Por Mariela Pérez Valenzuela
Corresponsal jefa en República Dominicana
Su vida lo llevó por los caminos de la poesía, el ensayo, la música, la historia, la abogacía y el magisterio.
Pocos imaginaron que aquel niño, hijo de un mecánico industrial cubano establecido en San Pedro de Macorís a principios del siglo XX y de madre puertorriqueña, sería venerado en este país y considerado uno de los intelectuales más importantes de América Latina y El Caribe.
Uno de los primeros que leyó sus versos fue el expresidente y escritor Juan Bosch, quien en 1937 dirigía la sección literaria del periódico Listín Diario.
Mir era entonces un estudiante pobre y trasnochado, pero Bosh reconoció en sus versos el hálito del poeta que reflejaba una conciencia social por la gente más humilde y por el país.
Escribió Mir sus versos dirigiendo los ojos a su tierra y a su pueblo, uniéndose en ello a otros grandes intelectuales latinoamericanos como Pablo Neruda, César Vallejo o Nicolás Guillén, con quienes compartió una misma pasión por la libertad y la igualdad social.
Profesor, doctorado en Derecho en 1941, la poesía le inspiraba. Camino recto el de sus versos aun cuando la vida y la situación política de República Dominicana lo obligaban a adentrarse en otros mundos profesionales y en todos demostró brillantez intelectual.
Hostigado por la dictadura del general Rafael Leónidas Trujillo, en 1947 abandonó su país y llegó a Cuba, la tierra de su padre; se asentó por varios años en las orientales tierras de Santiago de Cuba y Guantánamo.
En la isla dirigió el noticiario de la emisora Cadena Oriental de Radio y se integró a los combatientes de la expedición que saldría de Cayo Confites para derrocar la tiranía trujillista en su país.
Fue en La Habana, en 1949, donde escribió su primera obra poética recogida en un volumen y a la vez una pieza maestra: “Hay un país en el mundo”, un emotivo canto a su patria, en el que describe con lirismo el paisaje histórico de la caribeña nación, considerado emblemático de la dominicanidad.
Esa obra lo situó, según la crítica, en el escenario de la lírica comprometida con su tiempo. Mir nunca hizo concesiones a los rigurosos criterios estéticos imbricados en el sentir colectivo. Sus versos eran la voz de todos, su obra social estaba alejada del panfleto político.
Conocido por su sencillez, a pesar de los muchos méritos, premios y condecoraciones, fue siempre consciente del valor social de cuanto escribía y de la necesidad de acercarla a la población y para lograrlo organizó o participó a menudo en recitales donde se reunía una cantidad extraordinaria de oyentes.
Sus versos eran largos, no renunciaba a palabra alguna, las hilvanaba, las convencía de que ese era el lugar y de ellas brotaba el sentimiento que los animaba. Logró la sabia combinación de un lenguaje poético matizado con la anécdota y la expresión coloquial directa.
El pueblo amaba la belleza de sus versos en los que se veía reflejado y los estudiosos lo identificaron como el primer poeta de masas en la historia dominicana.
Otra de sus obras, la que le ganó la admiración de su gente, fue “Tres leyendas de colores”, de 1969, en la que sorprendió por la recreación poética de hechos históricos.
Los admiradores lo escuchaban atentos, como si fuera un visionario que lograba enlazar en un solo hilo narrativo las tres primeras rebeliones de clase en la América dominada por la colonia española. Mir representa con palabras certeras los tintes raciales de aquellas luchas y los identifica con sus orígenes sociales.
El ingenio y la ironía eran vasos comunicacionales en la obra de un luchador por la libertad de la patria, llegando al sentimiento de su generación y planteando las problemáticas de la realidad dominicana.
En 1959 regresó a Cuba tras el triunfo de la Revolución y allí contrajo matrimonio con Carmen Mesejo García, con quien tuvo a sus hijos Celeste, Geraldine y Carlos Pedro José.
Allí escribió parte de su rica obra creativa y regresó a Quisqueya en abril de 1963, donde retomó la abogacía. Tuvo que partir otra vez al extranjero tras el derrocamiento del entonces presidente Bosch por un golpe de Estado militar. Viajó a Francia, la entonces Unión Soviética, España y de nuevo a Cuba.
Entre sus obras poéticas se encuentran “Seis momentos de esperanza”, “Contracanto a Walt Whitman”, “Poemas de buen amor y a veces de fantasía”, “Amén de mariposas”, “Viaje a la muchedumbre”, “El huracán Neruda” y “Elegía con una canción desesperada”.
En 2008, la editorial cubana Extramuros publicó el libro “Nunca me gustó la correspondencia”, que compila una veintena de cartas de Pedro Mir dirigidas a su hermano y cuyo título es una frase extraída de una de estas misivas.
Son cartas en su mayoría familiares, pero en las que brotan otros asuntos referentes al arte, el deporte, el cine, la política, la Revolución, y que advierten el amor hacia su patria.
Cuando retornó a Santo Domingo de manera definitiva fue nombrado profesor de estética de la Universidad Autónoma, centro donde se dedicó a la investigación histórica y artística, al ensayo y al periodismo literario.
Durante su existencia, Mir recibió el Premio Nacional de Historia, el Premio Anual de Poesía, y en 1984 el Congreso Nacional dominicano lo declaró Poeta Nacional, al considerar el conjunto de su obra.
En 1993 obtuvo el Premio Nacional de Literatura; antes, en 1991, el Hunter College de la Universidad de Nueva York le otorgo el título de Doctor Honoris Causa.
El gobierno dominicano también le concedió varias condecoraciones, en vida y de manera póstuma. En 1993, la Orden del Mérito de Duarte, Sánchez y Mella en el grado de Oficial; en 1997, la misma Orden, pero en el grado de Comendador. En 2021, la presidencia le otorgó, de manera póstuma, la Orden Heráldica de Cristóbal Colón en el Grado de Gran Oficial.
República Dominicana perdió la voz de su poeta el 11 de julio de 2000, cuando tenía 87 años, siempre dedicado a las letras y a su país.
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