Por Mario Hubert Garrido
Corresponsal jefe en Panamá
Rivera atesora en su casa, en la ciudad capital, anotaciones desde la fundación en 1979 del Partido Revolucionario Democrático (PRD) por el general Omar Torrijos (1929-1981), hasta centenares de sus poemas y libros, muchos sin publicar, y algunos premios de concursos literarios como “Tigrillo rojo, ten cuidado si algún día vives en el Chorrillo”, en alusión a su hijo y aquel pueblo mártir víctima de la invasión militar norteamericana el 20 de diciembre de 1989.
La conversación con Prensa Latina giró sobre temas variados, pero profundizó en el que más le apasiona, la amistad entre Fidel y Torrijos, nacida de la personalidad de ambos líderes para sus pueblos, el continente y el mundo.
Otrora dirigente estudiantil, exministro de Trabajo y Desarrollo Laboral en el gobierno de Martín Torrijos, devino diplomático y se siente un perenne revolucionario a sus 79 años, como él mismo afirma.
Para él, la sugerencia de Fidel de que la justa causa de la recuperación del Canal y el desmantelamiento de bases militares yanquis en el istmo adquiriera apoyo político mundial caló en Torrijos y se concretó con el ingreso de Panamá en 1976 en el Movimiento de Países No Alineados (Mnoal).
Asevera Rivera que luego de las gestiones y campañas emprendidas por el militar en diversos foros de Naciones Unidas y conferencias internacionales, sus relaciones incluso con líderes como el socialdemócrata sueco Olof Palme, de la Internacional Socialista, asesinado en 1986; o el mariscal yugoslavo Josip Broz Tito, de gran influencia en Mnoal, entre otros, logró sensibilizar a más de 70 naciones de ese organismo que permitió lograr el sueño de todo panameño, de alcanzar la soberanía en su propio territorio.
Torrijos nos decía, recuerda, “yo no quiero entrar en la historia, yo quiero entrar al Canal”, en alusión a lo que estimó una lucha generacional con apoyo mundial y a lo interno de todos los sectores.
Con pasión, Rivera muestra entre muchos objetos valiosos un pedazo de la cerca que lograron derribar porque limitaba el acceso de los panameños a la zona del canal, entonces territorio estadounidense, y lo presenta a este reportero como un símbolo de aquella victoria.
También se enorgullece de haber nacido en 1945 en la Isla Taboga, cuyos pobladores nunca permitieron que sus tierras fueran ocupadas por los militares foráneos, pese al voraz apetito de dominación colonial.
LA DIPLOMACIA
Fue precisamente el general Torrijos quien recomendó que yo podría ser embajador en Cuba. No por mucho tiempo, solo dos años, recuerda Rivera.
Asegura que para una personalidad como la de Torrijos, quien desde adolescente en su natal provincia de Veraguas tuvo una gran sensibilidad social, inculcada por su padre, maestro de profesión, conocer la existencia de la Revolución cubana en 1959, su obra transformadora y la impresión que le causó el líder histórico Fidel Castro consolidaron su conciencia en la lucha patriótica.
Ya al frente del Gobierno, Torrijos logró restablecer las relaciones diplomáticas con La Habana en 1974, algo que causó estupor como en el seno de la Organización de Estados Americanos, recuerda, debido a la dependencia y subordinación de Panamá a los intereses de Estados Unidos.
Luego visitó las provincias de La Habana, Camagüey y Santiago de Cuba en 1976, dos años después, estadías recordadas por quienes admiran la dignidad de los cubanos en su lucha contra todas las dificultades, en particular el bloqueo de Estados Unidos hace más de seis décadas.
Los continuadores de esas ideas, dice, no olvidan la frase de Torrijos cuando aseverara que “cada hora de aislamiento que sufre el hermano pueblo de Cuba constituye 60 minutos de vergüenza hemisférica”.
MISIÓN MILAGRO
Rivera tiene en su casa una pequeña sala donde atesora recuerdos de su estadía en Cuba, Sobresale entre decenas de objetos, libros, artesanías, reconocimientos, una foto en la que Fidel Castro lo abraza y ambos sonríen.
Esa foto representa el comienzo de la Operación Milagro, que significó la atención en la isla de cuatro mil 500 panameños y luego el traslado del programa al istmo, el cual garantizó desde Santiago de Veraguas, en el hospital Luis Chicho Fábrega, la intervención quirúrgica de aproximadamente 92 mil pacientes débiles visuales con cataratas y pterigium, entre otras dolencias.
En ese entonces, Rivera fungía como ministro de Trabajo y Desarrollo Laboral en el Gobierno del presidente Martín Torrijos (2004-2009), y tuvo el privilegio, según explica, el 25 de noviembre de 2005 de viajar a La Habana junto al titular de Salud de entonces, Camilo Alleyne, acompañando al mandatario.
En ese vuelo, precisa, viajaron unos 80 panameños con los cuales comenzó esa humana misión de devolverle la visión a personas de escasos recursos, que desde el inicio contó además con el respaldo de la Revolución bolivariana de Venezuela y el Comandante Hugo Chávez, algo que supo después.
“Este sistema de llevar panameños a la isla duró varios meses y la realidad es que en el país centroamericano nunca se le había dado una atención médica de excelencia como la brindada en Cuba y luego aquí sus galenos y decenas de profesionales que integraron la misión de cooperación; luego, la administración de Ricardo Martinelli (2009-2014) decidió retirarla de manera unilateral”.
Junto a mis hijos, acompañé a esos médicos hasta el aeropuerto internacional de Tocumen a la hora de partir, tras organizarles antes aquí un merecido acto de reconocimiento, recuerda.
LA FAMILIA, AMOR POR CUBA
Desde 1981 en la primera misión como embajador en la isla hasta 1983, tres de sus ocho hijos estudiaron en escuelas de Cuba, de diferentes niveles académicos.
Años después debido a su actividad militante dentro del PRD, tras la invasión estadounidense a Panamá en 1989, Rivera se vio obligado a exiliarse en Cuba, donde permaneció unos 15 años, abrazado por la solidaridad; y también percibió en su familia el apoyo, el cariño y respeto en los momentos más duros de su vida, considera.
Pero todos ellos como yo, afirma, queremos a Cuba, siempre generosa y fraterna, nos sentimos parte de ella y la consideramos no como segunda patria como algunos señalan; “Cuba es tan patria mía como lo es Panamá”, remarca.
Rodeado de símbolos, se sigue sintiendo un revolucionario, alguien que lucha por conseguir nuevos sueños. Estima que el sombrero panameño que a diario luce, más bien le recuerda que “siempre hay algo por encima de ti y que te libra de todo sentimiento de vanidad”.
arb/ga