Por Moisés Saab
De la redacción de África y Medio Oriente
Trump es conocido por los estadounidenses, entre otras razones, como protagonista de un “reality show” en el cual examinaba a candidatos a emplearse en su imperio inmobiliario cuyo colofón era la información de las notas en las pruebas a que fueron sometidos que, en el caso de los “suspensos”, terminaba con un destemplado “You´re fired” (Estás despedido”, inglés).
Tal vez esa conducta influyó en la psiquis de quienes lo llevaron a la presidencia en las elecciones de 2016; quien sabe, todo es posible en este mundo de manipulación de las masas, y el hastío de los electores con los políticos profesionales, cada vez más decepcionantes, y prefirieron a Trump, un advenedizo en toda la extensión de la palabra, y, por si fuera poco, acusado de delitos de lesa moralidad, por decirlo de alguna forma.
A la postre, el magnate de bienes raíces resultó electo y dejó como recuerdo de su cuatrienio una estela de disparates políticos, diplomáticos, protocolares y económicos, hijos de su crasa ignorancia del arte de la política y, es posible, de sus desajustes mentales, como certificó en su momento el diagnóstico de respetados siquiatras estadounidenses.
Pero, en lo que a todas luces es un segundo tropezón con la misma piedra, o la pésima impresión de la deplorable imagen proyectada por el aún presidente Joe Biden, además de las sombras sobre negocios de su hijo Hunter en Ucrania, y la fragilidad de la candidata demócrata, Trump emergió vencedor de los comicios.
El presidente electo estadounidense enfocó su plataforma en asuntos que atañen a la inmensa mayoría de los estadounidenses, en particular la economía, atribulada por la sangría de fondos remitidos al gobierno de Ucrania en la esperanza de doblegar a Rusia que, al contrario de lo deseado, registra éxitos en su operación militar especial.
Sin pasar por alto la tendencia al surgimiento de un mundo multipolar evidenciada en el fortalecimiento de los Brics con el ingreso de más miembros y la creación de la categoría de asociados.
La reciente decisión del actual gobierno demócrata de autorizar ataques contra territorio ruso con armas provistas por Washington, tiene a gran parte del mundo en ascuas debido a la posibilidad de una conflagración planetaria de proporciones inconmensurables por los daños que sufrirían el planeta y los pobladores que sobrevivan al holocausto atómico.
A décadas de distancia resuena ahora más que nunca la formulación del autor de la Teoría de la Relatividad, Albert Einstein, quien no vivía perdido en el mundo de la especulación de la física teórica, sino que tenía los pies bien plantados sobre la tierra cuando aseveró que si estallaba la III Guerra Mundial la siguiente, la IV, sería combatida con garrotes y pedruscos, porque la humanidad retornaría a la Edad de Piedra.
El río de armas y fondos remitidos por Washington a los arsenales y las arcas de Kiev tienen por fuerza que impactar de manera negativa en la economía estadounidense y la de sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, agrupación a la que en una de sus declaraciones públicas Trump diagnóstico con “muerte cerebral”.
Esa es una de las incógnitas de la conducta que el mandatario electo seguirá respecto al conflicto en el país eslavo, sobre el cual aseguró, con esa tendencia a los enunciados sin sustancia que lo caracterizan, que lo terminará en 24 horas.
Sin embargo, de entre el torbellino de incógnitas y especulaciones sobre la relación del próximo equipo al mando en Washington o en el estado profundo, como se prefiera, con el mundo exterior, sobresale una en apariencia olvidada, que tiene un antecedente ocurrido en el anterior mandato del presidente electo: la relación de Washington con África.
En una declaración emitida urbi et orbi (hacia todas las partes), el colorido multimillonario proclamó que prefiere recibir en su país a emigrantes de países nórdicos, rubios y de ojos claros, precisó, a los provenientes de “shit holes” (países de mierda, inglés, en traducción libérrima), de África y Haití, en la versión más cruda de su pensamiento.
Poco faltó para que repitiera las tesis de pureza racial enunciada por el III Reich de Adolfo Hitler basado en mediciones de cráneo y otros parámetros físicos que, paradojas políticas y genéticas, el Fuhrer no cumplía ni de lejos.
Resulta innecesario hacer un profundo ejercicio de imaginación para comprender la reacción de los países aludidos, convertidos en letrinas de un plumazo verbal.
Su entonces secretario de Estado, Rex Tillerton, conocedor de la importancia de no alienarse a un continente importante para las necesidades geopolíticas de Washington y por sus recursos naturales, partió hacia África para tratar de explicar el desafuero, tarea titánica que quedó en suspenso cuando Trump le comunicó sin ceremonia que quedaba despedido con efecto ayer.
Fue un paso en falso cuyos efectos serían tangibles con el tiempo, como percibió en carne propia la entonces vicepresidenta Harris, despachada en un safari coordinado con altos funcionarios franceses, para sumar a los líderes africanos a la campaña contra Rusia por su operación especial en el Donbass.
Además del cortés NO, tanto París, expotencia colonial, como Washington, el actual súper poder neocolonial, recibieron una lección de historia y de la buena memoria de sus anfitriones los cuales les recordaron que cuando luchaban por su independencia, los primeros trataron de evitarla a toda costa con el apoyo, denodado, pero infructuoso a la larga, del segundo.
En contraste, añadieron que la extinta Unión Soviética, China y otros países del entonces campo socialista de Europa oriental les brindaron ayuda incondicional y sostenida.
¿Hará Trump un ejercicio de amnesia selectiva y asumirá al menos en la forma una visión más realista del continente y su cultura e historia o persistirá en considerarlo una letrina de proporciones gigantescas?
A estas alturas resulta difícil pronosticar con algún margen de exactitud cuál será la política estadounidense hacia el continente, pero conociendo la identidad de Marco Rubio, su nominado para la Secretaría de Estado, quien es probable que ni siquiera sea capaz de señalar en un mapa la fisionomía de África, es comprensible suponer que las estrellas no están alineadas en favor de esa eventualidad.
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