Por Frei Betto *
Colaborador de Prensa Latina
Mientras tanto, casi todas las semanas un barco repleto de refugiados africanos, incluidos niños, se hunde en las aguas del Mediterráneo, y nadie derrama ni una lágrima, ni doblan las campanas, salvo las del Vaticano, porque el papa Francisco clama por ellos en el desierto.
Existen al menos tres tipos de refugiados: los económicos, los políticos y los climáticos.
Quienes intentan llegar a Argelia para arriesgarse a continuación por el desierto del Sahara, ahora encuentran cerradas las fronteras. En muchos países africanos el peso de la inflación, el desempleo y la violencia obligan a multitudes a desplazarse con la esperanza de una vida mejor.
En 2020, se estimó que la población migrante global era de 281 millones de personas. Si formaran una nación sería la cuarta del mundo, después de la India, China y los Estados Unidos.
La mayoría de los migrantes no se ajusta a los parámetros de la Convención y el Protocolo sobre el Estatuto de los Refugiados, adoptados en 1951, a inicios de la Guerra Fría. En esa época, el eurocentrismo de la Convención consideraba que huir del campo socialista se debía a la “falta de libertad”. Se presumía que la libertad era un atributo de Occidente… No se tenía en cuenta a los refugiados por razones económicas.
Aún hoy en día se entiende por “refugiado” a quien procura librarse de la persecución política, y no a quien busca escapar del hambre, la miseria, el desempleo, la guerra.
¿Por qué tantos refugiados buscan un puerto seguro en Europa Occidental y los Estados Unidos? Porque esas regiones metropolitanas difunden la imagen de que allí reinan la abundancia, la libertad y la justicia.
La mayoría pobre ignora que la riqueza de los países colonizadores se amasó mediante el genocidio indígena, el tráfico de esclavos, el saqueo de las riquezas naturales y culturales.
Los antiguos colonizadores siguen explotando a los países en vías de desarrollo mediante la promesa de inversiones que los atan a deudas perennes o a través del FMI y el Banco Mundial con sus políticas necrófilas.
¿De dónde vienen las armas de tantas guerras locales? ¿Quién fabrica las minas que amputan piernas y manos de agricultores, pescadores y artesanos pobres? ¿Dónde se guardan las reservas cambiarias de las naciones colonizadas? ¿Quién explota el litio usado en las baterías de tabletas, teléfonos inteligentes, cámaras fotográficas y vehículos eléctricos?
De los 281 millones de refugiados de 2020, 26,4 millones fueron registrados y 4,1 millones solicitaron asilo. Los otros 250,5 millones eran refugiados del FMI y el cambio climático. El Informe Mundial sobre Migración de 2024, realizado por la ONU, destaca que “el número de desplazados debido a los conflictos, la violencia, los desastres y otros motivos alcanzó los niveles más altos que se hayan registrado”. Se trata de migrantes, no solo de quienes huyen de persecuciones.
Ante el endeudamiento de los países en desarrollo -causa de la falencia de México en 1982-, el FMI aplica medidas de ajuste estructural que, invariablemente, obligan a los gobiernos a reducir las inversiones en salud y educación, y a inyectar recursos en los sectores volcados a la exportación, como la minería y el agronegocio.
El informe realizado por el Banco Africano de Desarrollo en 2018 mostró que debido a los desastres climáticos y los conflictos armados, campesinos de África Occidental se desplazaron del campo a las ciudades, donde comenzaron a trabajar en empleos informales poco remunerados.
Movidos por el sueño de mejorar de vida, muchos emigraron, atraídos por los salarios más altos de Occidente y el Golfo. Por ejemplo, en 2020 el mayor contingente de migrantes fue a los Estados Unidos, Alemania y Arabia Saudita. En esos países por lo general se les trata como escoria subhumana.
Desde la desaparición de la Unión Soviética, los Estados Unidos han aumentado su fuerza militar y económica para derribar gobiernos que intentan preservar la soberanía sobre su propio territorio.
Actualmente, una tercera parte de los países, sobre todo en vías de desarrollo, enfrentan sanciones punitivas de los Estados Unidos, como el bloqueo impuesto a Cuba desde hace más de 60 años. Dichas sanciones suelen impedir que esas naciones utilicen el sistema financiero internacional, lo que provoca un caos económico.
De los 6,1 millones de migrantes venezolanos que abandonaron su país, la mayoría lo hizo debido a las restricciones impuestas ilegalmente por los Estados Unidos, que destruyeron la vitalidad de la economía de Venezuela, un país que es dueño de la mayor reserva de petróleo del mundo.
Resulta paradójico ver que los Estados Unidos y la Unión Europea exigen un alineamiento con sus ambiciones y, al mismo tiempo, tratan como escoria a quienes huyen de los países bloqueados. Alemania, por ejemplo, comenzó a deportar afganos, mientras que los Estados Unidos les cierran las fronteras y expulsan a latinoamericanos.
En 2021, el Banco Mundial calculó que en 2050 habrá al menos 216 millones de refugiados climáticos, que viven a la espera de promesas incumplidas. En la Conferencia de las Naciones Unidos sobre el Cambio Climático (COP21), celebrada en París en 2015, los líderes gubernamentales decidieron crear una Fuerza de Tarea sobre Desplazamiento.
Tres años después, en 2018, el Pacto Global de la ONU apuntó que las personas que se desplazan a causa de la degradación climática deben ser protegidas. No obstante, el concepto de refugiados climáticos aún no se ha establecido. Y las medidas permanecen en el papel.
Ningún migrante quiere dejar su casa y su tierra para ser tratado como ciudadano de segunda clase en los países metropolitanos que fuerzan su migración. Las mujeres se niegan a viajar largas distancias, porque la amenaza de violencia de género representa un gran riesgo. Prefieren la dignidad, aunque vivan en condiciones precarias.
Para las naciones ricas, donde la eugenesia impregna la cultura, los refugiados con un biotipo semejante a la población de origen “ensucian menos la sangre”. Por eso, en plena campaña de rechazo a las hordas de migrantes africanos en 2022, Europa abrió los brazos y los bolsillos para acoger a refugiados ucranianos de piel blanca, ojos claros y pelo rubio.
El poeta palestino Fady Joudah escribió en “Mimesis”: Mi niña no le quiso hacer daño a la araña / que anidó en el manubrio de su bicicleta durante dos semanas. / Esperó hasta que salió por su propia voluntad. / Si tiras la tela, le dije, sabrá que ese no es un lugar al que llamar hogar/ Y tú podrías andar en bicicleta. / Mi niña me dijo: es así que los demás de vuelven refugiados, ¿no es cierto?
arb/fb
*Escritor brasileño y fraile dominico, conocido internacionalmente como teólogo de la liberación, es autor de 78 libros de diversos géneros literarios -novela, ensayo, policíaco, memorias, textos infantiles y juveniles y de tema religioso. Asesor de movimientos sociales, de las Comunidades Eclesiales de Base y del Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra. Desde 2019 asesora el Plan de Educación en Seguridad Alimentaria y Nutricional de Cuba, implementado por la FAO.