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domingo 18 de agosto de 2024
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Balaguer: médico, judoca y sobre todo patriota cubano

La Habana (Prensa Latina) Este 15 de julio se conmemoran dos años de haber perdido un verdadero y de cuerpo completo comunista cubano, José Ramón Balaguer Cabrera; me limitaré a resaltar las virtudes no habladas suficientemente, entrañables anécdotas personales que atesoro.

Por Noel Domínguez

Periodista de Prensa Latina

Balaguer Cabrera (1932-2022) fue combatiente y médico en el II Frente Frank País. Tras el triunfo de la Revolución, el 1 de enero de 1959, ocupó cargos relacionados con la Salud Pública y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR); primer secretario del Partido Comunista (PCC) en Santiago de Cuba, miembro del Secretariado del Comité Central, embajador en la antigua URSS y Rusia.

Atendió los departamentos Ideológico y de Relaciones Internacionales del Comité Central del PCC. Fue miembro del Buró Político y ministro de Salud. Fundador del PCC y miembro de su Comité Central.

En el verano de 1989 algunos traicionaron la confianza en ellos depositada por el líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, y lo defraudaron bajo el pretexto de buscar dólares a cambio de estupefacientes con el manido subterfugio de contrarrestar el bloqueo.

Después, quien se desempeñaba al frente del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (CC del PCC), en 1992 caía también en corruptelas, menos despreciables pero igualmente repudiadas, y resultó defenestrado.

Tuvo entonces la dirección del país a bien seleccionar como sustituto a quien fungiera como embajador cubano en la extinta URSS y Rusia, el comandante del Ejército Rebelde José Ramón Balaguer, con capacidad y prestigio suficiente para sustituir, no solo en dicha esfera sino también en las que abarcaban los departamentos de Relaciones Internacionales, y de Educación, Ciencia y Cultura del Comité Central del PCC, entonces adscritas en la Ideología.

Fue precisamente en 1992 cuando acudí al llamado de Balaguer para informarle de indefectibles actualizaciones, particularizando en el ámbito que le correspondía.

No puedo olvidar su inquisición en cualquier detalle golpeando repetidamente sus huesudos y largos dedos con nudillos pronunciados -causales del rudo deporte del judo donde alcanzara la categoría de Cinturón Negro Tercer DAN-, cada vez que se contrariaba con lo revelado. No obstante siempre se mostraba sereno, capaz de saber escuchar con atención e intervenir punzante y aleccionador con la suficiente autoridad.

Al frente de la Comisión Estado-Iglesia constituida para la visita del Papa Juan Pablo II en 1998, apoyó sin reservas nuestra propuesta, en contra de la de otros participantes de declinar la invitación a visitar París para la Reunión Anual Mundial del Sumo Pontífice con las congregaciones juveniles cristianas, dado que ello solo transcurriría por un solo día y nuestros gastos no debían dilapidarse.

Podría imaginarse cuánto hubo que argumentar motivado por el destino geográfico al que se renunciaba viajar, el de la Ciudad Luz, y cuán variadas argumentaciones se esgrimían a favor de hacerlo, para lo cual se contaba incluso con el aprobado presupuesto estatal.

Sencillez y modestia caracterizaban siempre a Balaguer Cabrera, asiduo partícipe de algunas de nuestras reuniones de trabajo en el edificio de ubicación de un importante órgano de Contrainteligencia del Ministerio del Interior, en el antiguo emporio de una trasnacional gringa.

Aceptó interrumpir el debate que realizábamos con su presencia a fin de agasajar a la inolvidable Sara González, invitada de honor para el acto político-cultural donde se le sorprendería para celebrarle su cumpleaños.

Incluso seleccionó el lugar de la foto como remembranza, con telón de fondo un mural de Wifredo Lam. Abel Prieto y Caridad Diego, también presentes en la actividad, se sumaron al llamado y quedaron allí plasmados.

Su humanismo y vocación del juramento hipocrático que lo condujo a graduarse como Doctor en Medicina, en la Universidad de La Habana, lo ponía de manifiesto en repetidas ocasiones tan pronto apreciara en algún interlocutor el menor síntoma.

Soy testigo de excepción cada vez que me valuaba jadeante por el asma bronquial, buscaba en el escritorio el estetoscopio para auscultarme, aunque finalizara recomendándome, tan discreto y modesto siempre, verme con un médico en funciones.

Pocos atesoran en un solo ser humano tanto virtuosismo…

arb/ndm

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