Por María Julia Mayoral
De la redacción de Economía
Para el período 2024-2025 resulta previsible que el avance, en términos de Producto Interno Bruto (PIB), será inferior al promedio de la década de 2010 en casi el 60 por ciento de las economías, las cuales comprenden a más del 80 por ciento de la población planetaria, estimó el Banco Mundial en junio de este año.
A juicio de la institución de Bretton Woods, el crecimiento del PIB global se mantendrá estable en un 2,6 por ciento durante 2024, antes de aumentar poco a poco hasta alcanzar un promedio de 2,7 puntos porcentuales en 2025-2026.
No obstante, una de cada cuatro economías en desarrollo continuará siendo más pobre de lo que era en vísperas de la pandemia de la Covid-19; una proporción que sube al doble en los Estados envueltos en situaciones de fragilidad y conflicto, indicó.
De acuerdo con el organismo, la región de Asia oriental y el Pacífico podría experimentar este año una expansión del PIB en torno a 4,8 por ciento, mientras el porcentaje sería del tres por ciento en Europa y Asia central.
Para la zona de América Latina y el Caribe calculó 1,8 por ciento, así como un alza de 2,8 por ciento en el conjunto de Oriente Medio y Norte de África, del 6,2 por ciento en Asia meridional y del 3,5 por ciento en África subsahariana.
UNA RECETA MANIDA
La creencia generalizada de que el aumento del PIB resolverá la pobreza es errónea y lleva al mundo por un camino peligroso, advirtió el pasado 2 julio un experto independiente de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Durante décadas se ha utilizado “la misma y manida receta”: primero hacer crecer la economía y luego utilizar la riqueza para combatir la miseria, lamentó el Relator Especial de la ONU sobre la pobreza extrema y los derechos humanos, Olivier De Schutter.
Esto, opinó, ha servido “un plato intragable: un mundo al borde del colapso climático en el que una pequeña élite posee una fortuna escandalosa mientras cientos de millones de personas se despiertan cada día con los horrores de la pobreza extrema”.
En un informe dirigido al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, De Schutter documentó la destrucción medioambiental y la desigualdad extrema causadas por el pensamiento político y económico dominante.
Nuestra fijación con el crecimiento es corta de miras y solo está haciendo más ricos a los ricos mientras devasta los sistemas que sostienen la vida en el planeta, dijo el profesor universitario.
El PIB y la adicción al consumismo se han convertido en peligrosas distracciones de lo que es realmente importante, la capacidad de las personas para llevar una vida digna en una Tierra habitable, juzgó.
Eso significa, redondeó, garantizar un conjunto de prerrogativas fundamentales para todos, incluidos el acceso a los servicios sociales y el derecho a un medio ambiente limpio, sano y sostenible.
En un mundo moldeado por el colonialismo, sopesó el analista, la creación de riqueza en los países de renta baja depende en gran medida de la explotación de mano de obra barata y de la extracción de recursos naturales, a menudo para producir bienes para el Norte Global y pagar la deuda externa.
Incluso, subrayó, en los países de renta baja, donde el crecimiento sigue siendo necesario y debe apoyarse, el desarrollo no debe equipararse al crecimiento del PIB, sino a un mayor bienestar social y ecológico.
El documento presentado por De Schutter pide la reestructuración y condonación de la deuda y la financiación de servicios públicos universales mediante impuestos progresivos sobre la herencia, la riqueza y el carbono, así como una mayor cooperación internacional contra la evasión fiscal.
ENDEUDAMIENTO Y FLUJOS FINANCIEROS
Dos quintas partes de las 35 economías pertenecientes al conjunto de los pequeños Estados corren un elevado riesgo de sobreendeudamiento o ya lo padecen, reconoció el Banco Mundial en junio del presente año.
Esos pequeños Estados, con poblaciones de 1,5 millones de habitantes o menos, “experimentan dificultades fiscales crónicas” y sus índices de endeudamiento llegan al doble de los registrados en otras economías en desarrollo, expuso la institución.
Tampoco debería pasarse por alto que uno de cada tres países en desarrollo gasta más en pagar a los acreedores que en áreas críticas para el desarrollo humano, advirtió en junio pasado la agencia ONU Comercio y Desarrollo (conocida anteriormente como Unctad).
La deuda pública de las naciones pobres llegó a 29 billones de dólares en 2023, equivalentes a alrededor de 30 por ciento del total global, pero según las evaluaciones de Naciones Unidas, el problema no es solo la elevación en cifras absolutas, sino su creciente celeridad.
La participación de los países en desarrollo en la deuda pública mundial, ejemplificó, pasó de 16 por ciento en 2010 a 30 en 2023, debido, entre otras razones, al mayor costo del dinero adeudado por las subidas de las tasas de interés.
“Los países en desarrollo no deben ser obligados a elegir entre servir a su deuda o a su gente,” opinó la Unctad, que exhortó a cambiar la arquitectura financiera internacional a fin de asegurar “un futuro próspero tanto para la gente como para el planeta”.
En 2023, la deuda pública global alcanzó los 97 billones de dólares, es decir, 5,6 billones más que en 2022, precisó.
A la luz del análisis, el alza de las tasas de interés agravó la situación y la peor carga recayó sobre las naciones pobres y vulnerables, entre ellas las africanas, con menos dinero disponible para cuestiones básicas como salud, educación y acción climática
En total, el servicio de la deuda se elevó a 847 mil millones de dólares, señaló la entidad de Naciones Unidas; en cambio, los flujos de Inversiones Extranjeras Directas (IED) hacia países en desarrollo bajaron en siete por ciento en 2023, hasta 867 mil millones de dólares.
El mayor retroceso de las IED, avaló, tuvo lugar en la región asiática con ocho puntos porcentuales frente al saldo 2022; en tanto, la merma en el conjunto de África fue de tres por ciento y del uno por ciento en América Latina y el Caribe.
La evaluación alertó igualmente sobre el descenso mundial de la nueva financiación en sectores relevantes para los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que cayó más de 10 por ciento el año pasado.
En condiciones restrictivas de financiación, el número de acuerdos internacionales para respaldar proyectos fundamentales de infraestructura y servicios públicos, como la electricidad y las energías renovables, se redujo en una cuarta parte, remarcó.
Según confirmó la Unctad, el declive de 10 por ciento de la inversión en sectores vinculados a los ODS afectó fundamentalmente a los sistemas agroalimentarios, el suministro de agua y los servicios de saneamiento.
Otra arista relevante del tema es el comportamiento de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD): aunque a escala global alcanzó niveles históricos en 2022, bajó para más de 70 países en desarrollo, hogar de cerca de tres mil millones de personas, notificó en abril de 2024 el Grupo de Respuesta a las Crisis Mundiales de la ONU.
Para millones de seres humanos, la AOD representa acceso a electricidad, atención médica y comida en la mesa, y debería constituir la fuente de financiamiento exterior más estable y predecible para los países en desarrollo; sin embargo, en 2022 disminuyó en cuatro mil millones de dólares, lo cual representó un declive del dos por ciento, explicó la Unctad.
Durante ese año, los miembros del Comité de Ayuda al Desarrollo dedicaron apenas el 0,37 por ciento de su renta nacional bruta a la AOD, pero si hubieran cumplido el compromiso de aportar el 0,7 por ciento, podrían haber casi duplicado los flujos de ayuda a las naciones pobres.
La situación más crítica la padecieron los países menos adelantados (PMA): en 2022, los flujos de ayuda a los PMA disminuyeron cuatro por ciento, hasta 62 mil millones de dólares. Este descenso se produjo tras la disminución del ocho por ciento durante el año precedente.
Como resultado, la participación de los PMA en la AOD mundial disminuyó en 22 por ciento en 2022, la proporción más baja en más de una década, valoró Naciones Unidas.
Además, de manera creciente, la ayuda es otorgada mediante préstamos en condiciones favorables en lugar de subvenciones, lo cual eleva la onerosa carga de la deuda, demostraron los datos de la Unctad.
Unos tres mil 300 millones de personas, más de 40 por ciento de la población mundial, residen en Estados que destinan más recursos al pago de intereses de la deuda que a la educación o la sanidad, argumentó la fuente.
Si bien hay consciencia sobre las asimetrías e injusticias, el orden económico y financiero internacional sigue operando como la ley del embudo, con las desventajas recayendo una y otra vez sobre los pueblos del Sur Global.
arc/mjm