Sergio Rodríguez Gelfenstein*, colaborador de Prensa Latina
Para aquellos lectores que viven fuera de nuestra región y no están interiorizados con el tema, quisiera explicarles que la Serie del Caribe es el campeonato anual entre equipos ganadores en sus series de beisbol nacional. Una suerte de Copa Libertadores de beisbol.
Desde niño, mi vida está vinculada al Caribe, sería imposible imaginármela sin que ese venerado espacio de agua salada y cálida, no esté presente. Recuerdo ahora las memorias de Gabriel García Márquez tituladas “Vivir para contarla” que bien podría ser el marco suficiente para referirnos a la identidad caribe, a la condición caribe escrito con minúscula como adjetivo que nos caracteriza y nos diferencia.
Con su lenguaje florido y caluroso en el cual una sola palabra sirve para mostrarnos el todo, nos recuerda el Premio Nobel “nuestra cultura caribe”, el “octubre caribe”, la ”poesía de la costa caribe”, nuestros “paisanos caribe”, un “corazón caribe”, el “arte caribe” y para señalarnos la sólida raíz de un personaje, lo define como “un caribe puro”.
No sólo la valía intelectual de García Márquez pondera su variadas menciones de nuestro Caribe ahora con mayúscula, debe recordarse que el escritor es colombiano, país que- al igual que la mayor parte de los centroamericanos- desde hace relativamente poco tiempo ha comenzado a descubrir su identidad caribeña, prueba es que Barranquilla, una de las ciudades colombianas más identificadas con nuestra región es la capital del Departamento del…Atlántico.
Quiero finalizar la mención a la obra del Gabo que me ha servido para introducir este artículo, exponiendo un párrafo de ella. Al evocar sus ancestros familiares y refiriéndose en particular a su abuelo dice que: “La lengua doméstica era la que sus abuelos habían traído de España a través de Venezuela en el siglo anterior, revitalizada con localismos caribes, africanismos de esclavos y retazos de la lengua guajira, que iban filtrándose gota a gota en la nuestra”. Nada más descriptivo de lo que somos, de lo que tenemos y de lo que debemos rescatar para que persevere en el tiempo.
A lo largo de la historia, diversas conceptualizaciones y definiciones se han hecho sobre el Caribe. Me voy a permitir citar algunos párrafos de mi trabajo “El Gran Caribe: hacia un marco regional y global” publicado en el libro “Cien años de Sociedad, los 98 del Gran Caribe, editado por Antonio Gaztambide, Juan González Mendoza y Mario Cancel, publicado en Puerto Rico en el año 2000.
El régimen colonial que España implantó en el Caribe se sustentó en el mercantilismo sobre la base de un estricto control de las actividades de sus colonias: monopolio comercial, extracción del oro y la plata para engrosar los tesoros reales y restricciones a la producción de manufacturas en las colonias. El sistema social político e ideológico era absolutista, dogmático y semifeudal, rodeado de un férreo control religioso e inquisitorial que frenaba el desarrollo de un pensamiento libre. La economía cimentada en el esclavismo obstaculizó la posibilidad de crear un sistema económico empresarial y de trabajo creador, además de establecer castas y estamentos que impidieron la formación de una burguesía nacional.
Estos elementos fueron dando una configuración regional muy particular, generando una dinámica económica y geopolítica que de alguna manera se mantiene hasta la actualidad. Desde el punto de vista de la economía, la agricultura continúa siendo el principal sostén del área, incluso, es todavía la más alta fuente de empleo, renta y divisas en la mayor parte de los países de la región.
La agricultura ha tenido dos formas: por un lado la explotación por monocultivo (azúcar, tabaco, banano) y, por el otro la existencia de grandes extensiones de tierra en manos de una minoría, frente a una población mayoritaria viviendo en los márgenes de la subsistencia. Esto ha hecho que la estructura agraria se mantenga intacta, toda vez que a diferencia de América del Sur, no se incentivó la realización de reformas agrarias.
El cultivo de la caña de azúcar predominó en Cuba, República Dominicana, Puerto Rico y Jamaica; el banano se convirtió en producto básico de exportación en Jamaica, los dominios franceses, Santa Lucía, San Vicente y Dominica ; el tabaco en Cuba y República Dominicana; los cítricos en Trinidad; y el ron en Jamaica y Puerto Rico, y el café en Haití.
Desde el punto de vista geopolítico debemos mencionar la presencia de Francia en la región desde 1635 en Martinica y Guadalupe, y la posterior obtención de Haití mediante el Tratado de Ryswick en 1697. La potencia gala también se sentía atraída por el azúcar que se producía en el Caribe. Por su parte, Holanda realizó durante el siglo XVII actos de hostigamiento y saqueo hasta concretar su ocupación permanente de territorios tanto insulares como en el continente. Entre 1630 y 1648 se apoderaron de Curazao, Aruba, Bonaire, San Eustaquio, Saba y San Martín, así como de Surinam.
España se vio obligada a entregar estas posesiones por el Tratado de Münster de 1648. Asimismo, Inglaterra desde el siglo XVI inició sus incursiones en el Caribe a través de ataques corsarios. Igualmente, le motivaban las plantaciones azucareras y el comercio de esclavos. En 1623, ocupó San Cristóbal, en 1625 Barbados y en 1655, Jamaica. En 1713, por el Tratado de Utrech, Inglaterra obtuvo la autorización para importar esclavos y otros bienes. Durante el siglo XVIII, invadió otras islas de Barlovento y Sotavento y en 1797 consumó la posesión de Trinidad. Estos cuatro siglos de presencia europea de diferentes latitudes, así como el modelo económico impuesto fue configurando una realidad donde predominó la fragmentación étnica, cultural, lingüística y religiosa, lo que más recientemente ha conducido a la existencia de una multiplicidad de actores e identidades, que tiene un reflejo trascendente en la actualidad.
Los diferentes conflictos europeos de los últimos cuatro siglos repercutieron negativamente en sus colonias del Caribe, pues se enquistó el desconocimiento y la falta de comprensión mutua. Igualmente, pueden detectarse diferencias en el ámbito político, social, étnico y lingüístico que llevaron a dividir la región según áreas idiomáticas: las de habla inglesa, hispana, holandesa y francesa, trayendo consecuencias en sus relaciones internacionales, en particular con los países de América Latina que se encuentran más cercanos: Venezuela, Colombia y México.
Ha sido de suma importancia la conformación de identidades nacionales y proyectos políticos en el Caribe a partir de factores etnorraciales que incorporan elementos culturales, sociales y lingüísticos que son asumidos por determinados grupos humanos. Así mismo, existen factores sociales que se fundamentan en las características fenotípicas hereditarias de los distintos grupos humanos. De esta manera, la identidad nacional se ha definido como aquellas representaciones colectivas, que definen la pertinencia a un Estado-Nación y, por lo tanto, diferencian a aquellos que pertenecen a otros Estados nacionales.
A partir de estas ideas, surgidas a partir de las similitudes y las diferencias, se podría intentar expresar una noción de “identidad caribeña”. Esta posibilidad surge de la existencia real de un Caribe poseedor de un ecosistema común y de los puntos de homogeneidad expresados anteriormente, los cuales surgieron desde hace aproximadamente 400 años.
Las diferentes percepciones acerca de la identidad caribeña llevan a producir diversas definiciones del Caribe. Su utilización en uno u otro caso va a referir a distintos intereses que marcan prioridades dispares en las relaciones internacionales del presente. A las tres definiciones tradicionales: etnohistórica, geopolítica y tercermundista, el profesor puertorriqueño Antonio Gaztambide va a agregar una cuarta: Caribe cultural. La etnohistórica pone énfasis en la experiencia común de la plantación azucarera; la definición geopolítica incorpora además a América Central y Panamá, centrándose así en las regiones donde se produjo la mayor parte del intervencionismo militar estadounidense. La definición tercermundista incorpora a Venezuela, Colombia y México. A estos axiomas que tienen en común una diferenciación geográfica, Gaztambide agrega el que llama ”estrictamente intelectual,” ya que puede incluir partes de países.
En el mundo global, estas conceptualizaciones y definiciones acerca de la región se encuentran sometidas a transformaciones bajo inéditos procesos generadores de nuevas definiciones e identidades, que afectan a esta parte del planeta en todos los ámbitos de la vida política, económica, social y cultural. Tener una clara idea al respecto va a permitir reconfigurar la región, según nuevos parámetros a partir de la creación de una capacidad de respuesta regional y de la búsqueda de un consenso regional sobre las necesidades más básicas y urgentes de las sociedades caribeñas.
A partir de esto, la creación de la Asociación de Estados del Caribe (AEC) marca un punto de partida importante como ente referencial de una nueva enunciación, la de Gran Caribe, cual elemento aglutinador de todas las definiciones anteriores, en un paso adelante para la inserción del Caribe en un mundo plagado de turbulencias e incertidumbres, frente a un futuro en formación, dentro de un proceso de transición complejo que aún no concluye.
Los avatares de la vida me han llevado a recorrer este Caribe nuestro en las islas, en Sudamérica, en Centroamérica y en México. Desde Puerto Cabello en Venezuela, donde me crié, hasta Santo Domingo y Mayagüez, desde Santiago de Cuba hasta Mérida, desde Bluefields y Bilwi en Nicaragua hasta Curazao, desde Cartagena de Indias a San Salvador desde Panamá hasta Tapachula en México.
Nada más reconfortante que sentirse un “caribe puro” como dice el Gabo, de haber crecido con los olores, los sabores y los colores infinitos de nuestra región, de haber conocido personajes tan maravillosos como ese anciano abakuá cubano que cuando le pregunté si para ellos la revolución había sido negativa o positiva, me contestó con su sabiduría milenaria “Asere, todo lo que pasa es porque sucede”.
O a Laureano Mairena, el más valiente de todos los valientes que he conocido, pintor de Solentiname en el Lago de Nicaragua que se hizo guerrillero por dignidad, jugaba con la muerte, se reía de ella, la eludía una y mil veces hasta encontrarla de la manera más absurda en los días luminosos de los primeros años de la Revolución Sandinista y que me decía “Sos jodido, pero sos mi hermano”.
O Don Luis y Doña Epifania Gil, esa pareja de negros margariteños de Venezuela quienes con más de 60 años y yo sólo con 9 o 10, me introdujeron en el amor por lo que García Márquez llama el “béisbol caribe” en aquellos años en que alrededor de una radio nos imaginábamos cómo era y cómo se practicaba el deporte porque el estadio más cercano quedaba en Valencia, muy lejos de nuestras posibilidades, y aún no existían las transmisiones de televisión.
O a Rafael Cancel Miranda con quien conversé en Cabo Rojo, un pequeño pueblo del rincón sudoccidental de Puerto Rico y quien estuvo 27 años preso en Estados Unidos por no aceptar que su bella isla perteneciera, como pertenece todavía, a la potencia del norte; o como Chuchú Martínez, ese Doctor en Matemáticas, piloto, soldado y ayudante del General Torrijos quien siempre me recomendaba que había que estar vivo para poder participar en la próxima batalla.
En fin personajes y lugares de este Caribe nuestro donde se habla papiamento y creole, inglés y francés, tzotzil y tzeltal, español y holandés, miskito y maya, donde conviven los sistemas parlamentarios de los Estados angloparlantes con los presidenciales de los de habla hispana, y donde hay países en los que los partidos políticos se organizan a partir del origen racial, región en la que aún tenemos ciudadanos de tercera porque como en Puerto Rico no tienen derecho a elegir a su Presidente y a sus representantes ante el Congreso del país que por obra de una ley les dio su ciudadanía, una región dueña de una cultura tan poderosa que ha parido cinco Premios Nobel de Literatura, además del ya mencionado Gabriel García Márquez, colombiano, Miguel Ángel Asturias, guatemalteco, Octavio Paz, mexicano, Derek Walcott de Santa Lucía y V.S. Naipul de Trinidad.
Una región donde el Paso de los Vientos separa la dignidad de Cuba de la triste miseria de Haití, marcando lo que para unos es una frontera ideológica, pero que tal vez sea una señal de lo que nos puede deparar un futuro desunidos a pesar de lo cerca que estamos. O es que acaso olvidamos que este mismo Haití del que hablamos, fue el primer territorio libre del Caribe y de nuestra América morena cuando un 1 de enero de 1804 los negros declararon su libertad de la poderosa Francia y proclamaron que, tal como lo enunciaban los preceptos fundamentales enarbolados por la Revolución Francesa sobre la base de la solidaridad, la igualdad y la fraternidad, desterraban para siempre la esclavitud de la parte occidental de la isla de La Española.
Cómo podemos entender entonces sino por el poder de las fuerzas retrógradas de la historia que asistamos impávidos al menosprecio con que son tratados los haitianos y otros hermanos del Caribe cuando pretenden llegar al norte en la búsqueda de un mejor horizonte para su existencia. Pero, por circunstancias de la vida, la historia al igual que ese año 1804 resucitó otro 1 de enero, pero de 1959 en Cuba, para decirnos que la dignidad no desaparece con el tiempo, que nuestra cultura y nuestras tradiciones se mantiene vivas a pesar de todo.
Este Caribe diverso, amplio y generoso, debe utilizar la fuerza de su cultura y de su arte y también del deporte, así como la solidaridad y la complementariedad de sus economías como vehículo de unidad y de integración en el camino de construir una región que nos prepare para enfrentar los retos y las vicisitudes de este mundo tan complejo y difícil.
(En homenaje al general Augusto C. Sandino, en el 90 aniversario de su paso a la inmortalidad)
rmh/srg
*Licenciado en Estudios Internacionales, Magister en Relaciones Internacionales y Globales. Doctor en Estudios Políticos
(Tomado de Firmas Selectas)