jueves 6 de noviembre de 2025

La exuberancia amazónica amenazada en la COP30

Sao Paulo, Brasil (Prensa Latina) Hay lugares en la Tierra donde la vida parece respirar con más fuerza y sabiduría. La selva amazónica es uno de ellos. Se extiende a lo largo de aproximadamente 6,7 millones de km², abarca nueve países y alberga la cuenca hidrográfica más grande del planeta, con más de mil 100 afluentes que desembocan en el majestuoso río Amazonas, un gigante que transporta el 20 por ciento del agua dulce de la superficie del mundo.

Frei Betto*, colaborador de Prensa Latina

Se estima que en la Amazonía hay unos 400 mil millones de árboles, pertenecientes a 16 mil especies diferentes, que forman el corazón verde que palpita en la Tierra. Sus raíces absorben el agua de la lluvia que penetra en el subsuelo. Las hojas procesan la evaporación. Un solo árbol frondoso puede transpirar más de mil litros de agua al día. ¡Así, la selva genera 20 mil millones de toneladas de agua al día! Más que el río Amazonas, que contiene 17 mil millones.

En este vasto y vibrante paisaje, más de 350 pueblos indígenas, que hablan 330 lenguas distintas (aproximadamente un millón 600 mil personas), protegen la selva con conocimientos ancestrales, comprendiendo que cada río, cada raíz, cada canto de ave tiene un significado. Son los primeros y más fieles defensores de la Amazonía, pero también las primeras víctimas del ecocidio capitalista.

A pesar de su inmensidad, la selva amazónica se está muriendo. Desde 1970, se han deforestado más de 800 mil km², una superficie equivalente a la de Francia y el Reino Unido juntos, o a 112 millones de campos de fútbol. La motosierra avanza donde antes reinaba la vegetación, y el fuego silencia la voz de la selva para dar paso a la ganadería, la soja y la minería ilegal. La minería ilegal se extiende por los cauces de los ríos como una plaga moderna, envenenando con mercurio las aguas que nutren a personas y animales, destruyendo arroyos y matando peces.

La agroindustria, basada en extensos monocultivos y el uso de pesticidas, extiende sus fronteras sobre tierras públicas, a menudo tomadas ilegalmente con documentos falsificados. El discurso del “progreso” sirve de cortina para un saqueo silencioso. Lo que se vende como desarrollo es, en realidad, la privatización de un bien común: el equilibrio climático del planeta. Cada árbol talado en la Amazonía altera los patrones de lluvia que nutren el centro- oeste y el sureste de Brasil, además de afectar el clima global. Son los ríos atmosféricos, alimentados principalmente por la selva amazónica, los que irrigan el suelo entre la Florida y la Patagonia.

En vísperas de la COP30, que se celebra en Belém (capital del estado brasileño de Pará), el mundo centra su atención en este territorio, símbolo de biodiversidad y resiliencia. Se trata de una oportunidad histórica, ya que, por primera vez, la conferencia climática tendrá lugar en el corazón de la Amazonía, donde se libra a diario la batalla entre el lucro y la vida.

Lo que estará en juego en la COP30 no son solo objetivos e informes. Es el futuro del bosque y, con él, el de la humanidad. La deforestación, que en algunos momentos alcanzó los 13 mil km² anuales (el equivalente a 1,8 millones de campos de fútbol), debe reducirse a cero para 2030, tal como lo ha prometido Brasil. Pero esto exige más que promesas; exige políticas públicas eficaces, el fortalecimiento de los organismos de control, una lucha real contra la minería ilegal y la deforestación, y el empoderamiento de los pueblos indígenas como protagonistas y no como víctimas.

La selva amazónica, más que un bioma, es un sistema vivo que regula el clima, conserva el carbono, alberga cerca del 10 por ciento de todas las especies conocidas del planeta e inspira la espiritualidad de sus habitantes. En cada árbol reside una biblioteca genética aún por descifrar; en cada comunidad ribereña, una sabiduría desconocida para el mundo urbano.

La COP30 será el escenario donde dos visiones del mundo se enfrentarán: una que ve la naturaleza como una mercancía y otra que la reconoce como madre. La primera extrae, destruye y se beneficia; la segunda cuida, conserva y comparte. Es hora de elegir.

Si el bosque desaparece, no solo morirá un bioma, sino que se producirá el colapso del equilibrio climático global, la extinción silenciosa de especies y la desaparición de culturas enteras.

Belém, con sus ríos, manglares y mercados de pescado, pronto será el epicentro de una decisión planetaria. Esperamos que la COP30 no se pierda en discursos diplomáticos y acuerdos insuficientes, y que escuche el clamor de los pueblos del bosque y de los árboles que aún permanecen en pie.

Todavía es posible salvar la exuberancia del Amazonas. Ojalá la conferencia de Belém marque el inicio de una nueva alianza, basada en el respeto, entre la humanidad y la naturaleza. De este modo, detendremos el ecocidio, porque proteger la Amazonía es protegernos a nosotros mismos y al único hogar que tenemos en el Universo.

rmh/fb

*Escritor brasileño y fraile dominico, conocido internacionalmente como teólogo de la liberación, autor de 60 libros de diversos géneros literarios. En dos ocasiones, 1985 y 2005, mereció el premio Jabuti, el reconocimiento literario más importante del país. En 1986 fue elegido Intelectual del Año por la Unión Brasileña de Escritores. Asesor de movimientos sociales como las Comunidades Eclesiales de Base y el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra, ha participado activamente en la vida política de Brasil en las últimas cinco décadas.

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