Por Roberto Molina
Periodista de Prensa Latina
Confieso que, aunque intenté mantenerme en modo risueño y jaranero, en realidad estaba pasando por un ataque nervioso ante la realidad que debía enfrentar y así fue cuando entré a su cuarto y contemplé de cerca aquel deteriorado -y mutilado- físico del José Dos Santos que todos conocimos cuando llegó a Prensa Latina, si no recuerdo mal en 1969: alto, corpulento, de “buena pinta”, jocoso, amante del baloncesto.
Extremadamente delgado, pura piel y huesos, con aquel muñón copiosamente vendado muy por encima de la rodilla, lo único robusto que podía exhibir. Era la imagen que había previsto, pero que me negaba a aceptar, propia -creía yo- de una persona acabada para la que ya solo quedaba la resignación y la abulia.
Pero solo un minuto de plática me mostró que estaba equivocado y, además, que no lo conocía tanto como yo creía.
Además de bromear sobre su estado, sonreír permanentemente y gesticular con inusitado ánimo, me habló tanto y tan convencido de que había superado una etapa y estaba solo en los inicios de otra, sobre la cual desgranó tantos proyectos e iniciativas que me sacó de mis aprensiones y me estimuló a seguirle la rima y hablar de los míos, porque él no concebía que no los tuviera.
Guardo en mi mente el momento en que quería sentarse a la silla a orillas de la cama, con mil dificultades, cuando intenté ayudarlo y me rechazó rotundamente: “No, debo hacerlo yo solo, tengo que aprender, porque no siempre tendré a alguien aquí”.
Fue ese primer encuentro “postoperatorio” el que me convenció de que no tenía derecho alguno a la pasividad y la tranquilidad después de sentir, más que escuchar, la impetuosidad del verbo y la acción de Dos -como le llamábamos abreviadamente en Prela- a solo horas de atravesar por un proceso tan traumático.
Confieso que su actitud ante las adversidades me trajo a la mente la historia de vida de un periodista y escritor soviético, Nikolai Ostrovski, cuyos libros Así se templó el acero y Nacidos de la tempestad devoré en mi adolescencia y juventud.
Desde esa primera visita lo frecuenté en varias ocasiones, conversamos mucho en persona y casi a diario a través de llamadas, mensajes y publicaciones en las redes, así como me dediqué a llevar viejos amigos a su casa y reactivar contactos tras las largas pausas que impusieron la pandemia y la compleja situación imperante en el transporte.
Mi último encuentro personal fue hace una semana, cuando charlamos largamente en lo que yo creí debía ser “una visita de médico”, pero era siempre imposible no departir con él sobre sus colaboraciones en radio, en el mundo del jazz, la situación del barrio, que fue el de su infancia, así como la de la capital y el país.
También, de diversos temas internacionales como el conflicto en torno a Ucrania o la situación en Gaza, el rumbo electoral en Estados Unidos, en fin, sobre todo lo humano y lo divino que nos inquieta.
Y siempre hacíamos un “pase” por la trayectoria de ambos en PL, pues aunque estuvo muchos años en la dirección de la UPEC y después en Bohemia, nunca dejó de sentirse prensalatinero, pensar como tal y evocar las experiencias que le proporcionaron los muchos años allí, desde que ingresó como un principiante auxiliar de redacción, su labor en varias corresponsalías y en coberturas del más alto nivel, su desempeño como vicepresidente para la Información y la última etapa como jefe de las Relaciones Internacionales de la agencia.
Personalmente me correspondió compartir con él cuando como jefe del Departamento de Fotografía, a pocos meses de entrar en la agencia, participó en el mismo 1970 en un foro internacional en Praga, donde me encontraba como segundo corresponsal y representante de la UPEC ante la Organización Internacional de Periodistas (OIP).
La vida nos juntó muchas veces en labores profesionales en la RDA, la atención a nuestros corresponsales en Europa Oriental, movilizaciones voluntarias y adiestramiento de milicias en Cuba, su gestión como dirigente de la UPEC, en la FELAP en Argentina y muchas otras oportunidades.
Y en gran medida a él le debo haberme convencido -porque yo tenía mis dudas y así se lo hice saber en su condición de jefe mío- para que aceptara asumir la corresponsalía en la ONU en 1994.
Hoy, 22 de julio, a solo siete días de haber sostenido con él otro de esos animados diálogos, llega la lamentable noticia de que ha fallecido nuestro colega, compañero, amigo José Dos Santos.
No tuve más detalles. Solo de él mismo cuando el sábado me mandó un breve mensaje diciendo: Me agarró el virus. Estoy hecho talco. A ello le respondí con el texto de las recomendaciones sobre el Oropouche circuladas por el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK).
Supe que no quiso ingresar ese mismo día en un hospital y quedó todo combinado para hacerlo este lunes. Pero se agravó repentinamente ayer y la gestión de urgencia no llegó a concretarse.
Quienes lo conocimos, algunos con más profundidad que otros, sabemos de su lucha por la vida, sobre todo después de haber perdido la pierna, lo cual no lo amilanó y siguió trabajando con más empeño que nunca, día y noche, para trasmitir todo lo que consideraba era útil para los demás, en especial a los nuevos pinos en el periodismo y en el mundo de la música, fundamentalmente en el jazz, su pasión demoledora.
Ahí cultivó muchas relaciones y estrechas amistades, siempre cercanas compañías de amor y estímulos en estos últimos años de su fructífera vida y carrera.
Todos los que intentamos hacer periodismo sabemos de su paso por la UPEC como vicepresidente, su intensa labor en el país y allende nuestras fronteras en defensa de ese mundo mejor posible en la información. Por un nuevo orden mundial también en esa esfera.
Su apego a los valores, la ética profesional, la moral socialista y el amor a la esposa, los hijos, la familia, no cejó nunca, ni en sus momentos más complejos y difíciles, tanto en el entorno laboral como en las prolongadas complicaciones de salud.
Vaya a su abnegada compañera María, a sus hijos, nietos y a todos quienes fueron siempre muy cercanos a él y constituyeron las poderosas razones para la lucha por seguir viviendo mi profunda solidaridad en estos momentos de dolor y mi más sentido pésame. ¡Hasta la Victoria Siempre, querido Dos!
arb/rmh