El camino hacia ese crimen comenzó en 1993 con las negociaciones secretas en la capital noruega, que desembocarían en la Declaración de Principios sobre Arreglos Provisionales de Autogobierno palestino o simplemente conocida como los Acuerdos de Oslo.
Rubricado en Washington en septiembre de ese año, el documento supuso el primer pacto formal entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), y fue un paso concreto para alcanzar la esquiva paz.
Entonces el apretón de manos público entre Rabin y el líder de la OLP, Yasser Arafat, fue un símbolo del diálogo y una esperanza de silenciar los fusiles, aunque pronto se convirtió en apenas una anécdota más en el conflicto árabe-israelí.
Los pocos derechos otorgados a los palestinos por el texto, incluida la formación de un autogobierno en ciertas áreas de los territorios ocupados, fueron intolerables para la derecha israelí, siempre dispuesta imponer manu militari su visión conservadora y expansionista.
El texto ni siquiera abordó el futuro de la ocupada Jerusalén Este, los refugiados palestinos, las colonias judías o las fronteras, pero ese sector, con una fuerza creciente en Israel, intentó desde un primer momento impedir la ejecución del pacto.
Según el documento, tras un periodo de cinco años comenzarían las “negociaciones sobre el estatuto permanente” para llegar a un acuerdo final que nunca ocurrió…
Un halcón disfrazado de paloma
Durante su dilatada carrera primero como militar y luego como político, Rabin siempre fue partidario de la línea dura contra los palestinos, aunque tras la muerte, incluso durante los últimos años de vida, gozó de un aura de paloma, siempre dispuesta a realizar “concesiones” para lograr la paz.
Su visión del conflicto quedó patentizada mientras fungía como ministro de Defensa al inicio de la primera Intifada (levantamiento palestino) en 1989, cuando ordenó “romper los huesos” de los manifestantes.
Durante la campaña electoral de 1992 prometió que nunca permitiría un Estado palestino viable, solo una autonomía limitada.
Es difícil saber lo que Rabin imaginó como una solución permanente entre Israel y los palestinos, pero según sus palabras en ese momento, probablemente nunca tuvo la intención de llegar a una, estimó Ori Wartman, miembro del Instituto de Estudios de Seguridad Nacional.
El Proceso de Paz de Oslo es un nuevo instrumento para alcanzar los tradicionales objetivos israelíes, afirmó públicamente Rabin en una ocasión.
Ese fue el objetivo del diálogo entablado con los palestinos, mientras intentaba lavar la imagen de Israel ante la comunidad internacional, cada vez más crítica por la represión en las zonas ocupadas.
“Tanto él (Arafat) como la OLP son el último vestigio del nacionalismo palestino secular. No hay nadie más con quién tratar. O es la OLP o no es nadie”, expresó una vez, según un libro publicado por quien fuera su asesor, Yehuda Avner.
El enemigo de Dios
Sin apenas secarse la tinta de los acuerdos de Oslo, la derecha israelí lanzó una campaña sin precedente para impedir su cumplimiento con movilizaciones y acciones de protestas por toda la geografía nacional.
Uno de los objetivos centrales fue demonizar a Rabin, a quien tildaron de traidor y rodef, quien, según la ley judía, es un asesino que puede ser eliminado por cualquier persona para evitar más crímenes.
La derecha religiosa consideró una herejía abandonar la tierra otorgada supuestamente por Dios y satanizó al político, mientras otros lo tildaron de nuevo Hitler y de fascista.
El ahora primer ministro y entonces líder de la oposición, Benjamín Netanyahu, fue el orador estrella en dos manifestaciones, en las cuales los miles de asistentes corearon una y otra vez “muerte a Rabin”.
En julio de 1995, Netanyahu caminó a la cabeza de un cortejo fúnebre simulado con un ataúd negro en la localidad de Ra’anana.
Fue asesinado con la cooperación de Netanyahu, denunció al cumplirse el 27 aniversario del crimen Merav Michaeli, líder del Partido Laborista que dirigió Rabin.
“Afirmé mi derecho a expresar una posición diferente. No solo era mi derecho, sino también mi deber”, dijo Netanyahu en 2020 a modo de respuesta ante las acusaciones.
Mientras crecía la campaña de descréditos y ataques verbales contra el primer ministro, las agencias de seguridad cada vez mostraban más inquietud.
“El ambiente público es de derramamiento de sangre, vituperios y pasiones inflamadas. Una persona, no necesariamente conocida, no necesariamente un colono, puede levantarse y hacer algo (…) Creo que la atmósfera puede producir asesinos…”, advirtió tres semanas antes del ataque Hezi Kalo, entonces jefe de la división no árabe del Servicio de Seguridad General (Shin Bet).
En ese contexto, Yigal Amir, un estudiante de derecho nacionalista que junto a su hermano Hagai trabajaba en la creación de una milicia antipalestina, decidió matar al jefe de Gobierno, aunque luego afirmaría que nunca fue influido por los rabinos y los sectores más radicales.
Sin embargo, su padre aseguró que el joven abogó por el asesinato porque los rabinos emitieron “un din rodef en su contra”.
Fatídico 4 de noviembre
En respuesta a la retórica belicista de la derecha, unos 100 mil partidarios del proceso de paz se concentraron el sábado 4 de noviembre de 1995 en la Plaza del Rey de Tel Aviv contra la guerra.
En un ambiente festivo y alegre, los asistentes escucharon el discurso de Rabin, quien, otra vez, defendió el pacto y afirmó la necesidad de silenciar las armas.
El clímax emocional llegó cuando la veterana cantante Miri Aloni entonó Shir LaShalom (Canción por la Paz), devenida himno del movimiento pacifista israelí.
Tras el mitin, Rabin abandonó el escenario y se dirigió con su escolta y acompañantes al auto que lo esperaba, y allí también lo aguardaba Amir.
A las 21:45 hora local, Amir disparó dos tiros con su Baretta 84F: uno alcanzó a Rabin en la parte inferior de la espalda, le rompió el bazo y le perforó el pulmón izquierdo; el otro le atravesó la caja torácica y le perforó el pulmón derecho. Una tercera bala hirió al guardaespaldas, Yoram Rubin.
El primer ministro fue trasladado de urgencia al cercano al hospital Ichilov, pero allí fue imposible salvarle la vida, relató luego Yosef Klausner, entonces jefe de cirugía del centro médico.
Yigal Amir fue sentenciado a cadena perpetua, mientras que su hermano Hagai Amir y Dror Adani, a 16 y siete años, respectivamente.
Luego Hagai recibió un año adicional de prisión por amenazar con matar al primer ministro Ariel Sharon.
Ríos de tinta corrieron a lo largo de los años sobre este asesinato, que muchos consideran fatal para un acuerdo con los palestinos.
Es difícil calibrar el alcance real de su muerte, aunque es cierto que, con el transcurso de los años, los sucesores enterraron poco a poco el pacto hasta hacerlo prácticamente insulso e irrelevante.
¿Era su objetivo? Imposible de saber, aunque Rabin tuvo el mérito de haber firmado por primera vez un pacto con los palestinos, pese a las profundas limitantes al no otorgarles la independencia ni finalizar una ocupación que ya dura décadas.
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