La forma en la que murió el político y militar romano marcó una práctica que se repite, a través de los años, de las más disímiles maneras y en los más diversos gobernantes, reyes o líderes religiosos.
Incluso en los periodos más recientes, los últimos magnicidios en países como Japón, Haití o el intento de asesinato a la actual vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández, dejaron consternación y marcaron la vida política en los lugares donde se produjeron.
Pero, ¿qué es un magnicidio? La definición de la Real Academia Española indica que se trata de una “muerte violenta dada a una persona muy importante por su cargo o poder” en la sociedad.
En algunos países, el término queda reducido a la muerte del jefe de Estado; en otros es más amplio e incluye al mandatario del Gobierno o primer ministro, a los presidentes del Parlamento o Congreso y a la familia de los jefes de Estado cuando el sistema es una monarquía.
La mayoría de las naciones considera el magnicidio un delito grave y es el más severamente castigado a lo largo de la historia penal.
Sin embargo, el castigo no es uniforme en todo el mundo. De hecho, encontrar en los códigos penales referencias específicas a este acto delictivo es complicado.
En España, por ejemplo, el capítulo II del Código Penal se centra en los delitos contra la Corona y establece como penas para aquellas personas que maten al Rey o la Reina, la “prisión permanente revisable”.
Mientras, en Francia, el artículo 221.4 del Código Penal suscribe los crímenes que son castigados con la pena de cadena perpetua, a los homicidios cometidos “a un magistrado, un jurado, un abogado, un funcionario público o ministerial, a un miembro de la gendarmería nacional, a un funcionario de la policía nacional, a la aduana, a la administración penitenciaria o a cualquier otra persona investida de autoridad pública…”.
En el caso de Reino Unido, la legislación cataloga como alta traición el delito de deslealtad a la Corona. Esto incluye planear el asesinato del soberano, cometer adulterio con la consorte e hija del soberano, hacer la guerra o adherirse a los enemigos del rey, e intentar socavar la línea de sucesión legalmente establecida.
El castigo por este delito es cadena perpetua. Lo mismo ocurre en el caso de la muerte del primer ministro o de miembros del Gabinete.
Del otro lado del Atlántico, en Estados Unidos el Congreso reaccionó en 1963 al asesinato del mandatario John F. Kennedy (JFK) al convertir en un delito federal punible con la muerte o cadena perpetua el asesinato del presidente, el presidente electo, el vicepresidente, el vicepresidente electo o cualquier persona que actúe de forma legal como presidente.
Posteriormente, también se tipificó como delito federal el asesinato de un miembro del Congreso titular o electo.
De Abraham Lincoln a Shinzo Abe
Estados Unidos tiene una larga y desafortunada lista de magnicidios. Cuatro de sus presidentes fueron asesinados mientras estaban en funciones y otros nueve sobrevivieron a atentados.
La muerte de JFK el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, Texas, trascendió como una de las más memorables, pero un siglo antes, en 1865, Abraham Lincoln (1861-1865) fue el primer presidente del Partido Republicano en ser asesinado.
Dieciséis años después, otro republicano recibiría balazos: James Garfield, quien apenas gobernó entre el 4 de marzo y el 19 de septiembre de 1881.
El otro presidente ultimado fue William McKinley, también republicano, que gobernó entre 1897 y 1901.
A inicios del siglo XX, en 1914, el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, del Imperio austrohúngaro, desencadenó las hostilidades que dieron comienzo a la Primera Guerra Mundial (1914-1918), según recoge la historia.
De Europa también conmocionó el magnicidio contra el ex primer ministro sueco Olof Palme, en 1986, asesinado de un tiro por la espalda en plena calle cuando volvía del cine con su mujer.
Al otro lado del mundo, en Asia, acontecieron los homicidios de Indira Gandhi, primera ministra de India, el 31 de octubre de 1984; Isaac Rabin, primer ministro israelí asesinado el 4 de noviembre de 1995; el gobernante surcoreano Park Chung-hee, el 26 de octubre de 1979; y Benazir Bhutto, la primera mujer en gobernar en Pakistán, el 27 de diciembre de 2007.
El más reciente de los magnicidios fue el del exprimer ministro japonés, Shinzo Abe, quien murió el viernes 8 de julio de 2022 en Nara (oeste de Japón) abatido a tiros durante la celebración de un mitin político en plena campaña electoral.
De Latinoamérica cala aún en el dolor la desaparición física del presidente chileno Salvador Allende, ultimado el 11 de septiembre de 1973 tras el golpe organizado por el general Augusto Pinochet.
Capítulo aparte tendrían los más de 600 intentos de asesinato contra el líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, así como los diferentes complots para tratar de desaparecer a los principales dirigentes del país caribeño.
Asimismo, Granada sufrió la muerte de su presidente, Maurice Bishop, ejecutado junto a otros 15 compañeros el 19 de octubre de 1983, después de instaurar un gobierno progresista que no contaba con la aprobación de Estados Unidos.
En México, el asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio en Lomas Taurinas, Tijuana, en 1994, se considera el primer magnicidio cometido en ese país desde el asesinato de Álvaro Obregón en 1928, pero no fue el único.
En 1913 el presidente Francisco I. Madero fue consumido a balazos, en 1919 le sucedió lo mismo al militar Emiliano Zapata, en 1920 resultó asesinado el presidente Venustiano Carranza y tres años más tarde le tocó al líder revolucionario Francisco “Pancho” Villa.
Colombia vio perecer al político Jorge Eliécer Gaitán, asesinado el 9 de abril de 1948 por un “atacante solitario”, quien con tres disparos acabó con la vida del llamado “Caudillo del pueblo”.
A raíz del asesinato del líder popular, se suscitaron enfrentamientos entre partidarios liberales y conservadores, mayormente en la capital, Bogotá. Tanto la Policía como el Ejército se dividieron: unos buscaban controlar la situación, mientras otros se sumaban a la rebelión popular.
“El Bogotazo” daría inicio a lo que los historiadores llaman el punto de inflexión que impulsó el nacimiento de insurgencia guerrillera en Colombia.
Haití es, hasta ahora, el último país de la región en sufrir un magnicidio, luego del deceso el 7 de julio de 2021 del presidente Jovenel Moïse, atacado a tiros en su propia casa.
Con el deceso de Moïse, América Latina contabiliza 17 asesinatos de presidentes, según un informe del periódico The New York Times.
El caso de África
África registró un tercio de los magnicidios ocurridos en el mundo en los últimos 60 años, y el último de ellos se produjo en 2021, con el atentado mortal al presidente de Chad, Idriss Déby.
La lista se abrió el 13 de enero de 1963 con Sylvanus Olympio, primer presidente democráticamente elegido de Togo y asesinado por el sargento Etienne Eyadema en un motín auspiciado por Francia.
En total se contabilizan 22 líderes de este continente asesinados en las últimas seis décadas y la mayoría pereció en incidentes registrados durante golpes de Estado, muchas veces movidos por manos extranjeras que querían un cambio en las políticas de esos países.
Entre los más sonados se encuentran los asesinatos del mandatario congolés Patrice Lumumba (en 1961), el presidente egipcio y Premio Nobel de la Paz Anwar al-Sadat (en 1981), el carismático panafricanista de Burkina Faso Thomas Sankara (en 1987) y el líder libio Muamar Gadafi (en 2011).
Togo, Somalia, Madagascar, Chad, Nigeria, Liberia, Congo, Congo Democrático, Burkina Faso, Islas Comores, Argelia, Burundi, Ruanda, Níger, Sudádrica y Guinea Bissau también entran en la desdichada lista de países que han sufrido magnicidios, incluso dos veces.
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