Por Moisés Saab
De la redacción de África y Medio Oriente
Acompañado por su reputación de lenguaraz y sincero sin los límites que en ocasiones imponen las conveniencias, Gachagua fue subsecretario del Interior, asistente personal del jefe de Servicios Públicos y, después, del ministro de Gobierno Local, Uhuru Kenyatta, quien llegaría a presidente del país, con Gachagua como vicepresidente.
Durante la campaña electoral Kenyatta fue inquirido sobre las razones que lo llevaron a escoger al joven político como segundo al mando– que a esas alturas ya se había hecho adversarios políticos—y no dudó en responder que la principal arista de su carácter que lo impulsó fue la franqueza y valentía a la hora de defender sus posturas.
Todo apunta que el nexo marchó con buen viento en el proceloso mar de la vida política keniana hasta que el vicepresidente entró en conflicto en 2017 con el secretario de Medio Ambiente y Flora, Keriako Tobiko, quien protestó por la sobreexplotación de Recursos acuíferos en el Monte Kenya y ordenó la destrucción de varias talas madereras ilegales.
La crisis en el gobierno terminó con una mediación del ministro de Aguas Simon Chelugui, quien prometió dotar las talas de los permisos y restaurar las explotaciones madereras en el monte Kenya, sagrado para la etnia kikuyu, mayoritaria en el país, a la cual pertenece Gachagua quien, aunque cristiano, ora mirando en dirección al accidente orográfico.
En el curso de su carrera hacia el Olimpo político del país del este africano el futuro vicepresidente fue objeto de alegaciones de corrupción y enriquecimiento ilícito, pero pudo sortearlas con éxito sin que llegaran al ámbito judicial lo que le allanó el camino para ascender hasta la vicepresidencia.
Todos los indicios apuntan a que el presidente Ruto y su lugarteniente tuvieron desacuerdos tempranos por razones que no trascendieron al público aunque sí llegó a saberse que en el preludio del inicio de impugnación (impeachment) contra Gachagua en la cámara baja del parlamento ambos ni siquiera se hablaban.
Las alegaciones contra Gachagua para iniciar el proceso de destitución presentadas al parlamento fueron muchas, entre ellas, otra vez enriquecimiento ilícito, uso de fondos del estado en beneficio propio, abuso de autoridad y las peores, apoyar las protestas de mediados de este año para demandar la renuncia del presidente Ruto y alentar el tribalismo.
La última es una bomba de tiempo en un país como Kenya en el cual cohabitan más de una decena de etnias: los kikuyu, con el 17, 13 por ciento de la población, y los Luhya, con el 14, 35, las más importantes.
Los diputados de la cámara baja no demoraron mucho en aprobar el juicio político el cual pasó el Senado cuya aprobación tampoco encontró grandes obstáculos aunque la sanción fue menos abrumadora.
Gachagua, experimentado en las lides políticas llevó un equipo de defensores experimentados que acudieron a todos los recursos disponibles para detener la carrera del vicepresidente hacia el abismo, pero sin éxito.
El encartado jugó su última carta para interferir la cesantía cuando, llamado a declarar por los senadores, se internó en un hospital aquejado, según sus portavoces, de una dolencia cardíaca de la cual nunca había dado indicios y de la que se alivió casi de inmediato porque horas después estaba de nuevo en el centro de las candilejas.
Pero todo fue en vano, días antes de conocerse el fallo de los tribunos el presidente keniano juramentó vicepresidente a Kindiki Kithure, menos rutilante que Gachagua, pero más fiel cuenta habida el cargo que desempeñaba, ministro del Interior, quien se demostró efectivo en sofocar las protestas opositoras a las que, según las acusaciones, el vicepresidente apoyó.
Completado el proceso legal, el defenestrado vicepresidente con el infame honor de ser el primer vice destituido en su país, lame sus heridas en la noción de que su horizonte es más que oscuro en el cual lo único que se visualiza es una lápida con su nombre la cual certifica su nueva condición de cadáver político.
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