Cuando uno nace y (sobre)vive entre la violencia, la miseria y otros estigmas centroamericanos, la gloria olímpica no es precisamente una prioridad, y menos en países donde la realidad impone un duro deporte: la “lucha” cotidiana por la subsistencia.
Existen razones para pensar en disímiles variantes de medallas para Centroamérica y el Caribe en Tokio 2020. Los sueños de ver ondear la bandera de los cinco aros están intactos y la región lucha contra todos los demonios con el claro designio de asaltar el Olimpo.
Tokio 2020 camina sobre una cuerda floja y su destino parece determinado por el azar de una moneda. La metrópoli espera sus segundos Juegos Olímpicos, pero un amasijo de interrogantes suscita un clásico examen de resiliencia hasta para el más común de los mortales.
Beijing está lista para nuevamente hacer historia en materia olímpica, sin que haga mella la Covid-19. Al mismo tiempo, proyecta optimismo con sus preparativos hacia los Juegos de Invierno 2022.
La Habana, 8 mar (Prensa Latina) Cuando la tricampeona olímpica cubana Mireya Luis ganaba medallas, Hajar Abulfazl se escondía para jugar fútbol en Afganistán porque practicarlo era considerado una conducta que violentaba los principios de la sharía (ley islámica) y el Corán (sagrado libro del Islam).
Beijing está lista para nuevamente hacer historia en materia olímpica, sin que haga mella la Covid-19. Al mismo tiempo, proyecta optimismo con sus preparativos hacia los Juegos de Invierno 2022.
Por Adrián Mengana Martínez (*)
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