Por Glenda Arcia
Corresponsal de Prensa Latina en Argentina
El 30 de abril de 1977, un grupo de madres de jóvenes desaparecidos tras el golpe de Estado contra el gobierno de María Estela Martínez de Perón, el 24 de marzo de 1976, comenzó a reunirse en la Plaza de Mayo, justo frente a la sede del Gobierno.
Ese día aquellas mujeres iniciaron un largo camino y serían perseguidas, vigiladas, detenidas, torturadas y, algunas de ellas, asesinadas, por no rendirse.
A partir de ese momento, no sin incontables obstáculos y amenazas, continuaron de manera incansable reclamando, no solo por el hijo propio, sino por las más de 30 mil víctimas del régimen instaurado por las llamadas Juntas Militares, el cual se extendió hasta 1983.
De esa manera, llegaron a conformar una de las más importantes fuerzas de resistencia en este país y sus pañuelos blancos se convirtieron en símbolo de oposición a la dictadura y de lucha contra la injusticia implantada por el nuevo mando, apoyado por Estados Unidos en el marco de la Operación Cóndor.
Desde entonces, cada jueves a las 15:30 marchan alrededor de la Pirámide de Mayo, no para que comprendan su dolor, sino para que entiendan su lucha.
Volver a la Plaza es como el encuentro con los hijos que nos faltan, un encuentro tácito, pero en serio, comenta Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, en diálogo con Prensa Latina.
Cuando bajamos de la camioneta, hay algo que nos conmueve, nos hace pasar los dolores y estamos bien, no sentimos nada. Pareciera que es un milagro, porque tenemos todas más de 94 años y cuando entramos allí estamos en otro mundo. La plaza es un lugar de encuentro, de lucha y de vida, asegura.
Jorge Omar Bonafini tenía 26 años cuando fue secuestrado en febrero de 1977, en la ciudad de La Plata, y su hermano Raúl Alfredo, de 24, sufrió el mismo destino 10 meses después.
La esposa de Jorge, Maria Elena Bugnone, fue detenida en 1978.
Le cambiamos la historia a quienes querían que reconociéramos a nuestros hijos como muertos sin saber qué les había pasado, quiénes los habían asesinado y por qué. Ese encuentro cada jueves y ese sentirlos vivos es real. Ellos nos acompañan siempre en todo lo que hacemos, nos inspiran a hacer las cosas mejor y a crecer, añade.
Por decretos del expresidente Raúl Alfonsín (1927-2009), en 1983 fue creada la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas y en 1985 comenzó el proceso contra los dictadores Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera, Orlando Ramón Agosti, Roberto Eduardo Viola, Armando Lambruschini, Omar Domingo Rubens, Leopoldo Galtieri, Jorge Anaya y Basilio Lami Dozo.
La sentencia de cinco de los nueve procesados fue considerada un hecho histórico y contra la impunidad del terrorismo de Estado.
No obstante, los familiares y amigos de millares de víctimas de la dictadura siguieron demandando la continuidad de las investigaciones y la aplicación de la justicia contra todos los responsables de los crímenes cometidos.
Según recuerda la periodista y escritora Stella Calloni en varios artículos sobre el tema, ante presiones militares y políticas, se aprobaron por el Congreso las leyes de Punto Final (1986) y Obediencia Debida (1987) y, que establecieron la impunidad para centenares de acusados. Los jefes militares quedaron en prisión, pero fueron indultados por el exmandatario Carlos Menem (1930-2021) entre 1989 y 1990.
Tras su llegada al gobierno en 2003, Néstor Kirchner (1950-2010) implementó medidas para separar de las Fuerzas Armadas a los responsables de aquellos hechos, transformar los centros clandestinos de detención y anular las leyes que permitieron a los culpables evitar las condenas correspondientes.
Desde entonces fueron procesados más de 500 exmilitares y policías por delitos de lesa humanidad.
Hace tiempo que las madres dejamos de ir a los juicios porque no se llega a nada, señala Bonafini. Los militares te dicen todo lo que fueron capaces de hacer, pero no se aclara nada y, si alguna vez son encarcelados, los trasladan a instalaciones del Ejército o de la Marina, donde están con sus familias y tienen comida de la mejor, aseguró.
Cuando menos te lo esperas están sueltos. Pese a los procesos iniciados hace 40 años, los mayores responsables no están verdaderamente detenidos, asevera.
Para la presidenta de la Asociación, la verdadera justicia “es que nuestros hijos vivan en cada compañero que levanta su bandera, en cada marcha y en los reclamos de los trabajadores y los pobres”.
Eso es lo que ellos querían. Se hará justicia cuando haya universidades para todos, cuando los niños no tengan hambre y cuando la gente defienda sus derechos, sobre todo, el de trabajar, expresa convencida.
Además de las numerosas pérdidas sufridas, las mujeres que decidieron convertir el dolor en fuerza y difundir la verdad de lo ocurrido durante la dictadura, fueron sometidas en aquellos años a horrores indescriptibles y al silencio punzante de una sociedad con miedo.
Uno de los momentos en que nos sentimos más amenazadas fue cuando secuestraron, torturaron, violaron y tiraron vivas al río a Azucena, Mary y Ester, y este pueblo no salió a reclamarlas. Nadie dijo nada, denuncia Bonafini.
Azucena Villaflor, María Ponce y Esther Ballestrino, fundadoras de la Asociación, fueron asesinadas en 1977 con la colaboración de Alfredo Ignacio Astiz, quien fingió ser familiar de un desaparecido para espiar a las Madres.
En ese momento tomamos mayor conciencia de nuestra responsabilidad. No solo se habían llevado a nuestros hijos, sino también a nuestras compañeras. Cuando encontraron sus cuerpos, se descubrieron todos los crímenes cometidos contra ellas, apunta Bonafini.
Pese a ese duro golpe, la lucha continuó y creció la necesidad de mostrar al mundo el terror perpetrado en Argentina.
En octubre de 1988, Bonafini, María de Gutman, Mercedes de Meroño, Elvira de Triana y Beatriz de Rubinstein viajaron a Cuba para participar en el III Encuentro Continental de Mujeres, realizado en el Palacio de Convenciones de La Habana.
El evento, un espacio oportuno para compartir con representantes de toda la región, permitió también que las Madres llegaran a la isla que se convirtió en un referente para la izquierda latinoamericana desde el 1 de enero de 1959.
Cuba era el sueño dorado de nuestros hijos. Ellos tenían una imagen maravillosa de ese país y contaban cosas que nos parecían muy lejanas. Cuando llegamos, conocimos a su pueblo y nos brindaron la mejor atención. Fue como un anhelo hecho realidad. Allí supe que uno de mis hijos estuvo en esa nación, comenta Bonafini.
En el segundo viaje pude hablar con Fidel Castro (1926-2016) y ahí nació un compañerismo, una amistad y una manera de tratarnos única. La verdad que no tengo palabras para agradecerle lo que aprendí y cómo nos quería, señaló.
Cuenta que cuando su hija María Alejandra fue atacada y torturada hasta casi la muerte (25 de mayo de 2001), el primero en llamarla fue el líder cubano.
Me dijo: “Mándala para acá que nosotros la vamos a atender y a curar”. Ella estuvo seis meses allá y volvió mucho mejor. Aún tiene problemas, porque no es fácil soportar todo lo que ella pasó, pero tenemos el mejor recuerdo de Cuba, afirma.
El pueblo de ese país es para nosotros un ejemplo en todos los sentidos. Los cubanos comparten todo, aunque sea lo único que poseen. Eso fue lo que nos enseñaron nuestros hijos: que la solidaridad es compartir lo que se tiene, sea poco o mucho, sentencia.
Además de ofrecer sus testimonios, las Madres conocieron las políticas de justicia social implementadas en Cuba y alzaron sus voces para denunciar la discriminación y crímenes cometidos contra las mujeres en Argentina.
Esos y otros viajes realizados a otras naciones del mundo quedaron registrados en un inmenso y valioso archivo elaborado por la Asociación.
Los documentos y materiales en diversos formatos, una biblioteca, el Espacio Cultural Nuestros Hijos, la casa de Paco y Pepa, padres de Bonafini; y la emisora Somos Radio AM 530 constituyen hoy algunas de las principales iniciativas de esa organización para preservar su memoria y llevar su ayuda a los más necesitados.
En la actualidad trabajamos para sostener, cuidar y mostrar esos lugares a la gente. Queremos que sean para el pueblo, no tienen dueño. También continuamos la lucha y la denuncia permanente de las injusticias sociales, explica.
Cuando nuestros compañeros visitan los barrios más pobres les pido que miren bien a los ojos a los niños, para así saber qué necesitan más: un plato de sopa, un abrazo, una caricia o un juego, señala.
Al despedirse de esta redactora, Bonafini reafirma el compromiso de las Madres con los sectores más humildes, no sin antes asegurar que volverá siempre a la Plaza de Mayo.
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