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sábado 12 de octubre de 2024
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El “Mileinato del Río Sin Plata”, historia de pariciones siniestras

Buenos Aires (Prensa Latina) Había una vez un país que primero fue tierra y pueblos sin opresiones de afuera del continente, luego colonia de lejanías, casi del fin del mundo, después Virreinato y finalmente sí, país. Se llamaba Argentina, o se llama, porque la Historia no sabe de inmovilidades y sus habitantes sí de caídas y resurrecciones; pero sucede que el hoy es una historia de apariciones siniestras.

Víctor Ego Ducrot*, colaborador de Prensa Latina

¡Qué los criollos de dinero tengan su Virreinato, joder…!…Comerciantes, abogados, contrabandistas y saladeros…pa’ vosotros…Parece que bramó una mañana tórrida del verano madrileño el Borbón- dicho sea de paso pariente del actual reyezuelo, el don Felipe-; Carlo III digo, también duque de Parma y Plasencia, rey de Nápoles y de Sicilia.

Y así fue como el 1 de agosto de 1776 primero y después el 27 de octubre de 1777, dijo a tomar por culo, aquí tenéis vuestro Virreinato, rioplatenses. Dividió al del Perú y bajo su dominio quedaron los territorios Buenos Aires, Paraguay, Tucumán y Santa Cruz de la Sierra; también los Cuyo y Charcas.

Al tiempo desembarcaron los ingleses en el entonces barroso Buenos Aires; lo hicieron dos veces y las dos fueron corridos a escopetazos y con las testas escaldadas por la aguas hirvientes– la historia oficial dice aceites– que les llovía desde los balcones…Y llegó la Revolución. Extraña por cierto porque tomó el poder en nombre del propio rey el tal Fernando, el séptimo, aunque tuvo héroes y verdaderos revolucionarios.

Con la intención de no aburrirlos doy ya mismo un salto hacia adelante en el tiempo de la Historia, para que el origen lo cuente la literatura de un país naciente.

Como explicaba David Viñas (1927-2011), quizá el crítico literario argentino más destacado, si los países son su literatura, Argentina nace con una violación en medio de las refriegas políticas del XIX (El matadero, escrito entre el ’38 y el ’40 y publicado en 1871, de Esteban Echeverría.

Y así fue, entre genocidios contra pueblos indígenas, persecuciones a las clases desposeídas, fusilamientos, bombardeos sobre la población civil, fusilamiento, torturas y desapariciones; sin que se hubiese logrado nunca un estado económico, social y político de completa justicia, más allá de los varios intentos sofocados o fracasados del llamado campo popular.

Después de finalizada la dictadura cívico militar (1976 – 1982) la experiencia democrática desembocó en un proceso de empobrecimiento de la vida política, profesionalizada, convertidos “los políticos” de todo signo en una corporación– Política S.A., llamo a ese ente oculto financiado y al servicio del sistema económico dominante-, cada vez más alejada de las necesidades sociales.

Ese proceso que, es cierto, se registra a nivel global, en Argentina desembocó en una suerte de salto al vacío al ser elegido presidente un ultraderechista ex vociferante en programas de la TV basura; un improvisado economista de personalidad psicopática llamado Javier Milei.

Una sociedad empobrecida, fatigada y frustrada asume conductas políticas que los fascismos de distintas épocas y modalidades interpretan muy bien; y con el soporte de las grandes patronales– las que han duplicado y triplicado sus márgenes de beneficios desde la asunción del actual presidente–, el tal Milei se lanzó a una orgía de violencia simbólica que, a salvo de extrapolación históricas, por supuesto, encuentra su matriz en aquellas tan propias de Hitler y Goebbels.

Así es como los argentinos están volviendo a lo que denomino el “Mileinato del Río sin Plata”, una tierra sobre la cual campea lo siniestro…Veamos…

A seis meses de su instauración, condujo hacia la pobreza a más del 50 por ciento de su población y a la indigencia casi al 20 por ciento; a partir del ajuste fiscal más violento de la historia económica de los argentinos, la recesión se tornó atronadora; como ya escribí, la grandes patronales hasta triplicaron sus ganancias a la vez que los medicamentos aumentaron de precio en un 130 por ciento, los salarios registrados y las jubilaciones perdieron entre un 20 y 30 por ciento por ciento de sus capacidades de compra.

Más del 50 por ciento de los trabajadores- casi el 50 por ciento de los estatales nacionales entre ellos- pertenecen a la economía informal, sin protección social alguna y aportan además cada mes en una categoría especial de contribuyentes (“mono tributo”).

El presidente viaja por el mundo sin cesar, propalando un mensaje mesiánico de ultraderecha- ya se auto proclamó el líder político más destacado del orbe-, insulta sin cesar a todo quien piense distinto y dejó al Estado en manos de una banda de aventureros y especuladores del planeta financiero sin conocimiento alguno de la gestión.

Proclama un Estado represivo para todo opositor que se movilice, acusándolo de terrorista y golpista, calificaciones que la Justicia, que de progresista no tiene un ápice, hasta ahora viene rechazando.

El brazo ejecutor de esa política punitivista es su ministra de Seguridad, a quien antes de ganar las elecciones de octubre pasado Milei acusaba de colocar bombas en jardines de infantes durante su lejano pasado de militante de la llamada izquierda peronista (Montoneros).

Su nombre es Patricia Bullrich, de excelentes relaciones con el negocio internacional de las armas y con elementos allegados a la trama empresarial y de servicios de inteligencia de Israel, según han informado aquí en innumerables oportunidades diversos medio de prensa. La ministra se convirtió en algo así como la campeona de todo aquello que sea o huela a represión, siempre al borde de la legalidad.

En ese contexto, casi todas las fuerzas políticas y sociales del llamado campo popular o progresista- entre ellas un peronismo travestido en forma patética y las principales centrales obreras- padecen una suerte de anomia cadavérica, sin respuestas y sólo dedicadas a las especulaciones electoralistas, y otra vez como ya señalé, cada día más alejadas del conjunto de la sociedad, atrapada en las redes de la llamada “crisis de representatividad”.

Hace pocos días, el destacado periodista Daniel Cecchini comentó al respecto en redes sociales, palabras que le tomo prestadas o las hago mías.

Los veo como encorsetados en un pensamiento unívoco, tropezando siempre con la misma piedra: la de la trampa electoral…Supongo que están capturados por esa trampa, sin darse cuenta- a pesar de las continuas evidencias de estos últimos cuarenta años- de que el sistema, tal cual está establecido y funciona, produce una constante crisis de representatividad.

Salvo rarísimas excepciones, quienes forman parte de la corporación política y viven “de” la política, están programados por el propio sistema para que antepongan sus propios intereses sobre los de sus supuestos representados. Se representan a sí mismos o bien a sus patrones, que no son sus jefes políticos, sino sus jefes económicos.

La corporación política argentina de las últimas cuatro décadas es un clarísimo ejemplo de la batalla política ganada por la dictadura, que la parió timorata, sin audacia, “políticamente correcta” y, sobre todo- aunque con algunos matices, que son innegables- sometida al poder económico concentrado (…).

Si no rompemos ese círculo vicioso seguiremos girando sobre nosotros mismos, en ciclos malignos o un poco más benignos (pero hasta ahí nomás) sin salida…No sé cuál es el camino, pero prefiero la incertidumbre de no conocerlo y tratar de construirlo, aunque sea a tientas, antes que seguir aceptando a los caballitos mareados que giran en esta calesita fatal para el país y su pueblo.

Desde su título vengo anunciando que este texto refiere a una historia siniestra, desplegada en el recién fundado “Mileinato de Río sin Plata”, y creo que el carácter siniestro de este tiempo y aquí- valga la redundancia- está dado porque el sufrimiento, el deterioro, la pobreza y la represión han sido elegidos por la sociedad misma, o al menos por un segmento mayoritario de la misma; en las elecciones de octubre pasado y en una especie de macabro acto de fe que aún manifiesta.

Lo siniestro es aquello que debiendo permanecer oculto, se ha revelado, escribió Friedrich Schelling (1775-1854), figura central del idealismo romántico alemán.

Y esa figura de lo siniestro a la que apelo aquí para entender el sentido profundo del fenómeno político que encarna el presidente Milei y su corte de aventureros y oportunistas surgió de una reciente charla que mantuve con Américo Cristófalo, ex decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y lúcido intelectual; conversación que me alumbró al respecto.

En su texto Lo siniestro (1919), inspirado en el cuento de El hombre de la arena (1816), de Ernest Hoffmann, maestro del romanticismo oscuro, Sigmund Freud plantea que la palabra siniestro- en alemán unheimlich- , designa a un algo que no proviene de nuestra casa, que no nos es familiar, pero sostiene que también puede ser utilizada para referirse a algo que sí nos pertenece pero que jamás debió salir a la luz, y que cuando aparece lo hace como repetición constante que nos aterroriza de la misma forma que nos inquieta en la angustia al no poder huir de un laberinto sin salida.

Y es entonces cuando se pregunta qué es eso que tenemos oculto en nosotros mismos y que de repente surge en la superficie y nos aterroriza…Los argentinos deberíamos preguntarnos cuál es ese unheimlich qué veníamos ocultando…

Antes de cerrar, dos aclaraciones: la expresión o título “Mileinato del Río sin Plata” me tomó como epifánica sorpresa en medio de un almuerzo familiar. Surgió en la voz de un “politólogo” de 10 años, llamado Ramiro Masetti Hernández- bisnieto del fundador de la agencia de noticias Prensa Latina-, observador desde su banco de escuela primaria de aquello que aflige a muchos de quienes habitamos estas tierras que quieren seguir siendo país.

rmh/ved

* Periodista, escritor y docente universitario argentino. Doctor en Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Argentina; profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP (VED)

 

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