Por Enrique González
Colaborador de Prensa Latina
Este comentario decía: “Francisco no fue solo un Papa. Fue un gesto: una caricia al alma herida de esta humanidad que a veces olvida que Dios también camina descalzo. Fue un pastor que olía a oveja, como él mismo deseaba. Fue la ternura hecha palabra, la compasión vestida de blanco. Un jesuita que eligió llamarse Francisco -como el santo que abrazó la pobreza y predicó a los pájaros para recordarnos que la verdadera grandeza se viste de sencillez. Y vaya que lo logró”.
Pero, no sólo era sumamente interesante la idea anónima anterior. Camilleri decía además: “Viniendo desde “casi el fin del mundo”, como lo dijo él mismo la noche de su elección a la Sede de Pedro ese 13 de marzo de 2013, fue inevitable que aportara una perspectiva diferente e innovadora a todo lo que implicaba la misión del Romano Pontífice, una perspectiva que algunos analistas tildaron de “magallánica” por la profundidad y la extensión en el tiempo de su impacto.
“Sin embargo su iluminado Magisterio, inspirado por una fe profunda y una interpretación fiel de la Sagrada Escritura y de la Tradición de la Iglesia, y sus decisiones de gobierno en la Iglesia, basadas en el amor y la verdad, estaban en estricta continuidad con lo que cumplieron sus predecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI”.
Francisco, luego de su grandioso funeral, realmente impactante, ha salido ya de la crónica y ha entrado en la historia.
Mucho se ha escrito y comentado por estos días. Lo cierto es que los tiempos para un balance del Pontificado de Bergoglio no han llegado aún, más bien, están por llegar. Serán necesarios algunos años. Son tiempos de la historia.
Precisamente expertos del mundo académico y de la propia Iglesia católica tienen a partir de ya la tarea de estudiar su Pontificado para mostrar el real balance histórico del mismo.
Sin dudas, se ha ido un Papa muy amado y aplaudido, admirado y celebrado, pero, a su vez, polémico y cuestionado por no pocos enemigos.
Difícil se hace hoy determinar cuál sería el adjetivo más apropiado y cual el menos, tras aquellos que varios trataron de atribuir al Pontífice desde la gama de “revolucionario” hasta otras definiciones de “marxista’, o “populista”, y hasta tratar de desacreditar la proyección internacional de la Santa Sede durante su reinado.
Para Francisco, sin embargo, ello nunca constituyó un problema o preocupación. Lo cierto es que tal vez sin pretenderlo, se convirtió en una especie de “guía mundial”. Incluso, siempre tuvo claro que era un líder espiritual cristiano y solo a través de ello hablaba de política y diplomacia.
Con respecto a las acusaciones de “revolucionario”, el 17 de junio de 2013, en su discurso a los participantes en el Convenio Eclesial de la Diócesis de Roma, decía: “Un cristiano, si no es revolucionario en estos tiempos, no es cristiano…”.
Francisco, desde su posición, respetando su papel ante Dios y su tarea como Pontífice, entendió y decidió acompañar los procesos históricos más que ocupar espacios de poder.
Con la muerte de Francisco, que ha dejado un vacío mucho más grande de lo que se creía, desaparece, reconocido ello por varios pensadores, no solamente católicos, “el último líder global”.
En los próximos días, sin embargo, asistiremos a un hecho importante: la elección del nuevo Obispo de Roma, cuyo nombre nos revelará la decisión de la Iglesia católica sobre preservar y desarrollar o no el legado de Bergoglio.
Como sea, lo que es indiscutible es que muchos de nosotros, a nuestra manera y con nuestros propios motivos lo hemos apreciado, admirado y respetado, reconociendo así la gran fortuna que fue para la humanidad su Pontificado.
arb/EG