Sergio Rodríguez Gelfenstein*, colaborador de Prensa Latina
Así mismo, se exponían graves dificultades de la industria militar para suplir las necesidades del aparato bélico más poderoso del planeta. Resultó en extremo sorpresivo que la mayor parte de las informaciones provean de fuentes militares que no han escatimado en dar a conocer un escenario que en términos estratégicos se muestra sumamente complejo para Washington.
Lo haremos en dos partes, la primera, expone un diagnóstico de las fuerzas armadas de Estados Unidos a partir de las declaraciones de sus propios voceros. La próxima semana presentaremos algunas opiniones de dirigentes e instituciones políticas, así como de think tanks y medios de comunicación vinculados al Complejo Militar Industrial. Cada quien podrá sacar sus propias conclusiones respecto de la distancia entre la realidad (expuesta por los militares) y los deseos (casi siempre expresados por políticos). Esta dicotomía ha sido particularmente visible en el análisis de los hechos de los últimos dos años en Ucrania y en alguna medida, también en Palestina.
El 21 de febrero el secretario de la Marina de Estados Unidos, Carlos del Toro, en una conferencia en el National Press Club afirmó que la Armada china tenía ventajas significativas sobre la estadounidense, entre ellas, una flota más grande y astilleros con una mayor capacidad.
Del Toro considera que Estados Unidos debería modernizar y ampliar su flota para hacer frente a China, que “pretende acabar con el dominio estadounidense en los océanos de todo el mundo”, así mismo, reveló que el país asiático cuenta con unos 340 buques y avanza hacia una flota de 440 para 2030. Mientras tanto, la Armada estadounidense cuenta con menos de 300.
Por ello imploró por el crecimiento de la Armada de su país, es decir, por construir una flota más moderna a fin de poder hacer frente a la “amenaza china”. Pero el dato clave es que aseguró que los astilleros navales estadounidenses “no pueden competir con los chinos” y agregó que la realidad es que China tenía 13 astilleros y solo uno de ellos tiene más capacidad que todos los estadounidenses juntos.
Tratando de explicar esta situación, del Toro aludió a una serie de argumentos refutados en su mayoría por analistas del propio Estados Unidos. Uno de ellos, Blake Herzinger, investigador y experto en política de defensa en el Indo-Pacífico del Instituto Empresarial Estadounidense aseguró que es costumbre de los funcionarios estadounidenses culpar a China de sus frustraciones. Herzinger opinó que: “Esto parece desgraciadamente habitual, [es decir] que la dirección de la Marina tire piedras sobre defectos reales o imaginarios de la construcción naval china en lugar de tener en cuenta los fracasos de Estados Unidos durante dos décadas en cuanto a conceptualizar, diseñar y construir buques para su propia Armada”.
Solo unos días más tarde, el 28 de febrero, un reporte elaborado por varias agencias informaba que las Fuerzas Armadas estadounidenses afrontaban una escasez de personal lo que exponía la posibilidad de abandonar el actual sistema de reclutamiento voluntario.
Tanto el Ejército como la Armada y la Fuerza Aérea mostraban que en 2022 tuvieron el peor resultado de reclutamiento desde 1973 cuando cambiaron por completo del servicio de reclutamiento tradicional al de un Ejército contratado o, “voluntario”. Después de obtener un notable descenso que llevó de más de dos millones de reclutas en 1990 a 1,4 millones en 2001, se ha intentado mantener el número total en un nivel estable.
El reporte indica que lo mismo está ocurriendo con los reservistas. Entre las causas de esta situación se expone la pérdida de confianza de la población en la capacidad de las fuerzas armadas para cumplir sus misiones. En este sentido, un estudio del Instituto Ronald Reagan realizado en 2021 indica que solo el 45 por ciento de la población estadounidense confía en las Fuerzas Armadas, lo que supone un 25 por ciento menos que en 2018.
Pero hay otros factores, entre ellos, que las autoridades estadounidenses no se ocupan de los problemas más importantes. Así mismo, se aduce que el reclutamiento basado exclusivamente en contratos no ha dado solución al problema. No se observa a corto plazo una posible salida a la crisis lo cual genera preocupación en los altos mandos militares, toda vez que el Pentágono no está listo para reducir el número de la tropa. Para la institución armada, ha sido muy difícil constatar que tras 50 años desde el abandono del sistema de conscripción, los partidarios de su regreso han recibido un argumento de mucho peso.
En la misma dinámica, Bloomberg -citando un escrito que el teniente general de la Fuerza Aérea, Michael Schmidt, preparó para la audiencia celebrada el 29 de marzo en el subcomité aéreo de la Comisión de las Fuerzas Armadas de la Cámara de Representantes- informó que solo la mitad de la flota estadounidense de cazas polivalentes de quinta generación F-35 Lightning II se considera apta para la realización de misiones de combate. La situación es grave cuando se está hablando del caza más moderno de la fuerza aérea de Estados Unidos introducido en el servicio apenas en 2015.
El reporte da a conocer que durante el mes de febrero de este año “el promedio mensual de la capacidad combativa de los 540 F-35 en servicio fue solo del 53,1 por ciento, muy por debajo de la meta del 65 por ciento”, lo cual es clara manifestación de que dichos aviones no pueden realizar todas las misiones combativas que se le planteen limitándose en no pocos casos a vuelos de exhibición, pruebas y entrenamientos. Así mismo, el general Schmidt, sin informar las causas de tal situación, hizo saber que solo se contaba con menos del 30 por ciento de esos aviones para cumplir las misiones.
Sin embargo, se ha sabido que existe una continuada carencia de repuestos para los permanentes fallos en los motores de los F- 35, lo cual obliga a que las aeronaves pasen largas temporadas en los talleres, afectando la capacidad combativa de las fuerzas armadas.
Reafirmando la situación complicada de la institución militar de Estados Unidos, el general Mark Milley, quien en ese momento era jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, en una entrevista con el periodista Kevin Barón para Defense One, un portal estadounidense que ofrece noticias y análisis sobre temas de defensa y seguridad, reveló que la negativa de Washington a proporcionar misiles tácticos ATACMS a Ucrania, además de ser una consideración a favor de evitar la escalada del conflicto, también obedecía a que “tenemos relativamente pocos ATACMS y tenemos que asegurarnos también de mantener nuestros propios inventarios de municiones”.
Al respecto, Milley expresó a Defense One que la industria militar estadounidense se tardará “probablemente varios años” en reponer sus existencias y satisfacer las necesidades del Pentágono. Y esto será “muy caro” y no se realizará “por arte de magia en una noche”.
En otro ámbito del mismo problema, el 12 de noviembre pasado, el periódico neoyorkino The Wall Street Journal informó que el ejército de Estados Unidos se enfrenta a la escasez de sistemas de defensa aérea y antimisiles Patriot. Las necesidades de Ucrania, de Israel y del propio Estados Unidos que está siendo atacado en sus bases en Asia Occidental, han generado un inconveniente sin solución a corto plazo. A comienzos de noviembre, tras el agravamiento de la situación en Gaza, Washington envió seis sistemas antiaéreos Patriot a Tel Aviv.
Esta situación ha impedido que Estados Unidos pueda consolidar una adecuada dislocación de fuerzas y medios acorde a lo establecido en sus planes al conceptualizar el teatro de operaciones de Asia-Pacífico como el de mayor importancia estratégica.
Durante años los militares estadounidenses solicitaron la dotación de mayor cantidad de sistemas antiaéreos; sin embargo, una y otra vez fueron desoídos. Ahora, en medio de la desesperación que los agobia, el presidente del subcomité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes, Doug Lamborn, exigió el aumento de la financiación de la producción de los Patriot, subrayando que le preocupa “la capacidad [de Estados Unidos] de proporcionar defensa aérea en otras áreas”.
Este sistema que cuesta unos mil millones de dólares cada uno, son fabricados por Raytheon Technologies (RTX), que puede producir solo una docena de sistemas al año. Se ha informado que hay solo 60 Patriot disponibles alrededor del mundo y que su efectividad ha perdido credibilidad al haber sido una y otra vez burlados por los misiles yemeníes que atacaron objetivos en Arabia Saudí.
Pero el problema de fondo es que ni este ni ningún sistema de defensa antiaérea que posea Occidente es efectivo contra la acción de los misiles hipersónicos en manos de Rusia, de China y recientemente también de Irán.
Los misiles hipersónicos han venido a cambiar la ecuación estratégica en materia militar, transformando a los portaviones (el armamento ofensivo por excelencia en las últimas décadas) en lo que el analista brasileño Pepe Escobar ha denominado “costosísimas bañeras de hierro”.
Un misil hipersónico vuela al menos a una velocidad de Mach 5 (un Mach= 1235 Km/ hora) y posee tecnología de auto guiado que hace imposible la intercepción por su alta maniobrabilidad durante el vuelo. Aunque este tipo de armas se remonta a varias décadas atrás, fue a finales de 2017 que comenzó a tener un funcionamiento eficaz.
Pueden alcanzar una velocidad de Mach 25 (un poco más de 30 mil km/hora) y un alcance de 10 mil km. Rusia ya ha exhibido el Kinzhal (Mach 10), Avangard (Mach 25 ) y Tsirkon (Mach 8) y China el Dongfeng 17 (Mach 5). Recientemente, Irán ha dado a conocer el Fattah ( Mach 5 y un alcance de mil 400 Km.) lo cual lo pone a distancia para aniquilar la mayor parte de las bases estadounidenses en Asia Occidental incluyendo la base naval de la 5ta. Flota en Bahréin a menos de un minuto de vuelo del territorio iraní.
Solo se necesitarían 11 misiles hipersónicos para hundir los 11 portaviones de Estados Unidos. Ello ocurriría en un lapso de entre tres y ocho minutos de acuerdo al lugar del planeta donde se encuentren. En ese corto espacio de tiempo habrá desaparecido el poder naval de Estados Unidos para siempre. Así mismo, solo entre dos y cinco minutos demorarían los misiles en llegar a París Londres, Berlín o New York. Por supuesto que eso no lo desea ningún ser humano racional, esperando que los líderes estadounidenses se incluyan entre esos “seres humanos racionales” porque las ciudades rusas y chinas no están desguarnecidas como Hiroshima y Nagasaki.
Tal vez sea esta la razón por la que en una conferencia organizada por el Instituto Empresarial Estadounidense en Washington el pasado 28 de febrero, Christine Wormuth, secretaria del Ejército de Estados Unidos, dijo que su país quiere evitar una guerra en Asia. No obstante, alertó sobre la urgencia de prepararse para luchar contra China. Wormuth afirmó que: “La mejor manera de evitar una guerra es demostrar a China y a los países de la región que realmente podemos ganar esa guerra”, asegurando que luchar contra China es solo una forma de “disuasión”.
Como dijimos antes, Wormuth es política, expresa deseos, no realidades. Se necesita talante superior y mirada estratégica para entender “la guerra como continuación de la política”. Por eso, desde otra perspectiva, solo unos días después, el propio general Mark Milley pareció responderle a Wormuth. En la entrevista antes mencionada para el portal Defense One, el pasado 2 de abril, Milley sugirió ”calmarse sobre la guerra con China” advirtiendo acerca de la retórica “recalentada” de una guerra inminente entre Estados Unidos y China.
Milley afirmó creer que había mucha retórica, lo cual podría crear la percepción de una guerra a la vuelta de la esquina o que estamos al borde de una guerra con China. (CONTINUARÁ)
rmh/srg
*Licenciado en Estudios Internacionales, Magister en Relaciones Internacionales y Globales. Doctor en Estudios Políticos.
(Tomado de Firmas Selectas)