Por Luis Beatón
Corresponsal jefe en El Salvador, excorresponsal en Naciones Unidas
“Inútil” y “perder el tiempo” fueron palabras que el mandatario salvadoreño utilizó para destacar el porqué de su ausencia en septiembre al cónclave que otrora era considerado como meca de la diplomacia mundial y donde los Estados hasta cierto punto se entendían.
En los años 80 la crisis del sistema multilateral era incipiente, aunque ya Estados Unidos y otras potencias escudaban sus intereses nacionales e internacionales en justificaciones que no convencían.
Desde esa época, Washington y aliados internacionales entorpecían la aplicación de resoluciones del Consejo de Seguridad, por ejemplo la 435, para borrar de la faz de la tierra el oprobioso régimen de apartheid en Sudáfrica, y la política agresiva de Israel impedía la aplicación de acuerdos para la creación de un Estado palestino. El veto estadounidense fue permanente.
En aquellos tiempos difíciles para el mundo, cuando la ultraderecha estadounidense ganaba espacio, incluso el embajador alterno que acompañó a Jeane Kirkpatrick en la ONU, Douglas J. Feith, invitó a la organización a cambiar su sede.
Gran parte de la culpa hay que buscarla en Washington, desde donde se impulsa el unilateralismo para oprimir e imponer políticas a las naciones más pobres.
Recientemente Carl Bildt, ex primer ministro y exministro de Asuntos Exteriores de Suecia, abordó el asunto y dijo que “para sobrevivir, las Naciones Unidas deben abandonar Estados Unidos”.
Como hace 40 años cuando éramos testigo en la sede de la organización del rumbo que tomaba el mundo y que la Asamblea General era una ocasión para hacer balance de la situación del orbe, ahora, en el 80 aniversario, no era lo mismo.
Según Bildt, desde cualquier punto de vista la situación de la ONU es grave. Su Consejo de Seguridad, en el que China, Rusia y Estados Unidos ejercen cada uno su derecho de veto, está sumido en una confrontación permanente sobre una u otra cuestión, lo que impide al resto de la organización avanzar en casi nada.
Una abrumadora mayoría de naciones miembros apoya la solución de la crisis del Medio Oriente, donde el problema palestino es el nudo gordiano, ideas que se arrastran durante décadas y que no se cumplen por la complicidad estadounidense con el régimen sionista. Asimismo qué puede pensarse cuando la Asamblea General demanda, por ejemplo, el cese del criminal bloqueo económico, político y financiero que Washington implantó contra Cuba para destruir a ese país y la Casa Blanca vira la cara y lo endurece.
En todo el mundo abundan crisis que exigen la intervención de la ONU, desde Gaza y Sudán hasta la República Democrática del Congo, Haití, Myanmar y Afganistán, por nombrar solo algunas.
Sin embargo Bildt, como otros analistas, estiman que las grandes potencias están obsesionadas con sus enfrentamientos mutuos y con la administración Trump que retira no solo su apoyo activo, sino también su financiación, lo cual hace que las perspectivas para la ONU parezcan sombrías.
¿Tiene futuro la ONU? Aunque la demanda de sus servicios es tan grande como siempre, su capacidad para responder a ella se ha visto claramente mermada. No hay forma de que sobreviva sin reducir sus ambiciones y capacidades; cómo lo haga exactamente será una cuestión central en los próximos años, valoró Bildt.
Trasladar la sede fuera de Estados Unidos sería un paso lógico, no solo por la retirada de la financiación estadounidense y la necesidad de ahorrar costes, sino también por la negativa de Washington a conceder visados a quienes asisten a las reuniones de la ONU, como hizo este año con los líderes palestinos.
En opinión del político sueco, una ONU que ya no tenga su sede en Nueva York sería diferente en muchos aspectos. Pero el traslado también puede ser la única forma de que sobreviva.
Dag Hammarskjöld, quien fuera secretario general de la ONU (1953-1961), dijo en una famosa frase que el organismo no se creó para traernos el cielo, sino para salvarnos del infierno. Esa tarea sigue siendo tan importante como siempre. Pero para que las cosas sigan igual, todo debe cambiar, citó Bildt.
Es evidente que la ONU debe volver a sus inicios y reformarse de acuerdo con las necesidades de un mundo que se opone a discursos como el del presidente Donald Trump contra los esfuerzos para mitigar los efectos del cambio climático.
Según Omar Salinas, ingeniero en energía y analista en política pública, la ONU nació con la aspiración de ser un espacio universal de encuentro, debate y representación.
Sin embargo, con el transcurso del tiempo aquella vocación se fue desnaturalizando hasta reducir la Asamblea General a un ritual solemne, más útil como vitrina mediática que como instrumento real de concertación global.
La imagen que proyecta este foro de la diplomacia mundial ya no es la de la pluralidad de voces, sino la de un club que se reserva el derecho de admisión y que reparte la agenda global de acuerdo con intereses particulares.
Al decir de Salinas, la historia muestra que cuando las instituciones dejan de representar, los pueblos buscan otros caminos.
Si la ONU no cambia, no muda su sede, difícilmente podrá sostener la legitimidad que alguna vez le otorgó la ilusión de universalidad como protectora del derecho internacional y la paz.
En opinión de Salinas, vertida en un comentario que publicó el diario El Salvador recientemente, lo que se juega no es solo la reputación de un foro diplomático, sino la credibilidad del sistema internacional en su conjunto.
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