La pistola humeante de esta tragedia apunta el fenómeno climático El Niño, causante de una sequía brutal que seca los cultivos, la mayoría de ellos de subsistencia, en la regiòn sur de Àfrica.
Entre los casos más dramáticos, y gráficos, de la magnitud del problema aparece el de Burundi, un Estado sin salida al mar del África oriental enclavado en la región de los grandes lagos.
Semanas atrás, agobiado por la gravedad de la crisis provocada por la escasez de precipitaciones y carente de recursos para enfrentarla, el gobierno burundés declaró el estado de emergencia nacional y pidió ayuda humanitaria al mundo para evitar una hambruna.
El drama se repite con frecuencia como en el caso de Malawi, localizado en el sureste del continente donde los ciclos de sequía e inundaciones se alternan, como en una danza diabólica cuya apoteosis es la destrucción del país.
En Zimbabwe, más al sur, la situación tiene los mismos ribetes trágicos ya que los cultivos de té, una de las principales fuentes de ingreso en monedas fuertes, mueren cada día por falta de lluvia y la escasez de sistemas de riego, que son caros y difíciles de instalar.
En ese país la sequía destruyó además muchas de las minúsculas fincas que permiten subsistir a miles de familias en un país donde alrededor del 60 por ciento de sus 15 millones de habitantes reside en zonas rurales en las cuales la agricultura es la principal vía de alimentación e ingresos.
En este escenario los niños son las víctimas y, con ellos el futuro de sus países, ya que un gran número de ellos tienen que abandonar los estudios por no poder pagar las matrículas, uniformes y algún alimento que les permita pasar largas jornadas en la escuela y, después, emprender el a veces largo camino de retorno a sus casas.
Cálculos de agencias especializadas de la ONU cifra en 580 mil la cantidad de menores zimbabwenses en riesgo inmediato de sufrir malnutrición en un grado que afectará su crecimiento y desarrollo intelectual.
Sin embargo, està en modo alguno es la peor de las inquietudes de Zimbabwe: la falta de lluvias pone en riesgo a unos dos millones de niños de tener que abandonar los estudios, obliga a un número crecido a perder días de clases y ha forzado a 45 mil a salir del sistema educacional.
Y dentro de la generalidad, el caso de las menores del sexo femenino obligadas a dejar las aulas por causas tan ajenas en otras latitudes como asumir el cuidado de sus hermanos menores mientras ambos progenitores salen en busca de algún trabajo para sufragar los gastos indispensables del día.
O por razones tan incomprensibles en otras latitudes como la escasez de agua para lavar las ropas durante sus ciclos menstruales.
Por paradojas del cambio climático mientras este panorama sombrío marca la cotidianidad en naciones meridionales, en zonas del este continental portentosos aguaceros que se extendieron durante semanas arrastraron con sus aguas tumultuosas decenas de vidas, casas, cultivos y carreteras.
Fueron semanas sin precedentes de un drama que tiende a repetirse con mayor frecuencia para encontrar siempre el mismo terreno fértil: pobreza, subdesarrollo, escasez de recursos materiales y humanos para hacer frente a las adversidades climáticas. Debe existir un sentido de urgencia sobre la magnitud y consecuencias humanas de la crisis, dijo a la prensa un portavoz del Fondo Internacional de la ONU para la Infancia, Yves Willemot.
Los conflictos en Sudán y en Ucrania acaparan la atención de la opinión pública, pero el grado de sufrimiento, presente y futuro que causan estos fenómenos serán cada vez más visibles con el paso del tiempo, cuando ya no tenga solución, añadió el funcionario.
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