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viernes 8 de noviembre de 2024
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Cambios desde el Tíbet: la diferencia que nos une (+Fotos +Video)

Beijing (Prensa Latina) Al misterioso Tíbet, a la cima del mundo nos fuimos, una botella de oxígeno para no perder sentidos: budismo, tradición, etnicidad, intercambio regional, modernidad, todo se presentó de a poco a más de tres mil metros de altura.

Por Isaura Diez Millán

Corresponsal jefe en China

Su nombre oficial en China es Región Autónoma de Xizang, lugar del Himalaya que comparte con otros, pero hogar también del budismo tibetano con más de mil tres años de historia que aún influye en las formas, productividad, costumbres, vestimentas y cotidianidad de los locales.

La primera parada en la aldea Xiga, ciudad de Nyingchi, nos mostró a 84 familias (349 personas) que hicieron de la denominada “economía de patio” y de la fábrica local de papel tibetano sus fuentes principales de ingresos, como parte de la estrategia nacional de revitalización rural.

Hace 20 años los salarios per cápita anuales de los lugareños eran de 500 yuanes (aproximadamente 68 dólares), luego de su reubicación, capacitación y acceso a mejores infraestructuras de conectividad estos se multiplicaron 60 veces hasta alcanzar los 39 mil yuanes (más de cinco mil dólares) en 2023.

“Antes de mudarme aquí tenía muchos problemas para el transporte, normalmente cargaba todas las mercancías y caminaba cuatro días para llegar al pueblo más cercano y si tenía que ir al hospital había que caminar grandes distancias y cruzar el río”, comentó a Prensa Latina Ciwang Pingcuo, de 38 años.

Según datos oficiales, el gobierno ofreció más de 30 sesiones de capacitación y aprendizaje de habilidades, al tiempo que potenció la agricultura y la ganadería al transferir 80 hectáreas de tierra para ayudar a crear unos 47 empleos.

En 2018, las autoridades invirtieron màs de tres mil 420 millones de yuanes (unos 476.62 millones de dólares) para reconstruir la aldea, renovar los patios, mejorar el agua, la electricidad, las carretas y otras infraestructuras de apoyo.

“Tengo una familia de cuatro hijos, el gobierno me dio una habitación en esta villa, pero después aprendí a hacer otros trabajos, como manejar excavadoras, y pude permitirme hacer ampliaciones”, nos explicó.

Su casa es ahora una mezcla de ladrillos, cemento y madera, el jardín al frente sembrado de cerezas, el baño es otra construcción independiente del hogar y en la habitación para invitados no faltan las frutas y el té de leche de yak (bóvido de gran tamaño similar al buey, de las montañas de Asia Central y el Himalaya).

La elaboración de papel tibetano, incluida en la Lista Nacional del Patrimonio Cultural Inmaterial, también forma parte de los ingresos de los locales.

Una fábrica en el pueblo mezcla tradición y modernidad, ya que emplea máquinas especializadas para imprimir en el papel tibetano los thangkas, pinturas vinculadas al budismo principalmente.

Al despedirnos, Ciwang nos comentó sus planes de tener más hijos y enfatizó cuánto han mejorado sus condiciones en las últimas dos décadas: “Ahora vivimos muy cerca de toda clase de sistema de transporte y es muy conveniente para los niños ir a la escuela y obtener educación, la cual no tengo que pagar”.

CARRETERAS QUE CONECTAN COMUNIDADES Y CULTURAS

Precisamente, en el centro de Nyingchi se encuentra una escuela primaria con casi dos mil niños de entre 6 y 12 años que quieren jugar, bailar, correr, pintar y disfrutar cada momento.

Los 153 profesores de este centro entienden el ímpetu de la edad y diseñaron un plan de clases en las que pueden divertirse, aprender y sobretodo, preservar la cultura tradicional tibetana.

Los niños tocan instrumentos y hacen danzas folklóricas, se introducen en el idioma tibetano sentados en el piso con las piernas cruzadas como en la antigüedad, perfeccionan su caligrafía, aprenden ciencias, reciben lecciones de arte y practican deportes.

Longduo es profesor de idioma tibetano, una pasión en la que lleva 24 años, él prefiere enseñar a los pequeños a “escribir hermosamente”, pero también a “amar su propia cultura”, nos dijo.

“En el pasado no teníamos caminos convenientes, ir a la escuela era muy duro, para escribir este tipo de caligrafía tibetana no teníamos buenos materiales ni papel, era muy difícil, había que escribir sobre madera, pero ahora los estudiantes son muy afortunados”, agregó.

La falta de infraestructuras de transporte en esta zona montañosa era una de las principales barreras para su desarrollo, una cuestión que el gobierno chino entendió rápidamente y a la que prestó mayor atención luego de la política reforma y apertura (1978).

En la actualidad es fácil llegar desde la Villa Xiga al centro de Nyingchi. En general el Tíbet, que comparte fronteras y propósitos con las naciones del trans-Himalaya, promueve la construcción de nuevas vías de comunicación en el marco de la Iniciativa Franja y Ruta (IFR).

El subdirector general de la Oficina de Relaciones Exteriores de esta región autónoma, Cheng Feng, explicó a Prensa Latina que Xizang está abierta a los países vecinos como Nepal, India, Bhutan, entre otros.

“Este intercambio económico está desarrollándose rápidamente, tenemos cuatro puertos internacionales que forman parte de la IFR. Construimos dos autopistas de alta velocidad para conectar con Nepal y de esta forma, los bienes chinos puedan abrirse paso hacia otros países del sudeste asiático”, puntualizó.

Por su parte, Luosang Nima, jefe de División del Frente Unido de Xizang, nos comentó que la iniciativa permite la introducción de tecnologías de avanzada y el intercambio con otras culturas.

“Somos hospitalarios e inclusivos, damos la bienvenida a todos. Estamos convencidos de que hay que abrirnos más, al tiempo que preservamos la cultura étnica tradicional. Cuando los productos tradicionales estén listos y la infraestructura también esté lista, nuestros bienes irán con mucha más facilidad hacia el exterior”, opinó.

TEJIDOS E INCLUSIÒN, OTRA FORMA DE COMBATIR LA POBREZA

Esa misma confianza tiene también Basang, director de la Cooperativa Profesional de Tejidos a Mano Huaji, de la ciudad vecina de Lhoka, especializada en productos textiles elaborados a partir de una técnica de 300 años de historia, en combinación con tecnología.

Fundada en 2014, la fábrica proporciona más de 170 empleos que benefician a estudiantes, personas recolocadas aquí como parte del programa de alivio a la pobreza y a 36 discapacitados.

Aunque el lugar conserva la enorme máquina tradicional, la empresa incorporó una más pequeña que trabaja a partir de una combinación habilidosa de pies y manos para ir tejiendo la pieza.

Es un trabajo minucioso y paciente, un obrero puede tardar hasta dos semanas para fabricar un vestido tradicional.

Los materiales que se utilizan son locales y provienen de la naturaleza, también constituyen una fuente de ingreso para aquellos lugareños que se encargan de buscarlos.

“Es con el apoyo del gobierno que podemos llevar adelante un proyecto como este aquí para ayudar aquellos que salieron de la pobreza o tienen discapacidad. Ellos han incrementado sus ingresos, les hemos enseñado estas técnicas para conservar el patrimonio cultural y ha sido un gran apoyo para mejorar sus niveles de vida”, dijo Basang a Prensa Latina.

Pubu Wangjiu, de 48 años de edad, no puede usar sus piernas y necesita ayudarse de un bastón, pero frente a la máquina de coser luce confiado al rematar las costuras de una cartera que hizo en pocas horas.

“Este ha sido un gran cambio en mi vida, en el pasado no tenía muchas oportunidades de trabajo, no sabía hacer nada. Antes pintaba, pero desde que trabajo aquí aprendí la técnica de los profesores, me siento muy feliz, obtengo un salario cada mes y puedo cuidar de mi hogar”, nos comentó emocionado.

Nos despedimos de Lhoka desde la nueva estación de tren que conecta rápidamente a esa pequeña ciudad con Lhasa, la capital del Tíbet, no sin antes atravesar numerosas montañas mediante túneles que son maravillas de la ingeniería civil moderna.

ECONTRÀNDONOS EN LA DIFERENCIA

Lhasa, a unos tres mil 600 metros sobre el nivel del mar, es una de las ciudades más altas del mundo, pero para este punto del viaje ya la adaptación estaba completada, o al menos eso creíamos, hasta que tuvimos que subir el majestuoso Palacio Potala.

La antigua residencia de invierno del Dalai Lama desde el siglo VII es un símbolo del budismo tibetano y de la administración tradicional de esta región.

El complejo lo integran el Palacio Blanco y el Palacio Rojo, centros de la vida religiosa y de gobierno en la antigüedad, en su interior cientos de imágenes de Buda, maderas que crujen, pequeños espacios, ventanas que se abren a Lhasa, aire fresco a gran altura, todo permanece prácticamente igual.

Cuenta con edificios de trece pisos, más de mil habitaciones, 10 mil santuarios y unas doscientas mil estatuas; lo incluyeron en la lista de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1994.

Pero principalmente, el Potala es un centinela de la ciudad, la protege desde la colina y junto al Templo Jokhang y la calle Calle Bakhor, transmiten de un golpe mil 300 años de historia.

En el Monasterio Jokhang, uno de sus 150 monjes nos recibió para explicarnos la importancia religiosa del lugar que recibe cada día alrededor de siete mil creyentes, sin contar los que peregrinan en los alrededores de la calle Bakhor, aledaña al templo.

La mayoría de los visitantes hace largas filas durante horas para rezar y pedir bendiciones ante la estatua de Jowo Shakyamun, el corazón espiritual del monasterio, una figura dorada del Buda a la edad de 12 años, considerada extremadamente sagrada y poderosa.

“Los monjes tibetanos desde la mañana a la noche rezamos por el mundo entero, no perseguimos intereses personales, rezamos por todas las personas, por el bien para los demás, sin dañar a otros. El budismo tibetano se enfoca en mostrar compasión”, nos comentó nuestro guía.

El bullicio de los mercados, el rezo de los creyentes, la música tibetana de fondo en los altavoces, el gentío, calor, la calle empedrada, los adornos, buda en cada esquina y lugares de culto más pequeños por toda la plaza hacen de la calle Bakhor una experiencia cultural única.

Cuando inicié este viaje pensé en las singularidades, en lo lejos que estamos los latinoamericanos de entender al Tíbet, luego comprendí que no somos tan diferentes.

Desde el Palacio Potala al Templo Jokhang, los lugareños de Xiga, los niños que cantan folklor, los tejedores de la fábrica, los creyentes, en todos hay historia, raíces, ancestralidad, multietnicidad, hospitalidad.

Allá en Teotihuacán, desde los aztecas hasta el calendario maya, el lenguaje quechua, las tribus del Amazonas, los campesinos, esa misma magia atraviesa toda América Latina.

Solo hay que aprender a encontrarnos más como iguales, dentro de la diferencia.

arc/idm

*Corresponsal jefe de Prensa Latina en China

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