“Sushi y también croissant” pudiera parecer un acertijo o tal vez el nombre de una atrevida receta multinacional, pero es solo una frase para ilustrar el desafío de Francia en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.
Cuando uno nace y (sobre)vive entre la violencia, la miseria y otros estigmas centroamericanos, la gloria olímpica no es precisamente una prioridad, y menos en países donde la realidad impone un duro deporte: la “lucha” cotidiana por la subsistencia.
Tokio 2020 camina sobre una cuerda floja y su destino parece determinado por el azar de una moneda. La metrópoli espera sus segundos Juegos Olímpicos, pero un amasijo de interrogantes suscita un clásico examen de resiliencia hasta para el más común de los mortales.
Un viaje de 16 horas con escala en Marruecos parecía la última valla a saltar, camino a los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980. El vuelo desde La Habana hacia la capital de la entonces Unión Soviética llevaba pasajeros variopintos, pero los más sonoros eran cubanos y mexicanos.
La Habana, 8 mar (Prensa Latina) Cuando la tricampeona olímpica cubana Mireya Luis ganaba medallas, Hajar Abulfazl se escondía para jugar fútbol en Afganistán porque practicarlo era considerado una conducta que violentaba los principios de la sharía (ley islámica) y el Corán (sagrado libro del Islam).
Un viaje de 16 horas con escala en Marruecos parecía la última valla a saltar, camino a los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980. El vuelo desde La Habana hacia la capital de la entonces Unión Soviética llevaba pasajeros variopintos, pero los más sonoros eran cubanos y mexicanos.
La Habana, (Prensa Latina) A los ocho años de edad Reina Hashiba supo que quería ser paracaidista, pero faltarían aún veinte años en Japón para que una mujer pudiera desempeñar esa profesión.
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