jueves 9 de octubre de 2025

Guevara, Guatemala y su amigo “El Patojo” (+Fotos)

Ciudad de Guatemala (Prensa Latina) Cuentan que el viajero argentino Ernesto Guevara acostumbraba a caminar la céntrica avenida Simeón Cañas (antes de 1921 del Hipódromo), en esta capital, y sentarse por aquella zona a leer o meditar.

Por Zeus Naya

Corresponsal jefe en Guatemala

Su aspecto era el de un estudiante, y para los conceptos de aquellos años, de uno pobre, muy desarreglado, con camisa arrugada, expresó en una ocasión la maestra y periodista chapina Myrna Torres, su mejor amiga acá.

El pelo castaño oscuro que le caía sobre la frente, con una sonrisa un poco burlona, de hablar muy seguro y a los cinco minutos se daba uno cuenta que tenía cultura grande y talento, detalló.

Entonces, gracias a la economista peruana Hilda Gadea (a la postre su primera esposa), pudo relacionarse con personas cercanas políticamente al gobierno de Jacobo Árbenz (1951-1954), subrayó un escrito titulado Génesis de una leyenda, divulgado por el medio local Prensa Libre.

Ejemplificó que el joven de 25 años intercambió con el ingeniero José Méndez Zebadúa, en aquel entonces director del Instituto de Petróleos, y con Alfonso Bauer Paiz, titular del Banco Nacional Agrario.

Todos sus vínculos de la época lo recuerdan como un gran conversador interesado en filosofía, literatura y, por supuesto, la política. De esos temas habló cuando participaba en las reuniones organizadas por Torres.

Me dijo que él no era un simple turista ni estaba de paso por el país, sino que había llegado precisamente porque le interesaba conocer una revolución latinoamericana, narró Gadea en su obra Che Guevara, años decisivos.

Incluso, antes de llegar, el 10 de diciembre de 1953 en una carta escrita en Costa Rica remarcó: “En Guatemala me perfeccionaré y lograré lo que me falta para ser un revolucionario auténtico”.

En otra misiva, comentó a su madre Celia de la Serna que el “Atitlán no es superior a los lagos del sur argentino, ni mucho menos. A pesar de que no estaba el día para dar un juicio definitivo me atrevo a darlo porque la diferencia es muy grande”.

Después de verlo “me fui a Chichicastenango, donde sí encontré cosas de real interés en la vida de los indios y sobre todo en sus ritos, pero me dio por tomar guaro y comer porquerías y el resultado fue que me conseguí un ataque de asma”, añadió.

En abril de 1954, le envió a Celia: “Lo que no quiero dejar de hacer es visitar las ruinas del Petén. Allá hay una ciudad, Tikal, que es una maravilla, y otra, Piedras Negras, mucho menos importante pero en donde el arte de los mayas alcanzó un nivel extraordinario”.

DE LA PENSIÓN MEZA A MÉXICO

Pernoctaba en su cuartico de la Pensión Meza, algunos días en casa del respetado intelectual nicaragüense Edelberto Torres (padre de Myrna), e igualmente durmió en el suelo de la Casa de la Cultura o en el de la Casa de la Juventud Comunista.

“Sólo tenía un defecto: amusia o incapacidad para reconocer la música, pero, en cambio, nunca lo vi perder al ajedrez”, describió Roberto Castañeda, otro de quienes lo conocieron.

Siempre, siempre, decía lo que pensaba, la verdad, por eso todo el mundo le respetaba, aseveró, citado por varios periódicos de este territorio centroamericano.

Al no tener un puesto fijo, se fue a Puerto Barrios a “la descarga de toneles de alquitrán ganando 2,63 por 12 horas de laburo. Trabajaba de 6 de la tarde a 6 de la mañana y dormía en una casa abandonada a orillas del mar”, confesó a su madre en abril de 1954.

En mayo también a ella le advirtió: “En Guatemala podría hacerme muy rico (…). Hacer eso sería la más horrible traición a los dos yos que se me pelean dentro, el socialudo y el viajero”.

A fines ese mes, precisaron documentos, Guevara salió hacia El Salvador para renovar el visado, lo cual aprovechó para andar en la vecina nación y visitar las ruinas mayas de Chalchuapa, y después las de Quiriguá, estas últimas nuevamente en Guatemala.

Según diferentes versiones, un hecho vino a perturbar su estancia en el país del quetzal: la intervención militar planeada y financiada por Estados Unidos contra el proceso encabezado por Árbenz.

“Destrozo de otro sueño de América”, así calificó Guevara el derrocamiento del presidente chapín, a la vez que sentenció algunas reglas que no debían olvidarse, de acuerdo con la doctora en Ciencias Históricas María del Carmen Ariet.

La traición sigue siendo patrimonio del ejército, y una vez más se prueba el aforismo que indica la liquidación del ejército como el verdadero principio de la democracia (si el aforismo no existe, lo creo yo), contó Guevara a su madre en carta del 4 de julio de 1954.

Árbenz “no pensó que un pueblo en armas es un poder invencible a pesar del ejemplo de Corea e Indochina. Pudo haber dado armas al pueblo y no quiso, y el resultado es este”, acotó más adelante.

Tras asilarse en la embajada argentina, decidió salir en tren por la frontera hacia México, lo despidió Gadea en Amatitlán y lo acompañó el guatemalteco Julio Roberto “El Patojo” Cáceres, el cual resultó más tarde uno de sus hombres de confianza.

La amistad que entablara en esta urbe con el asaltante al cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, Antonio “Ñico” López, aseguraron investigadores, permitió que se sumara al grupo de los expedicionarios del yate Granma.

Destino o casualidad, explicó Ariet, lo cierto es que en México se encuentra de nuevo con López, quien lo conduciría a Raúl Castro y, por su medio, conocería a Fidel en junio de 1955 al ser liberado de las cárceles cubanas.

“Charlé con Fidel toda una noche. Y al amanecer ya era el médico de su futura expedición”, enfatizó el argentino en escritos y entrevistas.

“En realidad, después de la experiencia vivida a través de mis caminatas por toda Latinoamérica y del remate de Guatemala, no hacía falta mucho para incitarme a entrar en cualquier revolución contra un tirano, pero Fidel me impresionó como un hombre extraordinario”.

Las cosas más imposibles eran las que encaraba y resolvía (…) Compartí su optimismo. Había que hacer, que luchar, que concretar. Que dejar de llorar y pelear…, amplió.

EL PATOJO

En Pasajes de la Guerra Revolucionaria, ya para siempre el Che, le dedicó un capítulo a “El Patojo”, quien regresó de La Habana para incorporarse a la lucha armada en su natal Guatemala, donde caería abatido en marzo de 1962.

“En este afanoso oficio de revolucionario, en medio de luchas de clases que convulsionan el Continente entero, la muerte es un accidente frecuente”, apuntó.

Pero la de un amigo, compañero de horas difíciles y de sueños de horas mejores, es siempre dolorosa para quien recibe la noticia y Julio Roberto fue un gran amigo, resaltó.

Era de muy pequeña estatura, de físico más bien endeble; por eso le llamábamos El Patojo, modismo guatemalteco que significa pequeño, niño, agregó.

“El Patojo, en México había visto nacer el proyecto de la Revolución, se había ofrecido como voluntario, además; pero Fidel no quiso traer más extranjeros a esta empresa de liberación nacional en la cual me tocó el honor de participar”.

A los pocos días de triunfar la Revolución, vendió sus pocas cosas y con una maleta se presentó ante mí, trabajó en varios lugares (…), refirió el Guerrillero Heroico.

arb/znc

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