Por María Julia Mayoral
De la redacción de Economía
Las estimaciones del Programa Mundial de Alimentos (PMA), cuyo informe “Perspectiva Global 2025”, avalan la persistencia de una “alarmante brecha entre necesidades y recursos” para encarar el problema del hambre.
Varias crisis globales impulsadas por conflictos crecientes y superpuestos, extremos climáticos y choques económicos agravaron la carestía, mientras la falta de financiamiento en 2024 obligó al PMA a reducir actividades y dejar “con frecuencia a las personas más vulnerables sin apoyo”, reconoció la institución.
Sin una acción humanitaria inmediata y concertada, es probable que haya más hambruna y muertes en los cinco puntos más críticos del orbe: Haití, Mali, los territorios palestinos ocupados por Israel, Sudán del Sur y Sudán, vaticinó un estudio del PMA y la Organización para la Alimentación y la Agricultura.
También resultan preocupantes la hambruna inducida por los conflictos y el hambre crónica en Chad, Líbano, Mozambique, Myanmar, Nigeria, Siria y Yemen, aseguró el examen conjunto, presentado en octubre de 2024.
Pero los déficits sobrepasan la cuestión nutricional: a escala global, hay mil 100 millones de seres humanos en situación de pobreza multidimensional y casi 500 millones de ellos viven en escenarios de conflictos violentos, reveló una investigación del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y “Oxford Poverty and Human Development Initiative”, de Reino Unido.
Una gran proporción de los mil 100 millones de pobres carece de servicios sanitarios adecuados (828 millones), vivienda (886 millones) o combustible para cocinar (998 millones), fundamentó el PNUD.
ENCRUCIJADAS
De acuerdo con expertos, los países importadores de alimentos, especialmente los que tienen monedas depreciadas, seguirán lidiando con los altos precios internos de los comestibles y el escaso poder adquisitivo de los hogares.
Mientras el incremento de los adeudos limitará aún más la capacidad fiscal de los Estados para asistir a sus poblaciones, en un contexto internacional de altas tasas de interés, declive de la financiación del sistema humanitario y de la ayuda oficial al desarrollo.
Evaluaciones del Banco Mundial (BM), emitidas en diciembre de 2024, reflejaron que los países subdesarrollados destinaron 1,4 billones de dólares a pagos de su deuda externa en 2023, y los costos de los intereses llegaron a la cota más alta de los últimos 20 años.
Los pagos de los intereses aumentaron casi un tercio hasta alcanzar los 406 mil millones, lo que redujo los presupuestos de muchos gobiernos para áreas críticas como salud, educación y medio ambiente, consigna el documento “International Debt Report” del BM.
A la luz de los datos, la presión financiera creció en los Estados más empobrecidos y vulnerables, con requisitos para recibir financiamiento de la Asociación Internacional de Fomento (AIF, por sus siglas en inglés), perteneciente al BM.
En 2023, esos países pagaron 96 mil 200 millones de dólares para cubrir el servicio de la deuda, precisó la institución de Bretton Woods.
Lo más llamativo es que los reembolsos del capital disminuyeron casi un ocho por ciento hasta los 61 mil 600 millones, pero los costos de los intereses subieron a un máximo histórico de 34 mil 600 millones en 2023, cuatro veces el valor que tenían hace una década.
Como promedio, los pagos de intereses de los países clientes de la AIF equivalen ahora a casi seis por ciento de sus ingresos por exportación y en algunos casos la proporción es superior, asciende al 38 por ciento, reconoció el organismo.
A cuenta del servicio de la deuda, desde 2022 los acreedores privados extranjeros recibieron pagos de prestatarios del sector público de economías subdesarrolladas por casi 13 mil millones más de lo que desembolsaron en concepto de nuevo financiamiento, reveló el diagnóstico.
Según la fuente, la pandemia de la Covid-19 incrementó “drásticamente” la carga de la deuda de todos los países en desarrollo, y el posterior aumento de las tasas de interés mundiales dificultó hasta el momento la recuperación de muchos de ellos.
A finales de 2023, ilustró, la sumatoria de la deuda externa de la totalidad de los países de ingreso bajo y mediano ascendía a 8,8 billones de dólares, lo cual supone un alza del ocho por ciento con respecto a 2020.
“En un mundo donde tres mil 300 millones de personas viven en países que gastan más en servicio de la deuda que en salud o educación, esta es una cuestión especialmente preocupante”, consideró la Secretaria General de ONU Comercio y Desarrollo (Unctad), Rebeca Grynspan.
No se trata de un asunto meramente coyuntural, distintos factores sistémicos impulsan los elevados costos del financiamiento, entre ellos, el papel de los mercados de divisas y el privilegio de unas pocas monedas.
El dólar estadounidense, sopesó la Unctad, representa alrededor del 70 por ciento de las transacciones globales y como la mayoría de las economías subdesarrolladas no emiten monedas internacionales, están expuestas a una mayor volatilidad y a primas de riesgo que incrementan los costos de su endeudamiento.
Para mitigar las amenazas, muchos Estados del Sur Global mantienen grandes reservas de divisas, “una estrategia costosa que desvía fondos domésticos de inversiones esenciales y canaliza ahorros nacionales hacia naciones más ricas”, lamentó la entidad.
Si la expoliación cesara o al menos mermara su intensidad, podrían obtenerse mayores beneficios de compromisos multilaterales contra el hambre, la miseria y otros flagelos de primer orden, entre ellos, la degradación medioambiental. Por citar un caso, la cumbre COP29 de Naciones Unidas finalizó el pasado 24 de noviembre con el compromiso de aportar al menos 300 mil millones de dólares anuales para ayudar a las naciones empobrecidas a proteger sus poblaciones y economías frente a los impactos del cambio climático.
La promesa triplica el objetivo actual de 100 mil millones de dólares, que caducará en 2025, pero sigue siendo insuficiente para afrontar las complejidades de la crisis climática, según explicaron en el propio el evento.
El acuerdo, conocido como el Nuevo Objetivo Colectivo Cuantificado sobre Financiamiento Climático, prevé movilizar 1,3 billones de dólares al año de todas las fuentes para 2035; es decir, mucho menos de lo extraído del Sur Global por la onerosa carga de la deuda y otras sangrías económicas, como la relativa al comercio internacional de bienes y servicios.
Al respecto, no sería ocioso recordar que África posee más de una quinta parte de las reservas del planeta en metales esenciales para la transición energética, pero gran parte de los procesos de manufactura que agregan valor a las tecnologías verdes ocurre fuera del mal llamado continente negro.
De tal forma, África apenas captura 40 por ciento de los ingresos potenciales de sus minerales críticos y posee apenas uno por ciento de la capacidad fotovoltaica mundial, demuestran datos de la Unctad.
Actualmente el mercado de los minerales críticos está valorado en 325 mil millones de dólares y podría alcanzará los 700 mil millones para 2040, estimó la Agencia Internacional de la Energía (AIE).
Mientras el sector de tecnologías limpias (vehículos eléctricos, baterías, paneles solares, etc.) ya anda por los 700 mil millones de dólares y podría dispararse a 3,3 billones de dólares para 2035, calculó la AIE.
Es decir, el mercado de los minerales críticos representa solo una quinta parte del valor de las tecnologías limpias enunciadas, lo cual denota las brechas en detrimento del Sur Global, aportador básicamente de materias primas en bruto y semielaboradas.
Averiguaciones como las expuestas avalan una vieja tesis: el hambre y la pobreza para nada son resultado de la escasez absoluta de recursos financieros y materiales o la intensificación de los desastres, en un mundo que, además, produce casi seis mil millones de toneladas de alimentos al año y donde tampoco dejan de crecer los fondos para menesteres bélicos.
El gasto militar mundial trepó hasta los 2,44 billones de dólares en 2023, lo cual representó un alza de 6,8 por ciento en términos reales en relación con 2022 y el mayor incremento interanual desde 2009, advirtió el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI).
“El aumento sin precedentes del gasto militar es una respuesta directa al deterioro mundial de la paz y la seguridad”, juzgó Nan Tian, investigador sénior del Programa de Gasto Militar y Producción de Armas del SIPRI, que también alertó sobre el riesgo de entrar en una espiral de acción-reacción en un panorama geopolítico y de seguridad cada vez más volátil.
Entonces, ¿será el hambre una pandemia de nunca acabar?
arc/mjm