateralismo: no a través de declaraciones abstractas, sino a través de una cooperación diaria significativa.

-¿Qué le diría a quienes se preguntan sobre el futuro de la cooperación internacional en un mundo fragmentado?

-Les diría que sus dudas son legítimas. El mundo está pasando por un período de fracturas, tensiones y desigualdades evidentes, pero la cooperación internacional no es una idea vacía. Es lo que permite, por ejemplo, a los investigadores cubanos publicar en revistas internacionales, y a los artistas actuar en plazas extranjeras.

Es lo que hizo posible que la danza cubana sea reconocida como patrimonio cultural intangible de la humanidad. Es la razón por la que, a pesar de las fronteras, embargos o crisis, todavía existen intercambios. Y eso importa.

Creo profundamente que la Unesco tiene un papel que desempeñar para mantener abiertos esos puentes, especialmente cuando muchos otros están cerrando. No reemplazando los procesos políticos, esa no es su misión, sino al salvaguardar los espacios donde el diálogo, la creatividad, la ciencia y la educación continúan circulando. Incluso cuando todo lo demás vacila.

La cooperación no es solo una necesidad diplomática, sino un acto de confianza.

-¿Considera que la Unesco es uno de los garantes de la paz mundial en medio de la crisis multidimensional que el planeta está experimentando?

-Sí, lo considero, pero no en el sentido de un actor político tradicional. Unesco no es el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. No tiene (capacidad) militar, ni mecanismo de sanciones. Y, sin embargo, creo que su contribución a la paz es crucial, precisamente porque aborda lo que se encuentra debajo del conflicto: ignorancia, exclusión, humillación, amnesia histórica.

La misión de la Unesco es desarrollar paz en las mentes de hombres y mujeres. Eso no es un eslogan. Es una responsabilidad diaria: preservar lo que nos une, proteger la diversidad cultural, alentar la comprensión mutua y garantizar que la educación, la ciencia y la información sigan siendo herramientas de emancipación en lugar de dominar.

Este papel se vuelve aún más importante en tiempos de fragmentación y desconfianza. En el mundo de hoy, cuando todo el diálogo parece romperse, la Unesco debe permanecer abierta. No por ingenuidad, sino por principio. Somos uno de los últimos espacios multilaterales donde los países aún pueden sentarse en la misma mesa, hablar y, a veces, (ponerse) de acuerdo.

Si soy elegido director general, trabajaré para preservar y fortalecer ese espacio. No fingiendo que la Unesco puede resolver todos los conflictos del mundo, sino al garantizar que continúe ofreciendo un espacio para la comprensión, un marco para la cooperación y un horizonte de esperanza.

Porque la paz no es decretada. Está construida pacientemente, colectivamente y, a veces, un diálogo a la vez.

-¿Cuál es su evaluación del papel de la cultura, la educación y la ciencia para contribuir al logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030?

-No veo la cultura, la educación y la ciencia como “sectores” separados dentro del sistema de la ONU. La Agenda 2030 no se puede lograr solo a través de objetivos financieros o políticas ambientales. Exige algo más profundo: una transformación de nuestras formas de conocer, compartir e imaginar el futuro juntos.

Como maestro por capacitación, sé lo que la educación puede cambiar, no solo en la vida de las personas, sino en el futuro de las sociedades. He pasado años en las aulas y salas de conferencias, y he visto cómo una sola chispa de curiosidad, un momento de reconocimiento, puede cambiar una trayectoria completa. Es por eso que creo que la educación no es solo un objetivo, es el medio por el cual se hacen posibles todos los demás objetivos.

Quiero reconocer aquí el liderazgo mostrado por Cuba, especialmente al avanzar en el ODS 4 este año a través de su trabajo cercano con la Unesco, especialmente en el Congreso de Educadores Cubanos en La Habana, que mostró cómo la cooperación internacional puede apoyar la ambición nacional.

La cultura también tiene un poder transformador. Como exministro de antigüedades y turismo, he visto cómo el patrimonio puede empoderar a las comunidades locales, fomentar el diálogo en todo el mundo e incluso reconstruir sociedades fracturadas.

La cultura no es el lado “suave” del desarrollo: es lo que le da significado y profundidad. En Cuba, esto es evidente: desde la salvaguardia del patrimonio intangible hasta iniciativas como la transcultura, la cultura no solo se conserva, sino que se vive y transmite.

Y la ciencia, especialmente cuando está conectada al conocimiento abierto y las necesidades locales, es nuestra mejor herramienta para la adaptación. Esto es particularmente crucial para los pequeños Estados insulares en desarrollo.

Cuando pienso en los desafíos que enfrentan países como Cuba (aumento del nivel del mar, pérdida de biodiversidad, vulnerabilidad ambiental), recuerdo que no solo necesitamos más ciencia. Necesitamos ciencia inclusiva: conocimiento que se comparta, entiende y procese.

Mi objetivo es hacer que la Unesco sea más que una plataforma para buenas intenciones. Quiero que sea una fuerza que ayude a conectar el conocimiento con la acción y los principios con los resultados.

Los ODS no son simplemente una hoja de ruta. Son una brújula moral. Y la cultura, la educación y la ciencia son los que nos permitirán seguirlos, con claridad, humildad y con coraje.

-¿Cómo evalúa el papel de Cuba en la implementación de programas y proyectos de la Unesco, y especialmente su contribución al logro de los ODS?

-Cuba se encuentra en la encrucijada de múltiples desafíos: cambio climático, vulnerabilidad económica y la preservación del patrimonio cultural y natural. Pero lo que hace que su contribución sea particularmente significativa es su capacidad para actuar, no solo como beneficiario de los programas internacionales, sino como una fuente de ideas y acciones.

La amenaza del aumento del nivel del mar es real e inmediata aquí. Más del 80 por ciento de la población de Cuba vive en áreas costeras, y muchos ecosistemas, incluidos los protegidos por las designaciones de la Unesco, ya están bajo estrés. La respuesta del gobierno, a través de la iniciativa Tarea Vida, es uno de los planes de adaptación climáticos a largo plazo más estructurados de la región. Ofrece información valiosa: cómo alinear las políticas públicas con datos científicos, cómo involucrar a las comunidades locales en la planificación y cómo abordar la sostenibilidad no como un eslogan, sino como una estrategia.

Este es exactamente el tipo de experiencia de campo que la Unesco debe aprender. Si queremos avanzar en los ODS, particularmente el número 13 sobre la acción climática, debemos asegurarnos de que aquellos que viven estas realidades todos los días no solo se escuchen, sino que estén involucrados en la configuración de la respuesta.

arb/lld

RELACIONADOS