Por Adis Marlén Morera
Fotos: Panchito
Redacción de Cultura
Ese hombre, de trato afable y palabra certera, se muestra extraordinario para quien procura entablar con él un diálogo fecundo, donde el tiempo transcurre de prisa entre anécdotas, confesiones y anhelos, con la simpatía propia de quien no precisa artilugios para conquistar –desde esferas diversas de la creación- el respeto y la admiración.
En un sofá ubicado frente a uno de los salones de Casa de las Américas, institución que preside desde 2019 -y morada de Haydée Santamaría, Roberto Fernández Retamar y tantas otras personalidades de inmensa valía-, aguarda esta reportera a la que saluda con cariño mientras ultima detalles de una reunión de trabajo.
Rodeados de la mística que habita en la gran torre de color gris, a escasos metros del Malecón habanero, alerta con su índice sobre peligrosas doctrinas que pretenden aniquilar la memoria histórica y cultural de los pueblos.
Al mismo tiempo exhorta a preservar aquello que nos despoja de la mediocridad imperante y nos hace seres humanos cultos y libres.
Cuando Cuba libra hoy una batalla contra la colonización cultural, para la cual ha diseñado un programa de enfrentamiento denominado “Sembrar ideas, sembrar conciencia”, cuyo coordinador es el protagonista de estas líneas, resulta obligatorio recurrir a la frase que pronunciara Fidel Castro en 1993: “La cultura es lo primero que hay que salvar”.
Fue en el V Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), en el momento más difícil del Período Especial (como se le llamó a la crisis económica de los años 90 del pasado siglo), cuando necesitábamos salvar muchas cosas, recordó.
A su juicio, aquellas palabras sorprendieron, pues los cubanos enfrentaban numerosas necesidades en el campo de la supervivencia.
Se había derrumbado el campo socialista y disuelto la Unión Soviética; como dijera Fidel, se había “desmerengado” aquel socialismo. Nos quedamos sin nuestros aliados comerciales y los norteamericanos reforzaron el bloqueo, se lanza entonces la Ley Torricelli y la Helms-Burton, rememoró.
Esa reflexión incluía al arte y la literatura, pero iba mucho más allá al contemplar el concepto de Fernando Ortiz, “la cultura es la patria”, aseguró el intelectual.
“Había que salvar nuestra identidad, nuestra singularidad como pueblo y nuestros valores, no podíamos disolvernos en la marea de la globalización, la palabra de moda en esos años”, dijo.
“Salvar la cultura es salvar también el sentido ético, la civilización, la solidaridad y los valores. Hoy, con un rebrote escalofriante del fascismo, tenemos que aferrarnos a la gran tradición cultural de la humanidad y, por supuesto, a la nuestra”.
Conversar con Abel Prieto es un privilegio para quienes le rodean y un convite a la reflexión oportuna, a la búsqueda del conocimiento que lo define y que trasciende su estatura física y moral.
El matiz oscuro de la noche irrumpe en la habitación y aunque él insiste en responder a todas las interrogantes, debo ser respetuosa ante el agotamiento propio de una larga jornada de trabajo. Constituye pues un desafío abarcar su obra política y literaria en un breve espacio de tiempo.
Muchos son sus aciertos en la esfera artística e ideológica, como presidente de la Uneac y ministro de Cultura durante dos periodos, al frente de la Oficina del Programa Martiano, de la Sociedad Cultural “José Martí” y otras instituciones con similar relevancia.
Fiel al legado de Haydée Santamaría, la revolucionaria cabal convertida en inmensa promotora cultural, y Roberto Fernández Retamar, uno de los pensadores cubanos más prolíficos, Prieto dirige una labor hermosa de integración sociocultural con América Latina, el Caribe y el mundo.
Es uno de los intelectuales cubanos que más se ha pronunciado contra la colonización cultural y miembro, desde su fundación en 2003, de la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales En defensa de la Humanidad.
Fidel quería llamarle Red Antifascista y el propósito era instaurar una especie de Trinchera de Ideas -para usar la frase martiana que a él tanto le gustaba- desde el universo de los académicos, escritores, artistas y periodistas, junto a los movimientos sociales, para impedir el avance de las ideas fascistas e imperialistas, precisó.
Con el movimiento de las opiniones e instrumentos como Prensa Latina, Telesur y todos los canales a nuestro alcance, la Red tiene la misión de crear ese bastión en defensa de los pobres de la tierra, de un mundo solidario, de la soberanía y de un orden internacional justo, advirtió.
Uno de sus temas fundamentales está vinculado a la historia y “hoy la batalla por ella es vital para Cuba y para los países que pretenden diseñar su propio destino”.
Mediante la industria del entretenimiento y los mecanismos de manipulación, se muestra al mundo una versión tergiversada de la historia, alertó.
“Más del 99 por ciento de la gente cree que Estados Unidos derrotó a los nazis en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), nadie recuerda que la Unión Soviética perdió a 27 millones de sus hijos en la Gran Guerra Patria.
“La lucha contra el nuevo fascismo incluye también una batalla contra la colonización cultural, una cosa no está desligada de la otra. Las ideas más reaccionarias corren con fluidez a través de las redes sociales, circulan sin encontrar obstáculos”.
Absorta, le escucho hablar de su pasión por la literatura y los procesos revolucionarios; con orgullo inmenso relata su cercanía a Fidel, Armando Hart y a otras figuras de las cuales bebió el néctar de la sabiduría. El destino había vislumbrado su impronta mucho antes de que ellos percibieran la dimensión de su entrega y accionar.
Desde muy joven quiso ser escritor, recuerda, estudió en la escuela de letras, obtuvo el Premio “13 de Marzo” con un cuento en el año 69, y a partir de ese momento se aventuró al placer de la palabra escrita.
Graduado de Letras Hispánicas por la Universidad de La Habana, ostenta los títulos de Doctor Honoris Causa en Humanidades, otorgado por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua; y Doctor Honoris Causa en Ciencias Sociales, conferido por dos prestigiosas instituciones académicas cubanas: la Universidad Central Marta Abreu, de Las Villas y la Universidad Hermanos Saíz Montes de Oca, de Pinar del Río, además de otros reconocimientos.
Es autor de las novelas El vuelo del gato (1999) y Viajes de Miguel Luna (2012), entre varios ensayos y relatos. En tanto un libro sobre el espiritismo cruzado en Cuba ocupa hoy su agenda; “a diferencia de la Iglesia católica, que siempre fue tan dogmática, el espiritismo popular cubano es abierto y tolerante”.
DOS PRESENCIAS RECURRENTES
De Armando Hart, otro de los grandes intelectuales revolucionarios cubanos, confiesa haber aprendido muchísimo y lo califica como el mejor intérprete de Fidel Castro en términos de política cultural.
Tuvo el “privilegio” de aproximarse al Comandante en Jefe, cuando juntos trabajaron en la comisión organizadora del IV Congreso de la Uneac, en 1988.
Recuerdos extraordinarios atesora de haber colaborado con varios de los programas de la Batalla de Ideas y en el rescate de la Escuela Nacional de Instructores de Arte, fundada en 1961. “Es casi un curso de posgrado, de aprendizaje constante”, así califica los prolongados encuentros de trabajo con el líder histórico de la Revolución cubana.
Fidel se involucró mucho en defender la cultura, para él salvarla era que creciera dentro de la gente, agregó.
Se acercó a la Uneac porque creía profundamente en que de lo mejor de la intelectualidad nuestra iban a surgir ideas y acciones para contrarrestar los efectos de esta guerra cultural y simbólica que se nos hace cotidianamente, rememoró.
Eso, confesó, le llevó a aceptar con orgullo disímiles responsabilidades que Fidel y Hart le confirieron, pero le quitó mucho tiempo para escribir. Sacrificó una parte sustancial de su vocación, incluso, en un momento se vio obligado a interrumpir su novela “El vuelo del gato”, añadió.
Nunca he enfocado esas tareas como algo burocrático, he rechazado que la burocracia me hunda, me paralice; he tratado de encauzarlas siempre con creatividad hasta donde he podido. Formar un equipo, buscar gente joven, talentosa, revolucionaria y comprometida, y esa gente, por lo general, no puedo decir que me haya fallado, aseveró. Luego del fallecimiento de Roberto Fernández Retamar asumió la presidencia de Casa de las Américas. “¡Imagínate! Son personas extraordinarias, a mí no se me ocurre pensar en sustituir a una de esas figuras, más bien procuro no hacer un papel indigno”, confesó.
A la altura de los 74 años, en los que el deseo de servir a la patria parece vencer los tonos grises de su larga melena, ¿qué le queda por cumplir?: Me gustaría escribir otro libro, organizar los cuentos y ensayos, mas no me arrepiento de haber aceptado ninguna de las tareas que me asignó Hart, Fidel y la Revolución, enfatizó.
“Escribir es mi vocación y no he podido hacerlo como hubiera querido; al propio tiempo estoy muy comprometido con la Revolución, serle útil tiene que ver también con el sentido de mi vida”.
Entre risas bromea con su edad, mientras asegura que si aún puede ser útil va a intentarlo; la simpatía con que salpica los diálogos más profundos pareciera ser el antídoto contra el devenir del tiempo.
Las responsabilidades propias de su puesto tocan a la puerta cual señal de que el diálogo debe finalizar, me apresuro y le pregunto: ¿Cómo se define Abel Prieto?
“Cuando Fidel comenzó a escribir sus Reflexiones (artículos publicados con frecuencia en medios de prensa nacionales en sus últimos años de vida) manifestó su deseo de ser solo un modesto Soldado de las Ideas. Pensando siempre en él, quisiera ser eso, un modesto Soldado de las Ideas”.
La Revolución, ¿qué significa para usted?
“A diferencia de la literatura, ella cambió mi vida definitivamente, por ello insisto en que mi vocación posee dos vertientes: una es escribir y la otra servir a la Revolución”.
arb/mml/amr