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viernes 4 de octubre de 2024
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Jorge Perugorría: Antes de la fresa y después del chocolate (+Fotos)

La Habana (Prensa Latina) A sus 58 años, la cara masculina más famosa del cine cubano siempre arrastrará las comparaciones con su personaje de Diego en la multipremiada “Fresa y Chocolate”, que lo lanzó a la fama hace ya 31 años.

Por Mario Muñoz Lozano

Jefe de la Redacción Cultura

Cual fotogramas, en las últimas horas debieron correr por la mente del actor Jorge Perugorría tantas imágenes de su vida: la familia, los amigos, pero sobre todo las más de 60 películas en las que ha trabajado, las otras dirigidas, más todo cuanto le queda por hacer

Pichi, como lo llaman cariñosamente sus amistades, acaba de recibir el Premio Nacional de Cine 2024, distinción que reconoce su obra en la gran pantalla, pero también su esfuerzo como gran promotor cultural que impulsa el Festival Internacional de Cine de Gibara, en la oriental provincia de Holguín.

Y su más reciente proyecto, el Festival de Cine y Medio Ambiente del Caribe “Isla Verde”, con sede en la Isla de la Juventud, territorio al sur de Cuba, que tuvo su primicia el pasado año y llegará a su segunda edición del 21 al 27 de abril.

Este habanero universal, nacido el 13 de agosto de 1965, estuvo a punto de ser médico. La idea le dio vueltas en la cabeza varias veces, también jugó en serio con los pinceles y tomó clases de pintura.

Pero en su camino se atravesó una obra de teatro ya terminando el bachillerato, me contó hace ya 18 años en una entrevista para la revista Bohemia, de la cual desempolvo algunos fragmentos a propósito del merecido premio.

Nada tenía que ver su familia con la actuación o el cine. Vio entusiasmado lo que sucedía en el escenario y se dijo: “me gustaría hacer lo que ellos hacen”.

Lástima que ya era tarde para intentar el ingreso al Instituto Superior de Arte (ISA, actualmente Universidad de las Artes) y no queriendo quedarse sin carrera estudió técnico medio en Edificaciones, en el Instituto Politécnico “José Martí”, del municipio capitalino Boyeros.

“Allí comencé a hacer teatro, estuvimos en varios festivales y en uno organizado por Humberto Rodríguez, director del grupo Olga Alonso, este me invitó para que interpretara Romeo. Esa era una de las agrupaciones más prestigiosas del movimiento de artistas aficionados”, dijo.

Ese fue el primer paso serio en su formación como actor. “Por aquellos días fui al ISA e hice el examen de actuación. Recuerdo que Raquel Revuelta (prestigiosa directora y actriz del teatro y el cine cubano) me dijo que eso no se podía hacer, pero que había aprobado.

“Prepárate para las pruebas de Matemática y de Español”, me alertó. Perugorría suspendió la primera y no pudo ingresar al centro de altos estudios artísticos.

Todo lo que sucede conviene, reza un añejo proverbio. Intenso ha sido el itinerario de aquel muchacho del Wajay, que luego se mudó a Santiago de las Vegas -ambos son barrios en las afueras de La Habana.

Cerca de cuatro décadas pasaron desde que Pichi anduviera las aulas del Politécnico José Martí, “donde conocí a Elsita, mi compañera y la madre de mis hijos; entonces trabajábamos de artesanos para darnos el lujo de hacer teatro, no teníamos salario”, me confesó.

Cuatro años compartió con la tropa del director Humberto Rodríguez hasta que pasó a formar parte del grupo Arte Popular, de Eugenio Hernández Espinosa, bajo cuya batuta fue evaluado como actor profesional.

Luego inauguró Teatro Caribeño. Y trabajó con directores de la talla de José Milián, Nelson Dorr, Tomás Piard y Pedro Ángel Vera, “con quien interpreté La perra vida, una de las mejores cosas que hice”. También compartió las tablas con el grupo Rita Montaner y participó en la fundación de Teatro El Público. Antes tuvo una “experiencia extraordinaria” con su director, Carlos Díaz, que hizo una selección de actores para montar la trilogía de teatro norteamericano Zoológico de cristal, Té y simpatía y Un tranvía llamado deseo, “lo más importante que me sucedió en todos esos años”.

-No contabas apenas con preparación teórica…

-Así fue, no alcanzaba el tiempo para aprender de Stanislavski (Konstantin, célebre director de teatro ruso), lo que Humberto nos enseñaba. Siempre nos motivó para que lo estudiáramos y nos daba cursos de preparación e interpretación. Después, con todos esos directores, aprendí un poco más sobre la marcha.

-¿Es tan necesaria la academia en la preparación del actor? Algunos piensan que no, que con eso se nace…

-Cualquier posibilidad de estudio es supernecesaria. No pasé la escuela, pero hice varios intentos. No existe carrera que no requiera de preparación. Y en el caso del artista, la teórica es fundamental, porque más allá de los conocimientos metodológicos que brinda, aporta al ser humano, le abre los horizontes de la historia de la cultura, del arte.

-¿Cómo llegas al personaje de Diego?

-Estaba haciendo televisión, lo más importante fue Shiralad, en el espacio de Aventuras. La actriz Mirtha Ibarra, que trabajaba en la serie, me dijo que Titón (Tomás Gutiérrez Alea, director de cine cubano) estaba haciendo el casting para la película Fresa y Chocolate.

Le conté que el Icaic (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos) no me había llamado. Llevaba años haciendo teatro sin una posibilidad seria en el cine. Ya pensaba que mi carrera se limitaría al teatro. Tenía 26 años.

De visita en la sede de la Uneac (Unión de Escritores y Artistas de Cuba), corría un Festival de Cine, Mirtha me presentó a Titón. Él me dijo que fuera a hacer la prueba. Le expliqué que no me habían invitado. Me respondió que se encargaría de que me citaran. Y así fue.

Cuando me presenté iba pensando en el personaje de David. Conocía el cuento de Senel Paz (El lobo, el bosque y el hombre nuevo), en el que se basó el guion de la película, y creí que era con el que más posibilidades tendría.

Titón me explicó que andaba buscando a Diego. Aquello me cayó como un jarro de agua fría. Porque siempre pensé que un personaje tan complejo se lo darían a uno de esos monstruos del cine cubano como Adolfo Llauradó, Carlos Cruz…

Ensayé con Carlos Díaz que generosamente me montó la escena, a pesar de que él también se había presentado para el personaje. Unos días después me aprobaron. Llegaron a mi casa para decírmelo y entregarme el guion. Y comenzó todo.

-¿Qué significó para ti el trabajo con Titón?

-Me marcó como artista y como persona. Trabajó conmigo como si yo fuera un muchacho de la escuela de arte. Me mandaba tareas como actor, desde hacer la biografía, orientarme en la caracterización del personaje, hasta presentarme a personas con las características que pensaba él debía tener Diego. Empecé a trabajar con ellos. Y con un poco de cada uno lo armé.

Pero su influencia no fue sólo a la hora de componer el personaje y hacer la película. Lo acompañé a muchos lugares y eso fue una escuela. Verlo defender sus ideas. Así logré entenderlo más. No puedo negar su influencia en mí. Creo que mi generación fue tocada por su cine y por todas las ideas que generó su obra.

Y hablamos de él, pero también fue fundamental Juan Carlos Tabío, codirector de la película. Su talento en el trabajo con los actores fue indispensable. Experiencia que tuve la suerte de repetir en “Guantanamera”, que la dirigieron juntos, luego en “Lista de espera”.

-¿Qué le debes a Diego?

-Permitirme expresar una serie de ideas que como joven cubano pensaba que era hora de plantear en un escenario, en una pantalla. Cuando hacíamos la película sabíamos que por medio de Diego aportaríamos un granito de arena a la madurez de la sociedad cubana. Esa era una gran motivación, hicimos la película con tremendas ganas de ser escuchados.

-¿Cuán difícil resultó interpretar el papel de un homosexual en una sociedad tan machista como la cubana?

-Imagínate. Elsita y yo teníamos dos hijos. Vivíamos en Lawton (barriada habanera). He vivido en lugares donde el machismo es parte del día a día. Y sabía que eso iba a traerme problemas. Pero me era indispensable hacer el personaje, y eso se imponía al qué dirán. Creo que el artista debe rebelarse ante los prejuicios y dogmas que plantea la sociedad.

-¿No sentías prejuicios hacia los homosexuales?

-Nunca los he tenido. Soy una persona bastante abierta. Respeto mucho al otro. Antes y después de la película he conocido homosexuales que son mis amigos y han compartido el escenario y momentos de su vida conmigo. Siempre he intentado comprender al ser humano y sus complejidades.

-Indiscutiblemente, La Habana es otro de los grandes personajes de la película, ¿qué aprendiste de ella?

-Hasta ese momento era el escenario de mi vida, pero no reparaba en ella. Titón me llevaba a buscar locaciones y hablaba de sus maravillas arquitectónicas. Se paraba, miraba los edificios, sufría porque se pudieran perder. ‘Hay que hacer algo’, decía. Y ese amor, ese compromiso con la ciudad, lo aprendí de Titón y Diego.

-¿Cuáles son las tesis trascendentales de la película?

-Es un canto a la tolerancia desde el respeto, alejados de la negación y del rencor. La película deja claro que podemos ser cubanos, diferentes, y compartir y luchar por nuestra isla.

Otro es el respeto a la diferencia, pero no sólo hacia los homosexuales, sino hacia todo aquel que piense diferente a uno. Tienen el mismo derecho de contar con un espacio en nuestra sociedad y de aportar lo mejor de sí para Cuba.

Importante además es el mensaje de ese abrazo de reconciliación que se dan Diego y David. Creo que es de los momentos trascendentales del cine cubano.

-Viajaste mucho con la cinta, ¿qué significó para Cuba?

-Muchísimo. Ganó en el Festival de Berlín, se estrenó en Europa, compitió en los Oscar… De pronto, la película ofrecía una visión diferente de lo que en muchos lugares se pensaba que era nuestra sociedad. Estaba tan desvirtuada la imagen de Cuba que para muchos fue una esperanza verla.

Se enfrentaban a una Cuba viva, llena de contradicciones, conocieron debates que algunos creyeron perdidos por la Revolución. La idea que tenía una parte del mundo era la de una Cuba inmóvil, donde sucedía lo mismo que en el bloque socialista europeo. La película sirvió para romper esa imagen.

-Pero el cine cubano nunca ha estado ajeno de los problemas sociales, la película no funda esa línea…

-Es cierto, está en la misma cuerda, pero fue la primera vez que una película cubana tuvo una proyección internacional tan fuerte. Hasta ese momento nuestro cine sólo había llegado a los circuitos de salas de arte, festivales de cine y eso es un público elite. “Fresa y Chocolate” rompe esa barrera.

Por primera vez una película nuestra rompe récord de taquilla en España, en parte de Europa, es nominada a los Oscar y se estrena comercialmente en el resto del mundo. Alguna gente nos preguntaba que si era la primera película con esa tónica que se hacía en Cuba.

Respondíamos que no, que debían acercarse a la obra de Titón, de Juan Carlos Tabío, de Humberto Solás, de Julio García Espinosa… la obra de la mayoría de los cineastas cubanos. El camino de nuestro cine ha sido de compromiso con la sociedad.

-Han pasado años de Fresa y Chocolate, han llovido muchos personajes, ¿con cuáles te quedas?

-Siempre arrastraré la comparación con Diego. Pero ese es un clásico de la dramaturgia, desde el mismo cuento de Senel Paz, una obra maestra. Y esos personajes tan bien escritos pocas veces aparecen en la carrera de un actor.

Me siento satisfecho con haber decidido seguir haciendo cine cubano. Estoy feliz de las oportunidades que me ha dado, comentó. Pasaron cerca de dos décadas de ese diálogo y desde entonces Perugorría ha actuado en más de 60 filmes.

Destacan “Che”, de Steven Soderbergh; “Amor vertical”, de Arturo Sotto; “Lista de espera”, de Juan Carlos Tabío; “Cuatro Estaciones en la Habana”, y “Derecho de asilo”, de Octavio Cortázar, entre muchos otros.

El actor también incursionó en la dirección cinematográfica y de su autoría son las películas “Afinidades”, “Amor Crónico”, “Se Vende” y “Fátima o el parque de la Fraternidad”.

En la televisión, en 2013 protagonizó las tres temporadas de la serie Lynch, producida por Fox Telecolombia, rodada en Colombia y Argentina.

También se aficionó a la pintura y desde 2001 comenzó a presentar exposiciones con su obra en Cuba, España y Estados Unidos. A finales de 2015 inauguró la Galería Taller Gorría, un proyecto cultural de arte con sede en La Habana Vieja.

-¿Con tanto éxito no has pensado en vivir fuera de Cuba?

-No, eso jamás. Al contrario, he tenido la suerte de tener muchas oportunidades de trabajo, pero también la de hacerme mi familia y mi espacio en la isla. Haber tomado esa decisión de seguir viviendo aquí tiene implícita la de continuar vinculado al cine cubano. Las dos cosas van juntas.

-¿No te han seducido otras cinematografías?

-Pienso que el cine más importante es el nacional, de donde sea. Cada país debe tener una cinematografía que lo represente. Porque el cine es un instrumento trascendental en la defensa de la identidad, es el testimonio en imágenes y sonidos de lo que somos. Cuando hablo con los jóvenes de cualquier parte se los digo. Le doy tanta importancia a eso que le dedicaré mi vida al cine cubano.

arb/mml

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