Por Orlando Oramas León
Corresponsal Jefe en Uruguay
El profesor de la Universidad de la República investiga desde hace algunos años el impacto de la Revolución cubana en el Cono Sur latinoamericano, en particular en Uruguay, cuyo pueblo y autoridades mostraron solidaridad con el proceso libertador y transformador en la naciòn caribeña que derrocó a la dictadura de Fulgencio Batista el 1 de enero de 1959.
“La pesquisa parte desde el año 1952, en el que Batista se hizo del poder mediante un golpe de Estado, y finaliza en 1964 cuando Uruguay, siguiendo la ola impulsada desde Washington, se convierte en el último país latinoamericano en romper relaciones con La Habana”, explicó a Prensa Latina.
El investigador accediò al centro de documentación del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, entre otras fuentes primarias. De allí supo de la labor del embajador uruguayo en La Habana, Julio Casas Araujo, así como sus esfuerzos por salvar la vida a perseguidos por la dictadura.
En Cuba, la represión, sobre todo a partir del año 1956, era terrible. Los informes del embajador de Uruguay en Cuba son impresionantes acerca de lo que era el estado represivo en el que se vivía. Durante todo el período de la dictadura de Batista, la misión uruguaya en La Habana sirvió de refugio y asilo político para revolucionarios cubanos, apuntó García.
Refirió que a la par en Uruguay se había formado “un movimiento de solidaridad muy fuerte con Cuba, que presionaba a la cancillería a fin de que intermediara y salvara la vida a los perseguidos”.
El representante de Batista en Montevideo se quejaba de no ser recibido por el Consejo Nacional de Gobierno, mientras se repetían las muestras de repudio a la dictadura batistiana y de apoyo al movimiento insurrecto que tenía su cúspide en la Sierra Maestra.
Según el entrevistado, el triunfo de la Revolución cubana tuvo amplia repercusión en el continente, donde en varios países gobernaban dictadores al estilo de Anastasio Somoza en Nicaragua y Leonidas Trujillo en República Dominicana.
La victoria revolucionaria en la mayor de las Antillas significaba un paso de avance ante el retroceso impuesto en Guatemala por el golpe de Estado de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) contra el gobierno progresista de Jacobo Arbenz, asunto que estuvo bajo el escrutinio del historiador.
En esos estudios –comenta- encontré a Ernesto Guevara de la Serna, testigo del aquel proceso decapitado en Guatemala, experiencia de la que se nutrió el argentino antes de su encuentro con Fidel Castro en México y su incorporación a la expedición libertaria.
FIDEL CASTRO EN URUGUAY
Regía en Uruguay un estado excepcional provocado por lluvias e inundaciones consideradas entonces las más graves de la historia nacional. El primer ministro de Cuba llegó procedente de Buenos Aires para saber de primera mano sobre los damnificados. Era domingo, 3 de mayo de 1959.
Rumores interesados ponían en duda su presencia; la posibilidad de que fuera objeto de un atentado se divulgaba en la prensa.
En “cualquier parte del planeta, Fidel Castro puede ser objeto de una acción de sus enemigos, que no se sabe a ciencia cierta las facilidades que tienen para penetrar en cualquier nación ni los medios con que cuentan para llevar a cabo una venganza”, refería el matutino El Debate.
Pero cuando sobre las 15 horas de aquella jornada el Britannia de Cubana de Aviación aterrizó en Montevideo, el público había colmado el aeropuerto y desbordado el protocolo previsto.
Acompañado por funcionarios, público y periodistas, el visitante respondió preguntas desde el salón principal de la terminal aérea.
Habló “cuarenta y cinco minutos seguidos y si alguien no sugiere que ‘lo dejaran ir a descansar’ todavía estaba en el aeropuerto de Carrasco explicando la Revolución cubana a quien quisiera oírlo” dijo la crónica del diario El País.
Fueron varios los temas tratados por el visitante en su primer encuentro público: Primero que todo conocer la situación de los desplazados por las inundaciones para poder estimar “la ayuda que se necesita”.
Insistió en que los problemas de la región eran “comunes” y por ende debían ser atendidos en conjunto.
Y tercero y concatenado con los dos primeros, hizo definiciones sobre los valores de la democracia liberal. “La democracia es una farsa si hay gente con hambre, gente que no sabe leer ni escribir”, opinó.
Minutos después de las 16:30, el visitante llegó al Hotel Victoria Plaza, ubicado en el centro de la capital y dos horas después se personó en el Ministerio de Relaciones Exteriores, donde fue recibido por el canciller, constata la reconstrucción histórica.
A las 22:30 arribó al local de Saeta TV donde brindó una conferencia de prensa con asistencia de unos 30 periodistas acreditados. El intercambio se prolongó hasta la madrugada.
En la mañana del 4 de mayo abordó un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya que le trasladó a las zonas inundadas. Quiso la historia que le acompañara el teniente coronel Líber Seregni, quien luego llegó a general, estuvo años presos por la dictadura, fue fundador y el primer presidente del Frente Amplio y su primer candidato presidencial.
Durante aquel recorrido Fidel Castro estrecho manos y habló mucho con los pobladores, campesinos, en particular los niños.
Fue una jornada sin pausa. En la tarde concurrió a la Casa de Gobierno, donde le recibió el presidente del Consejo Nacional, Martín Etchegoyen. Participó el consejero Eduardo Víctor Haedo, quien en 1961, al frente del Consejo, recibió en Punta del Este al entonces ministro de Industria de Cuba, el comandante Ernesto Guevara de la Serna.
En la tarde noche compareció en la Explanada Municipal de Montevideo. Una “muchedumbre enfervorizada” de “entre 20 y 40 mil” personas lo esperaba con ansiedad. “Una cifra inusual para la época”, comenta Roberto García.
Wilson Carneiro fue testigo de aquel discurso. Tenía entonces 19 años y ahora, con 83, lo rememora como si fuera ayer. “Estuve tres horas esperándolo mientras él visitaba las zonas azotadas por las inundaciones. A ratos llovía sobre la Intendencia y nadie se movía”, contó a Prensa Latina. Comentó que le impactó el silencio que acompañaba aquella oratoria. “La multitud lo atendía con mucha atención por el peso de sus palabras; luego estallaban los aplausos”.
“América va madurando para la gran tarea que tiene que cumplir en el mundo”, dijo en esa ocasión el Primer Ministro cubano en medio de la emoción de la audiencia.
Y acotó: “Parécenos que si se presentaran hoy ante nosotros, desde Bolívar hasta Martí, desde San Martín hasta Artigas, y con ellos todos los próceres de las libertades de América Latina, nos reprocharían al ver cómo nos encontramos todavía y se preguntarían si esta es la América que ellos soñaron, grande y unida, y no el racimo de pueblos divididos y débiles que somos hoy”.
¡Revolucionarios son los que forjan una obra, revolucionarios son los que llevan adelante a sus pueblos, revolucionarios son los que saben vencer los obstáculos para marchar adelante!, definió entonces el Comandante en Jefe de la Revolución cubana, quien señaló entonces valladares y retos vigentes aún hoy para su patria.
Nosotros, que tenemos condiciones difíciles como posiblemente no las tuvo en el mundo ninguna otra revolución, que tenemos obstáculos grandes como difícilmente los tuvo ninguna otra revolución, solo siguiendo el camino correcto, solo actuando responsablemente podremos salvar a nuestra Revolución, que quiere decir salvar la esperanza, exclamó Fidel, como le llamaron aquí.
Esa madrugada se reunió durante varias horas con representantes de lo que entonces se llamaba Plenario Obrero Estudiantil, integrado por sindicatos y jóvenes universitarios, solidarios con la causa que él encaraba.
Antes de las 11 de la mañana siguiente, el estadista cubano partía con rumbo a Río de Janeiro. Su breve e intensa estancia en Uruguay dejaba, entre los saldos, unas mil 200 cartas y más de 800 telegramas.
El profesor de la Udelar no puede separar la visita de Fidel Castro de la que realizó a Montevideo en marzo de 1960 el presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower.
Hubo fuertes protestas en la Universidad de la República, en el Parlamento. “La policía reprimió muy duramente las manifestaciones contrarias a la presencia de Eisenhower”, rememora.
El historiador enfatiza que el gobernante estadounidense traía, a fin de discutir en privado con los presidentes del Cono Sur, un proyecto para intervenir en Cuba, con similar ejecución y propósito a lo ocurrido contra Jacobo Arbenz en Guatemala, en 1954.
“A su retorno a Washington Eisenhower le firma a la CIA la orden para implementar la invasión contra la naciòn antillana, la que fue derrotada en Bahía de Cochinos”, concluye.
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