Armarse fue -y es- una obligación para este territorio interminable, habitado por diversos pueblos, que creció como imperio, y luego convertido en un gran país que fijó su destino de potencia económica, científica y militar mundial.
El camino de desarrollo socialista iniciado con la Revolución de Octubre, la alianza con naciones que asumieron igual rumbo, además del apoyo dado a los pueblos que intentaron independizarse del colonialismo y del neocolonialismo, pusieron a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en la mira constante de las fuerzas imperiales.
Según historiadores, la carrera armamentista nació con la llegada del siglo XX y el recrudecimiento de las tensiones entre las potencias industriales, que ante el inminente enfrentamiento decidieron aumentar sus efectivos y la capacidad de sus arsenales.
Tan fue así que la violencia e intensidad de los combates durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que provocó entre 40 y 60 millones de muertes, estremeció al mundo.
No bastó el recuerdo para evitar de las muertes y los desastres provocados por aquella contienda para que 21 años después comenzara la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), que se convirtió en polígono de experimentación de nuevos tipos de armamentos, incluidas las dos bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
El triunfo soviético con el apoyo de los países aliados sobre el fascismo alemán, definió la convivencia de “dos bandos” con modelos de desarrollo distintos, con Estados Unidos y la URSS como las dos mayores potencias militares del mundo.
En lo adelante, el nacimiento de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el 4 de abril de 1949; y del Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua, que trascendió como Pacto de Varsovia, por la ciudad donde fue firmado el 14 de mayo de 1955, echaron a rodar la penúltima etapa de la carrera armamentista.
A partir de la Guerra Fría
La existencia de ambos bloques militares marcó la nueva etapa como de Guerra Fría, caracterizada por el constante enfrentamiento político, económico, social, militar, informativo, e incluso deportivo.
Esas cuatro décadas de fuertes rivalidades finalizaron con la desintegración del bloque socialista europeo, la desaparición de la Unión Soviética en 1991, y con ellos del Pacto de Varsovia.
Sin embargo, para muchos analistas políticos, el derrumbe del muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989; el abrazo del entonces presidente ruso Boris Yeltsin con su homólogo estadounidense George Bush en junio de 1991, en Washington; así como la invasión de hamburguesas McDonald’s a Moscú, fueron apenas guiños en el supuesto camino de la paz entre las partes.
Rusia despertó del “romance” con el bombardeo de la OTAN a la República Federal de Yugoslavia en la primavera de 1999. Desde entonces, las relaciones entre Moscú y Washington, aunque de forma lenta, se fueron deteriorando, otra razón que alimentó la industria armamentista y resucitó los ánimos belicistas, nunca dormidos de la Guerra Fría.
Moscú ha denunciado en los últimos años el acercamiento constante a sus fronteras de efectivos y medios e infraestructuras bélicas de la OTAN, palabras que chocaron contra los oídos sordos del bloque militar.
El 21 de abril de 2021, en su mensaje anual ante la Asamblea de la Federación (parlamento), el presidente ruso, Vladimir Putin, subrayó que Moscú siempre defenderá sus intereses ante quienes se nieguen a dialogar y marcó sus llamadas “líneas rojas”.
Putin significó que si alguien percibe las buenas intenciones del país “como indiferencia o debilidad”, sabrá que “la respuesta de Rusia será asimétrica, rápida y dura”.
Mejor estar preparados
“Rusia siempre ha estado en contra de la escalada en el campo de la confrontación militar; Moscú pide un acuerdo para prohibir la militarización del espacio exterior, pero Estados Unidos se opone”, señaló en exclusiva a Prensa Latina el académico ruso Leonid Savin.
Sobre el desarrollo del complejo industrial bélico ruso, el también miembro de la sociedad científica militar del Ministerio de Defensa de Rusia explicó que el presupuesto de Moscú para esos fines es 10 veces menor que el estadounidense.
Indicó que en medio de la tensa situación actual, Rusia entiende que necesita estar alerta y tener tipos de armas más avanzados ante el presumible enemigo en que puede convertirse la OTAN.
“Después de todo, la historia confirmó que había una amenaza real para nosotros desde Occidente. Por lo tanto, es mejor estar preparados y no dar la menor razón y tentación para atacarnos”, subrayó el editor del portal Geopolitika.ru.
En tal sentido, el ministro ruso de Defensa, Serguéi Shoigú, informó recientemente sobre la presencia de tropas de Estados Unidos y de la OTAN en Polonia, Lituania, Estonia y Letonia. “Están aumentando la capacidad de las infraestructuras portuarias y de los aeródromos”, agregó.
Shoigú estimó que hasta octubre de 2021 el número de fuerzas de intervención rápida de la Alianza casi se duplicó y pasó de 25 mil a 40 mil efectivos, a la vez que Washington despliega sistemas antimisiles Aegis Ashore en Rumanía y Polonia.
El peligro continúa
El jefe de Estado ruso reiteró que el alto desarrollo del complejo industrial de defensa del país y el avance en la producción de armas modernas, basado en los últimos adelantos de la ciencia, es una respuesta forzada a las acciones de Occidente que amenazan al país.
Al intervenir en el foro de inversiones ¡Rusia llama! de noviembre pasado, el mandatario recordó que en la década de 1990 las relaciones entre ambas partes eran “casi idílicas”, pero aclaró que esa situación cambió.
Señaló que a pesar de los reclamos de las autoridades rusas, la infraestructura de la OTAN se acercó más a las fronteras de esta nación y amenazó con entregar sistemas de ataque a Ucrania.
Polonia y Rumanía cuentan con estos y albergan sistemas de defensa antimisiles con lanzadores MK-41 que pueden portar cohetes Tomahawk. “Esto nos planteó nuevas amenazas”, por lo que “nos vimos obligados a comenzar a desarrollar armas hipersónicas”, afirmó Putin.
“Si aparecen los sistemas de ataque en el territorio ucraniano, el tiempo de vuelo a Moscú será de siete a 10 minutos, y de cinco minutos en el caso de que se despliegue un arma hipersónica”, alertó. Y ante esa situación, preguntó: “¿Qué hacemos?”.
Significó que ya Rusia creó y probó con éxito un arma de este tipo. Se trata de un nuevo misil hipersónico naval que alcanzará una velocidad de Mach 9. El tiempo de vuelo será también cinco minutos”, detalló Putin.
Por otro lado, permanece la preocupación por el abandono de Washington de los más importantes convenios internacionales en materia de estabilidad nuclear estratégica.
En 2002, Estados Unidos abandonó el Tratado Antimisiles Balísticos (ABM) firmado con la URSS en 1972, y en 2019 se retiró del Tratado sobre Eliminación de Misiles de Corto y Medio Alcance (INF).
Más recientemente, en 2020, abandonó el Tratado de Cielos Abiertos (TCA), que establece un programa de vuelos de reconocimiento aéreo, sin armamento, sobre los territorios de todos los países partes con el fin de mejorar la confianza entre sus miembros.
Politólogos y expertos alertan sobre la fragilidad actual de la relación entre Estados Unidos y Rusia en el ámbito armamentístico, teniendo en cuenta que el Tratado de Reducción y Limitación de Armas Estratégicas Ofensivas (Start III) es hoy el único convenio que los vincula en la esfera del desarme nuclear.
La más reciente amenaza tuvo lugar el pasado el 19 de febrero, cuando el presidente ucraniano, Vladimir Zelensky, admitió durante su discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich que Kiev podría reconsiderar sus compromisos en virtud del Memorando de Budapest, que preveía renunciar a las armas nucleares a cambio de garantías de seguridad.
Putin manifestó su esperanza de que en Occidente prevalezca la responsabilidad y el sentido común y no se crucen las “líneas rojas” en las relaciones con Rusia, vinculadas con cualquier amenaza que ponga en peligro la seguridad del país.
Por eso Moscú hizo públicos el pasado 17 de diciembre dos borradores con propuestas de garantías jurídicas a largo plazo que entregó a Estados Unidos y a la OTAN con el objetivo de bajar las tensiones en el campo de la seguridad global, pero sobre todo en Europa.
Entre muchas propuestas, sus prioridades eran claras: la no expansión de la Alianza, la prohibición del despliegue de armas de ataque que amenacen su territorio desde países vecinos, en especial Ucrania; y el retorno de la infraestructura del bloque en Europa a su posición de 1997, cuando se firmó el Acta Fundacional Rusia-OTAN.
Según Moscú, la aprobación de tales iniciativas podría ser la respuesta viable a las actuales preocupaciones internacionales vinculadas con la paz y la estabilidad estratégica. Los documentos permanecen encima de la mesa de negociaciones, aunque parece muy difícil que las contrapartes acepten negociar en serio.
No importa que tengan delante el conflicto bélico que enfrenta hoy a Rusia y Ucrania, una de las consecuencias claras de las pretensiones hegemónicas de Occidente y de su abierto interés por frenar el avance de esta nación.
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