Por Manuel Vázquez
Redacción África y Medio Oriente
Sudáfrica, al concluir en la ocasión su presidencia pro tempore del Grupo, según consenso entre expertos consultados por Prensa Latina, entregó al mundo mucho más que declaraciones: ofreció un modelo de diplomacia inclusiva que priorizó el desarrollo humano sobre la geopolítica tradicional.
La trascendencia de esa presidencia se comprende mejor al examinar las circunstancias que rodearon el proceso.
Según recordaron, Sudáfrica asumió el liderazgo del G20 en diciembre de 2024 en un contexto internacional marcado por crecientes tensiones comerciales generadas por las medidas arancelarias unilaterales impuestas por la administración estadounidense de Donald Trump, conflictos armados en múltiples regiones, y el persistente impacto de las crisis climáticas y pandémicas.
Sin embargo, consideran, lejos de amilanarse, la diplomacia sudafricana transformó etos desafíos en oportunidades para reivindicar los intereses de todo el continente africano.
LA CUMBRE DE JOHANNESBURGO: UN HITO CONTINENTAL
El momento culminante llegó los días 22 y 23 de noviembre de 2025, cuando por primera vez en la historia, el suelo africano albergaba una Cumbre de Líderes del G20.
Como documentan fuentes oficiales sudafricanas, la elección del Centro de Exposiciones Nasrec en Soweto no fue casual: simbolizaba la voluntad de tender puentes entre el Norte y Sur Globales desde un lugar que representa la lucha contra la exclusión.
La ausencia de una representación estadounidense a nivel presidencial pudo haber frustrado cualquier consenso en otro contexto. Sin embargo, como explicó el portavoz presidencial Vincent Magwenya, Sudáfrica se mantuvo firme en defender el protocolo y la dignidad del foro, rechazando una transferencia simbólica de la Presidencia a un funcionario de menor rango.
En su opinión, esa postura, lejos de debilitar el proceso, fortaleció la cohesión del resto de los miembros.
El resultado de la cita fue la adopción de la Declaración de Johannesburgo, un documento que, en palabras del presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, ante el plenario, “representa mucho más que palabras: constituye un compromiso con acciones concretas que mejorarán las vidas de personas en cada rincón del planeta”.
AGENDA AFRICANA EN PRIMER PLANO
El éxito diplomático más significativo de la presidencia sudafricana radica en haber colocado tres temas críticos para el desarrollo continental africano en el centro del debate global: la reforma de la arquitectura financiera internacional, la sostenibilidad de la deuda de los países de bajos ingresos, y las transiciones energéticas justas.
Como detalló el Ministerio de Relaciones Internacionales y Cooperación (Dirco) en sus reportes, Sudáfrica estableció un Panel de Expertos África-G20, liderado por el exministro de Finanzas Trevor Manuel, que presentó evidencia contundente sobre cómo el actual sistema financiero internacional perpetúa desigualdades históricas.
Sus recomendaciones se tradujeron en compromisos concretos en la declaración final para reformar los criterios de calificación crediticia y los mecanismos de asignación de Derechos Especiales del FMI.
En el ámbito del endeudamiento, la presidencia sudafricana logró que por primera vez el G20 reconociera explícitamente la asfixia financiera que sufren las economías africanas, comprometiéndose a “extender el apoyo a países de ingresos bajos y medios que enfrentan vulnerabilidades de deuda”, según consta en el punto 27 de la declaración final.
Ese avance, calificado de “revolucionario” por el canciller Ronald Lamola, establece bases para un mecanismo más equitativo de reestructuración de deuda.
El tercer componente de la estrategia sudafricana se centró en las transiciones energéticas justas.
Lejos de aceptar modelos impuestos, Sudáfrica defendió -y logró incorporar- el principio de que la descarbonización debe priorizar el desarrollo industrial local, la creación de empleo y el acceso energético asequible.
Como demostró el evento “Scaling Up Renewables in Africa”, coorganizado de conjunto con Global Citizen, que captó compromisos por 15 mil 500 millones de euros, el continente busca inversión, no caridad.
INTEGRACIÓN CONTINENTAL COMO PRIORIDAD
En 2025 la presidencia pro tempore sudafricana del G20 operó bajo un principio rector explícito: ser una “presidencia africana” antes que solo nacional.
Ese compromiso se materializó en la incorporación sistemática de la Agenda 2063 de la Unión Africana -“El África que queremos”- en los debates del G20, así como en el impulso decidido a la Zona de Libre Comercio Continental Africana (AfCFTA).
Como recordó Ramaphosa en su discurso ante los líderes africanos congregados en Johannesburgo, “la mayor oportunidad de prosperidad en el siglo XXI reside en África”, pero aprovecharla requiere “una fuerte asociación entre África y el G20”.
Acorde con el gobierno sudafricano, esa convicción guio la insistencia del país en que los compromisos del foro deben traducirse en beneficios tangibles para la implementación del AfCFTA, particularmente en el desarrollo de cadenas de valor regionales y la reducción de barreras comerciales intraafricanas.
Los resultados de esa estrategia ya son visibles. Según datos del Ministerio de Comercio, Industria y Competencia, el intercambio económico intraafricano mostró un repunte notable durante 2025, impulsado por los protocolos de implementación del AfCFTA, que coincidieron con la presidencia sudafricana del G20.
NUEVO MULTILATERALISMO SUR-SUR
Más allá de los acuerdos concretos, el legado más perdurable de la presidencia sudafricana podría ser la demostración práctica de la posibilidad de implementar un nuevo modelo de multilateralismo.
Frente a un escenario internacional fragmentado, Sudáfrica optó por fortalecer alianzas Sur-Sur, profundizando su cooperación con China, Brasil, India e Indonesia, mientras tendía puentes con economías emergentes como los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Vietnam.
Como ilustra la serie de acuerdos bilaterales anunciados durante la Cumbre -desde la iniciativa de inteligencia artificial de los EAU hasta el régimen de cero aranceles chinos para productos sudafricanos-, la diplomacia económica de Pretoria priorizó alianzas basadas en el beneficio mutuo y el respeto soberano.
Ese enfoque encontró su máxima expresión en la Cumbre Social del G20, un espacio de concertación que Sudáfrica expandió significativamente respecto a su edición precedente –la brasileña-, incorporando 22 grupos de contactos -incluyendo por primera vez a líderes tradicionales y pueblos indígenas Khoi-San.
LEGADO Y PERSPECTIVAS
Al traspasar de facto la presidencia pro tempore del G20 a Estados Unidos, Sudáfrica deja establecidos mecanismos de seguimiento que garantizarán continuidad en la atención a los temas africanos.
Así, el Marco de Engagement África-G20, negociado por la delegación sudafricana, asegura que las prioridades continentales mantendrán presencia en la agenda del foro durante los próximos cinco años.
Como reflexionó el vicepresidente Paul Mashatile en sus conclusiones ante medios locales, “la obligación final recae en nosotros como país para dar seguimiento -y lo estamos haciendo con claridad y determinación”.
En consecuencia, los dos paneles asesores establecidos por Ramaphosa monitorearán la implementación de los compromisos, mientras las siete iniciativas de legado de la Cumbre Social -desde el Fondo Soberano Panafricano hasta el Hub Creativo de Timbuktú- institucionalizarán la participación ciudadana. En el balance final, de acuerdo con analistas locales, la presidencia sudafricana del G20 demostró que el multilateralismo puede evolucionar hacia formas más inclusivas y representativas.
Al dar voz y voto al continente africano en la mesa de las grandes decisiones globales, argumentan, Sudáfrica no solo honró el legado de Nelson Mandela -que soñó con una Sudáfrica tomando “su lugar legítimo y responsable en la comunidad de naciones”-, sino que escribió un nuevo capítulo en la historia de la diplomacia mundial, donde el Sur Global ya no pide permiso para participar, sino que ejerce con plenitud su derecho a liderar.
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