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martes 15 de octubre de 2024
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Primera brigada médica de Cuba en Laos: trabajar con el corazón

La Habana (Prensa Latina) Ha transcurrido casi medio siglo pero el doctor Julio López, jefe de la primera brigada médica cubana en el territorio liberado de Laos, retiene intactas en su memoria las palabras de despedida del legendario combatiente Shiton Kommadan.

Por Gabriel Antúnez

Periodista de Prensa Latina

Era el 16 de noviembre de 1974 y al valorar la labor desplegada en las condiciones más difíciles por los ocho internacionalistas cubanos durante 16 meses, el vicepresidente del Frente Patriótico Lao los catalogaba como “verdaderos soldados de Fidel Castro que supieron honrar el nombre de su brigada”, Salvador Allende.

En sus palabras, Kommadan destacaba: “Ustedes han trabajado con el corazón hasta el final, han dado nombre a algunos niños y adoptado a un paciente diabético, donaron sangre más de una vez, han sido modestos, sencillos y humildes”, ofreciendo una gran lección de alto espíritu internacionalista y demostrando “que nuestra lucha es justa y no está aislada”.

Lo hecho no puede describirse completamente con exactitud porque algo puede olvidarse, agregaba el alto dirigente antes de subrayar que la presencia y la actitud de la brigada médica cubana habían hecho que la población creyera más en la dirección del Comité Central, en el Frente Patriótico, en los revolucionarios y en la victoria.

“Es un discurso que he leído como 15 veces”, reconoce el Miembro de Honor de las sociedades cubanas de Pediatría y Nefrología, quien ya con 90 años de edad y una memoria privilegiada no duda en afirmar que en aquella lejana nación encontró “gente tan noble, tan humilde, que me enseñó a ser más hombre, mejor ser humano y más “Cheísta”.

DISPUESTOS A CORRER LA MISMA SUERTE

En su libro “Memorias de un médico cubano”, publicado en 2012 por la Editorial Ciencias Médicas, y específicamente en el capítulo titulado Solidaridad, el reconocido pediatra reproduce palabras pronunciadas por el Guerrillero Heroico, Ernesto Che Guevara, las cuales “han sido siempre una consigna en mi pensamiento”.

Lo importante, dijo el Che, no es solo estar de acuerdo con ellos, sino estar dispuestos a correr su misma suerte. Y fue por eso que, guiado por su espíritu solidario y “Cheísta”, López se ofreció voluntariamente para acudir al llamado de ayuda médica formulado a las autoridades cubanas por el Frente Patriótico Lao.

No sería ésta su primera misión internacionalista, pues tres años antes, cuando en devastador terremoto asoló Perú en 1970, prestó su colaboración en la localidad de Huanchay, situada a unos cuatro mil metros sobre el nivel del mar. El viaje a Laos junto a los otros siete integrantes de la primera brigada médica cubana que trabajaría en el territorio liberado de aquella nación asiática fue agotador, pues de La Habana volaron a Praga, de ahí a Moscú y desde este último a Hanoi, con escalas en Teherán, Bombay y Vientiane.

En Hanoi permanecieron varios días antes de trasladarse por tierra hasta la localidad laosiana de San Newa, en la provincia Hoaphanh, donde prestarían sus servicios en el hospital Amistad Vietnam-Laos, establecido en una gruta abierta en el interior de una montaña. También dos cuevas serían las viviendas del pequeño contingente médico cubano.

De cómo sería su trabajo allí les explicó el director del hospital, Pommeck Dalaloy, quien, según relata López con admiración, estudió Medicina en París, podía comunicarse en varios idiomas y resultaba ser un hombre muy inteligente y afable.

Además de los cuatro galenos cubanos, en la zona liberada había solo otros seis médicos vietnamitas y laosianos. Y junto a López viajaron también dos enfermeras (las que trabajaban en aquel hospital eran todas muy jóvenes y con poca preparación), un técnico anestesista y otro de laboratorio clínico.

HECHO INÉDITO EN LA HISTORIA DE LA MEDICINA

Con la llegada de la brigada médica cubana, el hospital de San Newa se convirtió también en una unidad docente. “El que sabe enseña y el que no, aprende” fue la consigna que enarbolamos todos, relata López, quien rememora las provechosas lecciones aprendidas de un cirujano y un anestesista vietnamitas, ambos excelentes profesionales y gente muy culta.

Además, fuimos testigos allí de un hecho inédito en la historia de la medicina del cual fue protagonista nuestro compañero Pablo Ferrer (ginecobstetra), quien en una ocasión al advertir la presencia en una camilla de una mujer embarazada, con el útero roto y el feto en la cavidad peritoneal, sugirió realizar con urgencia una intervención quirúrgica.

La paciente, recuerda López, había sufrido una pérdida importante de sangre, estaba camino del shock hipovolémico con gran compromiso periférico, y a punto de colapsar el funcionamiento de los órganos vitales.

Una vez iniciada la intervención y detenido el sangramiento, se hizo necesaria una transfusión de sangre del tipo B negativo… pero, por supuesto, en el hospital no había banco de plasma y el único de los presentes con ese tipo de sangre era Pablo, quien se ofreció con gusto a donar 500 gramos.

Terminada la operación nos fuimos a la cueva a descansar, dejando a la paciente al cuidado de una enfermera y el técnico anestesista, rememora el doctor, que rato después -al despertarse- notó con sorpresa la ausencia de Ferrer y de Arturito (González), el técnico de laboratorio.

Sucedió que la mujer había sufrido una recaída y necesitaba más sangre, por lo que Ferrer volvió al hospital para donar otros 500 gramos, cuando no habían transcurrido siquiera seis horas de la anterior donación.

Fue la primera y única vez, que yo conozca, en que un cirujano opera a una paciente y dona dos veces sangre para salvarle la vida. Ese es un hecho inédito en la historia que no se recoge en ningún libro, reafirmó.

Anécdotas no faltaron en esos 16 meses de arduo trabajo en la zona liberada de Laos.

López recuerda, por ejemplo, las dificultades conque tropezaba la enfermera Dionisia Cuza para enseñar a una joven cómo detectar y determinar el pulso, pues ésta siempre decía números diferentes y alejados de la realidad. Hasta que la muchacha confesó que el problema era que no sabía contar.

O el apoyo que le solicitó la otra enfermera de la brigada, Petra Abreu, para establecer como norma que en el salón de operaciones no se podía fumar, lo que fue fácilmente aceptado por todo el personal.

E incluso, el interés del anestesista Gilberto Vega por dar una conferencia sobre el uso y abuso de los barbitúricos, del cual desistió días después al constatar que en el quirófano no contaban con oxígeno medicinal, sino que los pacientes intubados se ventilaban solo con el aire de la caverna.

El doctor Julio López fue además el primer médico cubano en diagnosticar el dengue, precisamente en una paciente laosiana, y también el primero en padecerlo allí. Tan mal estuvo que trataron infructuosamente de trasladarlo a Hanoi, e incluso vino a intentar persuadirlo el propio Shiton Kommadan.

Yo no me voy a morir aquí, le dije a Kommadan. “Sería una burla a mis deseos de venir como médico a la zona liberada de Laos y morir ridículamente de una enfermedad viral”… y la vida le dio la razón.

Hoy el doctor Julio López rememora con emoción, y a veces hasta con una lágrima que escapa de sus ojos, aquellos 16 meses en los cuales, junto a siete colegas con quienes quedó unido para siempre, trabajaron, rieron, aprendieron, enseñaron y vencieron todas las dificultades, en un lejano país “que tengo en mi corazón. Amo a Laos”.

arb/mpm

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