domingo 3 de agosto de 2025

Narcotráfico: buen negocio. Evasivos: necesidad humana (I)

Ciudad de Guatemala (Prensa Latina) Partamos por decir que las drogas son algo tan viejo como la civilización humana. Nuestra vida no es precisamente un paraíso. Más aún, como se ha dicho acertadamente: “el único paraíso es el perdido”; en otros términos: hay siempre un malestar intrínseco a la condición humana, en tanto nuestra vida se anuda inexorablemente al conflicto y a los juegos de poder, todo lo cual puede conducir a la violencia, siempre presente, en mayor o menor grado y con distintas modalidades, en la dinámica cotidiana.

Marcelo Colussi *, colaborador dePrensa Latina

Diversos autores, en numerosas culturas a través del tiempo, han advertido esa condición humana: “La violencia es la partera de la historia”, pudo decir Marx, por citar alguno de ellos.

Dicho de otro modo: la realidad tiene una cuota de un considerable peso que hay que soportar. Es por eso que siempre, en todo momento histórico y en todo modo civilizatorio, ha existido la evasión de la realidad como una forma de eludir esa crudeza de la vida. Para ello el consumo de determinadas sustancias (alcohol etílico, alucinógenos, tranquilizantes, hoy día un enorme arsenal de psicofármacos legales) ha jugado, y sigue jugando, un papel de gran importancia, tanto a nivel de uso individual como práctica de índole colectiva, ligada en mayor o menor medida a la espiritualidad en sentido amplio.

Plantearse un mundo libre de drogas, como bienintencionadamente muchos lo hacen, es encomiable. De todos modos, siendo realistas y teniendo en la mano los conocimientos que las ciencias sociales modernas con criterio crítico proporcionan, como mínimo habría que abrir algún cuestionamiento a esa propuesta. Si, tal como hoy puede constatarse, la narcoactividad se amplía continuamente, ello significa: o bien que la sociedad está cada vez más necesitada de este tipo de placeres dañinos (vías de escape ilusorias a la dureza de la realidad, “goce” en sentido psicoanalítico del término), o que hay agresivas políticas mercadológicas fomentando ese consumo. O, complejizando el asunto, estamos ante una combinación de ambos factores, lo cual hace infinitamente más complicado su estudio, y más aún, su solución en tanto problema por encarar.

Lo cierto es que lo que años atrás- quizá siete u ocho décadas, un par de generaciones en términos socio-demográficos–, es decir: el consumo regular de sustancias psicoactivas, constituía una extravagancia, un toque distintivo de grupos muy delimitados (la bohemia, algunas subculturas marginales –hampa–, la farándula), en la sociedad global de hoy pasó a ser una mercadería más. Ilegal, por cierto; pero mercadería consumida en cantidades fabulosas, y siempre en aumento. En el imaginario colectivo ha ido prendiendo la noción de que ese consumo es “cool” (hay que decirlo en inglés, lo cual ya permite ver los elementos ideológico-culturales que allí se presentifican).

Aparece el narcotráfico

Dicho consumo va obligadamente de la mano de una narcoactividad que marca buena parte de la dinámica planetaria actual, la cual parece llegada para quedarse. La producción, el tráfico, el consumo y el lavado de activos que todo el circuito establece, no son meras circunstancias marginales. Por el contrario, constituyen piezas de gran importancia en la dinámica del sistema-mundo contemporáneo. Se mueve muchísimo dinero, pero el mismo casi no llega al productor primario, el campesino que cultiva las plantas de donde saldrán las drogas una vez procesadas (la hoja de coca, la amapola, el cannabis). Él, que recibe algo más que con los cultivos de subsistencia tradicionales- por lo cual se dedica a estas siembras ilegales, por pura necesidad económica-, es el último eslabón de la cadena. Ganan en forma fabulosa quienes transforman esa materia prima en narcóticos que luego distribuyen. Es decir: lucran las cadenas de distribución- lo que llamamos narcotráfico- y los circuitos financieros que “lavan” esas enormes masas de dinero que todo el negocio genera.

¿Por qué hoy es cool consumir drogas entre la juventud? ¿Por qué hoy las y los jóvenes de todo estamento social, en países ricos y pobres, casi que obligadamente tienen que consumir drogas? De pronto, para la década de los 60 del siglo pasado, hacen su aparición estelar. Básicamente, en principio, ligadas al movimiento hippie, en sus orígenes movimiento de profunda protesta antisistémica surgido en Estados Unidos, llamando al no-consumo en una sociedad edificada ante todo en el hiper consumo, y llamando igualmente a la paz en el medio de la sangrienta guerra de Vietnam que llevaba adelante su clase dirigente a través del gobierno de turno. ¿Una forma de adormecer la protesta? Sin dudas. Surge entonces la Operación CHAOS, mecanismo encubierto de la CIA para neutralizar toda manifestación juvenil de disenso. En ese contexto, la aparición masiva de drogas fue un hecho.

Hasta el legendario conjunto musical The Beatles- avanzada del imperialismo británico para intentar recuperar cierta cuota de presencia global que había perdido ante el impetuoso avance de su ex colonia americana- hace su encomio de las sustancias psicoactivas con su canción “Lucy en el cielo con diamantes” (Lucy in the Sky with Diamonds), mensaje apologético del ácido lisérgico, LSD-25 (dietilamida del ácido lisérgico). La orientación entonces, dictada por algunos poderes, pareciera: “hay que consumir drogas. Eso sirve para desconectar”. Siguiendo a Charles Bergquist- citado por Noam Chomsky- en su obra Violence in Colombia 1990-2000, puede afirmarse que:

“La política antidrogas de Estados Unidos contribuye de manera efectiva al control de un sustrato social étnicamente definido y económicamente desposeído dentro de la nación [población negra, y luego la juventud en su conjunto], a la par que sirve a sus intereses económicos y de seguridad en el exterior”.

En esa sintonía agrega Isaac Enríquez Pérez:

“Es conveniente para las mismas estructuras de poder y riqueza que los jóvenes vivan presa de las adicciones y permanentemente drogados a que se despojen de su social-conformismo y muestren su inconformidad ciudadana por los cauces de la praxis política y la organización comunitaria.”

El principal proveedor de cocaína para Estados Unidos (primer consumidor global) pasa a ser Colombia en los años 70 del pasado siglo. Curiosamente en Colombia no existía la planta de coca, oriunda del Altiplano andino (Bolivia y Perú). Se la introdujo en el país caribeño, lo cual lleva a pensar obligadamente en agendas ocultas, invisibilizadas para la población. Las mafias colombianas del caso se encargaron luego del trasiego. Para la lógica impuesta a través de los medios comerciales de la corporación mediática capitalista, esos grupos son los “monstruosos” delincuentes a combatir, los “malos de la película”: primeramente colombianos, luego mexicanos. Se teje toda una narrativa al respecto, y la opinión pública queda así moldeada.

Hoy en día el consumo de drogas ilegales (de marihuana en adelante, incluyendo el uso de sustancias más y más mortíferas, con efectos catastróficos para la salud biológica y psicológica, como las llamadas drogas de diseño o sintéticas, las que están en auge: krokodil (la droga caníbal), flakka, sales de baño, AH-7921, fentanilo, metanfetamina de cristal, escopolamina o burundanga) es uno de los grandes negocios planetarios (alimentando el narcolavado y los capitales financieros, muchas veces depositados en paraísos fiscales sin regulación alguna, con el mayor secretismo), y un poderoso argumento para que Washington pueda militarizar el planeta. La supuesta “lucha contra las drogas” no es tal. Una vez más, citando a Enríquez Pérez, podemos ver que:

“Si el narcotráfico fuese declarado legal por los Estados, en un plazo extremadamente corto la economía capitalista sería dinamitada en sus cimientos y perdería razón de ser. Las mismas élites políticas que recurren a las campañas electorales financiadas con fondos de procedencia ilícita, tampoco serían posibles sin la contribución financiera de estas actividades criminales”.

Problema multifacético

Hoy el consumo de estas sustancias que caen bajo la denominación de “drogas ilegales” ha ido tomando características tan peculiares que lo transforman en un verdadero problema a escala planetaria. Problema con numerosas aristas: de salud pública ante todo, cultural, político, social. En definitiva, un asunto que hace a la calidad de vida de toda la población mundial en un sentido amplio. Tan grande es la magnitud del problema que ello ha desembocado en un asunto de estrategia militar. O, al menos, hacia ese ámbito se lo ha llevado. En otros términos: tiene que ver con el manejo global de todos los habitantes del planeta desde la óptica de los grandes poderes actuantes y su declarada “seguridad”. El mensaje casi apocalíptico es que la sociedad planetaria está en peligro ante esas fuerzas demoníacas, por lo que “hay que actuar”.

De acuerdo a la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito –UNODC, por su sigla en inglés–:

“Las drogas constituyen actualmente el mercado de productos ilegales más grande del mundo, un mercado fuertemente ligado a actividades criminales de lavado de dinero y corrupción. (…) Los principales beneficiarios de la guerra contra las drogas son los presupuestos de las fuerzas armadas, la policía y las cárceles, así como de otros sectores relacionados al área de tecnología e infraestructura.”

El consumo de sustancias prohibidas se viene incrementando durante todo el siglo XX, pero las últimas décadas lo presentan ya con una magnitud alarmante. La cantidad de muertes que produce su consumo (más de mil 600 diarias en el mundo, según datos de la Organización Mundial de la Salud –OMS–), las discapacidades que trae aparejadas, los circuitos de criminalidad conexos, la pérdida de recursos que conlleva y el fomento de una cultura no sostenible en términos ni económicos ni sociales, hacen del consumo de drogas ilegales un cortocircuito con el que todos, Estado y sociedad civil, desde distintos niveles y con grados de responsabilidad diversos, están implicados. El paisaje social de prácticamente todos los países (al menos los capitalistas) ha cambiado desde que las drogas fueron haciendo su entrada masiva, a partir de la década de los 60 del pasado siglo.

Que todo esto constituye un problema, se sabe. Ahora bien: si disponemos de todo este conocimiento sobre los diversos factores implicados, tanto de la demanda como de la oferta, ¿por qué no vemos una tendencia a la baja en la problemática? La situación lleva a pensar que hay grandes poderes que no desean que esto termine.

Se puede decir que, pese a que el tema está siempre en la agenda mediática en todas partes y en todo momento, siempre con un carácter catastrofista y en la lógica de problema policial, se sabe relativamente muy poco sobre el asunto en su real dinámica interna. Hay una versión oficial, manejada incansablemente por los medios de comunicación social- verdaderos hacedores de la opinión pública; al esclavo lo hacen pensar con la cabeza del amo– y hay una realidad no dicha.

La imagen oficial presenta el asunto como “flagelo” social manejado por unas cuantas mafias tenebrosas (ayer colombianas, hoy mexicanas en Latinoamérica, chinas, japonesas y birmanas en Asia) con capacidad de acción internacional. De alguna manera se tiene una versión policial del asunto, bastante cinematográfica (en el peor sentido hollywoodense), mientras que el énfasis de la solución no está puesto en la prevención del consumo y en los aspectos sanitarios de la recuperación de los drogodependientes. La mayor parte de las intervenciones- y por tanto, el mensaje en juego- apunta al comercio de las sustancias, habitualmente conocido como “narcotráfico”, con total acento en abordajes punitivos, donde desempeñan un papel crucial las fuerzas de seguridad: policías y ejércitos.

Es importante decir que el campo de las drogas muestra un complejísimo entrecruzamiento de discursos y prácticas sociales de las más variadas; por tanto, admite diversos abordajes. Es, sin dudas- en eso todos coincidimos- una herida abierta. La cuestión estriba en cómo y por dónde actuar: ¿prevención, represión? ¿Se debe poner el acento en la oferta o en la demanda? Una visión científica y equilibrada debería apuntar a “ejércitos” de trabajadores de la salud (médicos, psicólogos, trabajadores sociales). Por el contrario, la tónica dominante nos confronta con ejércitos militares armados hasta los dientes. (continúa)

rmh/mc

* Politólogo, catedrático universitario e investigador social. Nacido en Argentina estudió Psicología y Filosofía en su país natal y actualmente reside en Guatemala. Escribe regularmente en medios electrónicos alternativos. Es autor de varios textos en el área de ciencias sociales y la literatura.

RELACIONADOS