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jueves 21 de noviembre de 2024
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Un tintico desde Colombia (+Fotos)

Bogotá (Prensa Latina) Tomar un tintico en Colombia no requiere solemnes ceremonias, ni espacios ni vajillas especiales, es solo un momento donde familias o amigos disfrutan el sabor y el aroma de un café de excelencia, cuya historia aquí se remonta a más de 300 años.
Por:
Odalys Troya Flores
Corresponsal de Prensa Latina en Colombia

Existen muchas versiones del origen del café en Colombia; unos dicen que llegó vía Venezuela, otras especulan que provino de los países de Centroamérica.

Una de las más fuertes es la del sacerdote Jose Gumilla, quien en su libro El Orinoco Ilustrado (1741) describió que la planta fue sembrada en Santa Teresa de Tabage, población fundada por la Misión Jesuita, localizada entre los ríos Meta y Orinoco.

Otro testimonio fue escrito por el arzobispo y después virrey de Nueva Granada Antonio Caballero y Góngora (1782-1789), quien en un informe a las autoridades españolas registró el cultivo del llamado grano de oro en regiones cercanas a Girón (Santander) y Muzo (Boyacá).

También cuenta una leyenda que el aumento de la producción de café en Colombia se debió al sacerdote jesuita Francisco Romero, en un pueblo de Norte de Santander llamado Salazar de las Palmas.

Dicen que cuando sus fieles se confesaban, el sacerdote les imponía sembrar café como penitencia para librar sus culpas, por lo que la producción del grano empezó a expandirse a otros departamentos donde atendía a los feligreses.

Para el año 1835 se registraron las primeras cosechas provenientes de la zona oriental del país y se exportaron los primeros sacos desde la aduana de Cúcuta.
cosecha de cafe
Las semillas sembradas por los pecadores permitieron la presencia de café en los departamentos de Santander, en el nororiente del país, con su consecuente propagación, a partir de 1850, hacia el centro y el occidente a través de Cundinamarca, Antioquia y la zona del antiguo Caldas.

La mula era el vehículo predominante para sacar el grano desde las fincas hasta los principales centros de comercio y trilla, o hacia los puertos fluviales.

Pero la difusión se facilitó mucho más entre 1874 y 1900, después de la construcción del Ferrocarril de Antioquia, que permitió a los productores transportar sus cosechas a través del país.

A finales del siglo XIX la producción en manos de las grandes haciendas pasó de 60 mil sacos a más de 600 mil y se convirtió en el principal producto de exportación de Colombia.

Sin embargo, varios acontecimientos frenaron la expansión del cultivo del grano en esa etapa y principios del siglo XX: la caída de los precios internacionales que se tradujo en cargas impositivas al interior del país, y la Guerra de los Mil Días, un conflicto civil disputado entre el 17 de octubre de 1899 y el 21 de noviembre de 1902.

Dicha contienda imposibilitó mantener las plantaciones de los grandes hacendados en buenas condiciones y ocasionó un estancamiento del rubro.

La crisis se convirtió en una oportunidad para los pequeños productores de café, y propició un modelo de desarrollo exportador basado en la economía campesina, impulsado por la migración interna y el asentamiento en nuevas tierras del centro y occidente del país.
BARCO
DESPEGUE Y REORIENTACIÓN

El despegue colombiano, visible después de 1910, fue posible en primer lugar, por una drástica reorientación del mercado mundial, explica Marco Palacio en su libro El café en Colombia 1850-1970. Una historia económica, social y política.

Esa reorientación estuvo caracterizada por el emplazamiento de un sistema de intervenciones que hasta la década de 1930 estuvo a cargo unilateralmente de Brasil, señala Palacio, entre los mejores conocedores del tema.

“En otras palabras, la mano invisible del mercado no guio a la principal materia prima de origen agrario del mundo, sino que provino de la mano (más o menos) visible del Estado brasileño (1906-1937), del gobierno norteamericano (1940-1946), y de los acuerdos cafeteros entre productores y consumidores (1962, 1968, 1976 y 1983)”, añade.

En este escenario las condiciones del campesino caficultor no son propiamente las de un granjero próspero bien integrado al mercado, al contrario, quienes trabajan en el cultivo, recolección y el resto de la preparación de este producto, por lo general resultan familias de muy bajos ingresos.

Nació en ese contexto, en 1927, la Federación Nacional de Cafeteros (FNC), que se encargó de agremiar a los caficultores para representarlos y velar por sus derechos.

La Federación creó en 1938 el Centro Nacional de Investigaciones de Café con el objetivo de estudiar los aspectos relacionados con la producción en las fincas, la cosecha, el beneficio, y la calidad del grano.
Asimismo el manejo y la utilización de los subproductos de la explotación cafetera, y la conservación de los recursos naturales de las zonas colombianas donde el grano se produce.
Juan Valdez
JUAN VALDEZ APUESTA POR EL MERCADO EXTERNO

El personaje de Juan Valdez, un hombre con bigote, vestido con poncho y acompañado por una mula de nombre Conchita, con los Andes de fondo, se convirtió en uno de los nombres más reconocidos a nivel mundial en materia de café de alta calidad.

La idea de crearlo surgió a partir de la necesidad de tener un café premium ciento por ciento nacional, en el cual el consumidor pudiera reconocer el origen colombiano desde el mismo empaque.

Juan Valdez nunca existió, fue un personaje ideado por la agencia Doyle Dane Bernbach en 1959, a solicitud de la FNC que quería, además, una marca para representar a los más de 500 mil cafeteros de Colombia y a todas sus familias dedicadas al cultivo y cuidado del grano.

Desde entonces y a lo largo de los años, varios actores han representado a Juan Valdez; el primero fue el cubano José Duval -radicado desde los 20 años en Estados Unidos-, quien lo personificó entre 1959 y 1969, y después los colombianos Carlos Sánchez (1969-2006) y Carlos Castañeda Ceballos (a partir de 2006).

La imagen de Juan Valdez creó un reconocimiento inmediato y logró posicionar al país como uno de los mejores productores de café arábigo del mundo, de acuerdo con FNC.

Según el político y sociólogo brasileño Florestan Fernandes, la economía cafetera colombiana “floreció gracias a la modernización de lo arcaico”, y en la etapa de la urbanización e industrialización, mediante la “arcaización de lo moderno”.

La Promotora de Café Colombia (Procafecol S.A.), encargada de la marca, llevó a cabo nuevos productos alrededor de la imagen, entre ellos las tiendas Juan Valdez, creadas en 2002, donde se ofrecen diferentes productos relacionados con el Café de Colombia en diversos países de América y Europa, principalmente.

Acerca de la marca, Palacio señala en su ensayo “¿Quién le teme a Juan Valdez? El café en Colombia: mercancía mundial, fetiche nacional”, que no hay que descartar a priori la viabilidad de la acción colectiva en pequeños empresarios, y que de ella pudiera depender un mejor futuro.
taza de cafe
EL TINTO

Disfrutar un tintico es toda una tradición que no lleva en sí misma actos protocolarios o ceremoniosos, pero sí el sentimiento de compartir amistad, amor y placer. De ahí que lo consideren una bebida democrática, pues se puede encontrar en hogares, establecimientos comerciales, oficinas y en las calles.

No hay una historia exacta del surgimiento de esta bebida popular e imprescindible que marca la identidad de los colombianos, lo sí conocido con certeza es que hace varias décadas nació la costumbre de su preparación y nombre en las zonas cafetaleras.

Sobre su origen algunos estudiosos aseguran que durante mucho tiempo los colombianos tomaron una mezcla de cafés, muy económica, y que incluso cuando subió de precio se aumentaba con agua. Algunos usan el término “tinto” para referirse al café negro filtrado.

De acuerdo con Sara Zuluaga, representante de la marca de café especial Cielo Tostado, en Jericó, Antioquia, el tinto es una infusión que nació en las fincas donde los caficultores cosechan el café, lo tuestan en pailas, lo muelen en sus propios molinos y posteriormente lo preparan en ollas.

Se cree que el tinto es una versión modificada del ‘café de pote’, ‘café de olla’ o ‘café gallego’, el cual se prepara hirviendo agua a la que posteriormente se agrega café, y a veces azúcar y especias como clavos, canela o vainilla, entre otras.

Durante muchos años el tinto se preparó con café importado y de mala calidad, y ahora el impulso a la cultura y al crecimiento económico en torno al grano de oro hace que, con mayor frecuencia, esta bebida sea cada vez más colombiana y esté entre sus mejores productos.

arb/otf

Colaboraron en este trabajo:
Karina Marrón González
Jefa de la Redacción de Economía
Amelia Roque
Editora
Diego Hernández
Webmaster
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