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viernes 8 de noviembre de 2024
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En torno al aniversario del desembarco de Normandía

Caracas (Prensa Latina) Aunque la vorágine de acontecimientos internacionales es muy intensa, trato de escribir solo un artículo a la semana para no atiborrar a mis lectores con tanta información. Esta semana era inevitable comentar el triunfo de Claudia Sheinbaum y de la alianza que va a dar continuidad al gobierno de López Obrador en México.

Sergio Rodríguez Gelfenstein

No obstante, he visto con asombro el burdo y vergonzoso show de celebración del 80 aniversario del desembarco en Normandía en Francia, suponiendo que el mundo está lleno de estúpidos que no se dan cuenta que están intentando tergiversar la historia. Me parece que algo hay que decir. Pero como no me da tiempo de escribir algo nuevo, recuperé un artículo que escribí en junio de 2014 con el mismo motivo, cuando se cumplieron 70 años del hecho. Creo que tiene validez y actualidad. Al final una pequeña nota de comentario:

La otra cara del desembarco de Normandía

Sergio Rodríguez Gelfenstein

Entre agosto de 1942 y febrero de 1943 se desarrolló el enfrentamiento bélico de mayor dimensión en la historia de la humanidad. La batalla de Stalingrado produjo un poco más de dos millones de bajas entre soldados de ambos ejércitos y civiles soviéticos.

La victoria soviética significó un punto de inflexión en la intención nazi de derrotar a ese país y el inicio de una contra ofensiva de las Fuerzas Armadas al mando del mariscal Zhukov, que no se detuvo hasta la victoria definitiva en Berlín en mayo de 1945. En esa medida, Stalingrado, encarnó un cambio en la correlación estratégica de fuerzas de la segunda guerra mundial y la convicción de Occidente que el poder soviético no iba a caer por la fuerza avasalladora del ejército nazi, aspiración suprema de las fuerzas aliadas que durante los dos años anteriores miraban con ambición no oculta que ese hecho ocurriera.

Intentando contener a las tropas soviéticas, en julio de 1943 Hitler ordenó el ataque de sus principales fuerzas, lo que dio origen a la Batalla de Kursk (en territorio ucraniano), considerada la de mayor dimensión en cuanto a la participación de blindados (ocho mil) y de aviones (cinco mil) entre ambos contendientes. Los soviéticos pasaron a la ofensiva y entre julio y agosto lograron derrotar a la mayor agrupación de fuerzas alemanas sobrevivientes de Stalingrado convenientemente reforzadas por Hitler. La derrota en Kursk fue el último intento nazi de pasar a la ofensiva en el frente oriental.

De inmediato, el mando soviético ordenó dar continuidad a la contra ofensiva para aprovechar el alto grado de desmoralización que produjeron las derrotas del ejército nazi en Stalingrado y Kursk, por lo que entre agosto y octubre de 1943 se desencadenó la Batalla de Smolensk que ocasionó alrededor de 250 mil bajas alemanas y de sus aliados y 400 mil entre soldados y civiles soviéticos. Esta contienda permitió la entrada de las tropas en Bielorrusia iniciando los combates por la liberación de esa república.

Simultáneamente, en agosto de ese año, dio inicio la Batalla del Dniéper. Al finalizar la misma en diciembre, las fuerzas nazis tuvieron un millón 700 mil bajas y las soviéticas un millón 250 mil. Este enfrentamiento también está considerado uno de los de mayor dimensión en la historia, con la participación de alrededor de cuatro millones de combatientes entre ambos bandos.

Durante los últimos meses de 1943 y primeros del año 1944 el avance de las tropas soviéticas hacia el oeste se mantuvo indetenible. Fueron liberadas Kiev, Crimea, Odessa, Sebastopol y Nóvgorod, creando condiciones para romper el cerco sobre Leningrado que había durado 900 días ininterrumpidamente desde septiembre de 1941 hasta el 27 de enero de 1944 sin que el alto mando nazi hubiera logrado el objetivo de capturar la ciudad.

Así, el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas soviéticas preparó para el verano de 1944 la Operación Bagratión encaminada a desplazar a los alemanes de Bielorrusia y los países bálticos, liberar totalmente su vasto territorio de toda presencia militar extranjera y entrar a la Europa ocupada a través de Polonia. Esta batalla significó el aniquilamiento total de 17 divisiones del ejército nazi, quedando además 50 de ellas gravemente disminuidas.

La Operación Bagratión basó su éxito en el extraordinario trabajo de la inteligencia soviética que logró detectar los planes alemanes hasta el último detalle, logrando planificar de antemano las operaciones, adelantarse en las mismas y quitarle toda posibilidad de iniciativa al enemigo que se vio sorprendido y sin capacidad de respuesta ante la acometida de las tropas al mando de los mariscales Zhukov, Vasilevsky, Bagramián, y Rokossovsky, y el General de Ejército Iván Chernyajovsky, muerto en combate en Polonia en febrero de 1945.

De manera tal que esa era la situación en los campos de batalla cuando ¡¡¡por fin!!!, el alto mando aliado decidió abrir el frente occidental ejecutando el Plan Overlord y el desembarco en Normandía como parte de él. A partir de ese momento la mitología occidental se ha encargado de transformar el desembarco en Normandía -a través de Hollywood y su gran aparato ideológico y de propaganda- en la “batalla decisiva” de la segunda guerra mundial, adjudicándole a las fuerzas armadas estadounidenses un papel que no le cabe en la historia. No se trata de minimizar la contribución de los aliados en la contienda, pero la realización tardía e interesada del desembarco persiguió objetivos políticos vinculados a la situación que habría de crearse en la posguerra.

Lo cierto es que el sostenido avance soviético en el este despertó inquietud en la alianza atlántica en la carrera por llegar primero a Berlín y, en primera instancia a París, en una Francia que resistía a través de sus partisanos comunistas mientras el General De Gaulle vivía en Londres y refunfuñaba con imprecaciones de toda índole por la demora estadounidense-británica en ejecutar el ansiado desembarco, cuyo retraso amenazaba con poner en entredicho su propia capacidad de liderar el proceso de liberación de Francia.

Debe decirse que a mediados de junio de ese año, la inteligencia soviética había logrado desinformar a Alemania acerca de sus planes en el frente oriental, por lo cual concentraba grandes cantidades de unidades en el este que jamás pudo desplazar al oeste. Además, sus tropas se encontraban diseminadas en un amplio frente de combate que iba desde el Báltico hasta el Mediterráneo, donde aparte de las tropas soviéticas combatían heroicamente fuerzas guerrilleras rurales y urbanas en Italia, Yugoslavia, Eslovaquia, Polonia y Grecia.

Sin desmerecer a los miles de soldados aliados y a los civiles franceses caídos durante y después del desembarco en Normandía, quienes arriesgaron su vida a favor de destruir la plaga del nazismo, la cifra de 214 mil bajas aliadas y de 300 mil alemanes entre muertos y heridos, palidece ante las dimensiones antes relatadas de las épicas jornadas de combate que sufrió la Unión Soviética durante tres años.

Si se pudiera comparar en términos militares, el desembarco en Normandía con las batallas en Stalingrado, Leningrado, Smolensk, Kursk o el Dniéper habría que decir que la primera fue una simple escaramuza, no tanto por la magnitud de las fuerzas militares y el armamento terrestre, aéreo y naval ocupado en las operaciones, sino sobre todo porque, a diferencia de los soviéticos que luchaban por liberar territorio patrio y su pueblo sufría en carne propia los desmanes y la represión indiscriminada del aparato de guerra y represión nazi, Estados Unidos y Gran Bretaña luchaban fuera de su territorio, ocupados en una batalla geopolítica para impedir que el país de los soviets fuera el primero en llegar a Berlín y lograra la gloria de derrotar al Tercer Reich en su propia madriguera. Era parte de la guerra fría y el mundo bipolar.

Es cierto que 45 años después la Unión Soviética fue derrotada y desapareció, que sus líderes de entonces no tuvieron la misma grandeza de los que la condujeron en la Gran Guerra Patria y que su desvanecimiento anunció “el fin de la historia”. Pero esa es una cosa, y otra es que se pretenda por vía cinematográfica tergiversar la historia, construir falsos ídolos y esquilmar a los pueblos de la Unión Soviética el sustantivo aporte que hicieron a la libertad no sólo de ellos mismos, sino de toda la humanidad.

“Honrar, honra”, dijo José Martí y se debe reconocer la honra del presidente francés Francois Hollande cuando durante los actos en conmemoración del 70 aniversario del desembarco aliado el pasado 6 de junio, en las playas normandas destacó “el valor del Ejército Rojo y la contribución del pueblo de la entonces Unión Soviética a la derrota del nazismo en la II Guerra Mundial”. Hollande hizo patente su deseo de “…saludar el coraje del Ejército Rojo que, lejos de aquí, frente a 150 divisiones alemanas, fue capaz de hacerlas retroceder”.

En el acto que contó con la presencia de 19 jefes de Estado entre los cuales destacaban Barack Obama de Estados Unidos y Vladimir Putin de Rusia, Hollande resaltó “…la contribución decisiva de los pueblos de la llamada Unión Soviética” durante esa contienda.

En ese sentido, la agencia Prensa Latina recordaba que “Cuando el mando aliado decidió abrir el Frente Occidental con el desembarco de más de 130 mil efectivos de varios países en Normandía, ya el Ejército Rojo había prácticamente derrotado a las fuerzas alemanas que invadieron a su país, agregando que “La confrontación costó a la hoy extinta Unión Soviética un duro precio de más de 20 millones de vidas humanas, así como la destrucción de una gran parte de su territorio”.

NOTA: El mundo ha retrocedido tanto que solo 10 años atrás, en 2014, los presidentes de Rusia y Estados Unidos podían conmemorar juntos la derrota del nazi- fascismo en Europa. Igualmente, la regresión ha sido tan atroz que hace una década el presidente de Francia reconocía el relevante papel de la Unión Soviética en la derrota de las hordas nazis. Hoy, en 2024, por el contrario, Estados Unidos y Francia apoyan al nazi- fascismo, lo promocionan, arman a sus fuerzas y entrenan a sus soldados. He ahí el paupérrimo nivel del liderazgo occidental, ignorante y genuflexo ante el nazismo, al que apoyan para conducir al mundo a una tercera guerra mundial, suponiendo que, al igual que en 1941, una derrota de Rusia, les va a llevar a la salvación del capitalismo y al sostenimiento de la hegemonía que sustentan.

Rmh/srg

*Licenciado en Estudios Internacionales, Magister en Relaciones Internacionales y Globales. Doctor en Estudios Políticos

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