viernes 1 de agosto de 2025

La amistad entre Eusebio Leal y el cardenal Jaime Ortega

La Habana (Prensa Latina) En un año marcado por la celebración de los 90 años de relaciones diplomáticas ininterrumpidas entre Cuba y la Santa Sede, hemos considerado recordar lo que fuera una bella amistad entre el Doctor Eusebio Leal Spengler y Su Eminencia, el cardenal Jaime Ortega Alamino. El primero, fallecido el 31 de julio de 2020 y el segundo un año antes, el 26 de julio de 2019.

Por Enrique González

Colaborador de Prensa Latina

Eusebio Leal dejó plasmada esta estrecha relación al dedicarle el 22 de noviembre de 2019 una “Lectio Magistralis” titulada “Al Cardenal Jaime Ortega Alamino: el pastor y el hombre. Elogio de la virtud sacerdotal”. En ella manifestó su gratitud por la amistad que los unía destacando la labor pastoral, social y reconciliadora del purpurado.

El 22 de noviembre de 2019, la Universidad Pontificia Lateranense (“la Universidad del Papa”) entregaba a Leal la Laurea Honoris Causa en Ciencias Jurídicas e Historia del Derecho. Él quería pronunciar su conferencia magistral personalmente, pero razones de salud se lo impidieron.

Sin embargo, apenas recuperándose de una de las varias operaciones que enfrentó en sus meses finales, a través de una videoconferencia, Leal deslumbró aquella mañana al público presente en la Pontificia Universidad Lateranense, dedicando al amigo Ortega su intervención y mostrando, desde su fragilidad humana, su grandeza de espíritu y coraje.

El historiador de La Habana destacó en su intervención cómo Ortega había deseado mucho ese reconocimiento, recordando que este había fallecido meses antes y resaltando, además, que en los momentos más duros de su enfermedad, el cardenal le había estado bien cercano.

Asimismo explicó cómo la dignidad y la valentía estuvieron presentes siempre en Ortega, quien fuera un hombre de perdón y reconciliación, un constructor de puentes, y subrayó cómo en no pocas ocasiones asistió a los diálogos del cardenal con el presidente Raúl Castro, siendo testigo del carácter “sanador y profético” de aquellos encuentros.

En un momento no menos importante refirió cómo Cuba debía al “cardenal Jaime” el rescate del dinero de la Iglesia cubana depositado en Estados Unidos y que era el fruto de la histórica indemnización derivada de la intervención durante la guerra hispano-cubano-americana, lo que logró luego de un diálogo con el cardenal Timothy Dolan en la residencia de este último, en la ciudad de Nueva York.

En tono destacado, recordó cómo el Cardenal un día le había mostrado en sus manos, rota, la corona de oro de la Virgen de la Caridad que le había sido devuelta en La Florida.

Y continuó Leal: “Una época estaba terminando. Calumniado lejos de Cuba, incomprendido por muchos, escribió una carta en latín al Papa Benedicto XVI, quien como respuesta, tomándole las manos personalmente y después de escuchar su corazón atribulado, le expresó: “Usted ha hecho lo que debía hacer, el deber de la iglesia es tender puentes”, y le bendijo”.

Detalló el historiador cómo el temor del cardenal a perder la mente le acuciaba más que el de la muerte. Estando además, herido de ella sin saberlo, como le ocurría a él.

Solían almorzar juntos cada miércoles donde mucho hablaban sobre anécdotas de vida, largos viajes, gestiones para conseguir financiamientos, la devolución de numerosos templos y bienes de la Iglesia de acuerdo a sus diálogos con el líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, y el General de Ejército Raúl Castro.

También conversaban acerca de la creación de la casa sacerdotal, de la sede de la Conferencia Episcopal en La Habana, los terrenos conseguidos para levantar el nuevo asiento del Seminario de San Carlos y San Ambrosio, la construcción de templos… y el destino de Cuba.

Luego explicó cómo al hallarse en trance de muerte, Ortega acudió presuroso a imponerle los “santos óleos” y le dejó el rostro de Cristo que se conserva en la Iglesia de Sant‘Egidio en el Trastevere romano, que lo acompañó en sus sufrimientos, conversando ambos del día en que conoció a la Santa Madre Teresa de Calcuta y la impresión indeleble de haber sentido el carisma impar de aquella mujer que creyó en la vida como un desafío que debemos enfrentar.

Casi finalizaba Eusebio: “Hablamos por última vez junto a su médico, el ilustre Doctor René Zamora, director del Centro de Bioética San Juan Pablo II. Cuando ya apenas podía escuchar ni proferir palabra, tomé sus manos y me nombró: amigo, amigo… Esas palabras las llevo siempre en mi corazón”.

Terminó su Conferencia con la siguiente idea: “Un día tuve el placer de diseñar el escudo del Cardenal Ortega: el pelícano que devora sus entrañas para dar de comer a sus pichones sobre un lecho de llamas ardientes. Ese fue el tiempo que nos tocó vivir, pero fue el que Dios quiso en su infinita providencia. No hubo otro mejor ni podrá existir otro mejor. En el cielo de aquel escudo está la estrella radiante de Cuba atravesando el firmamento. Esa estrella permanece hoy ante mis ojos como habitó siempre en los ojos ya apagados de mi amigo”.

Sin dudas, la relación entre ambos fue de profunda amistad, respeto mutuo y colaboración en favor de la cultura, la sociedad y la espiritualidad cubana. Ambos compartían una visión cercana de la fe y el compromiso con la sociedad.

En el plano público, trabajaron juntos estrechamente en momentos cruciales para Cuba, como la gestión de diálogos con el gobierno cubano, incluidos encuentros con el presidente Raúl Castro, con el propósito de construir puentes de reconciliación y diálogo.

Eusebio Leal destacó siempre la figura de Ortega como un hombre de perdón y reconciliación, que supo navegar tiempos de gran contradicción ideológica y fomentar la labor pastoral en un contexto complejo para la Iglesia en Cuba.

La amistad entre ellos estuvo marcada por el compromiso compartido con Cuba, la fe, el diálogo y la reconciliación, con un vínculo personal que trascendió sus respectivas funciones públicas y que fue reconocido y valorado por ambos hasta el final de sus vidas.

arb/EG

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