Por Roberto F. Campos
De la redacciòn de Economìa
Algunos espacios son poco conocidos, coinciden los guías de paseos, como es el caso del Cruceiro que capta mucho la atención en la actualidad, cuando muchos transeúntes se preguntan su historia.
Se trata de una escultura muy particular, en la Plaza de San Francisco de Asís, en uno de los lugares más visitados y fotografiados de la capital cubana, con un entorno adoquinado, palomas por doquier y edificios que tienen antiguos e històricos.
Por tanto, ese Cruceiro es además de atractivo simbólico de la porción más añeja de la ciudad, y alto en el camino para reflexionar y meditar, y relacionado con un turismo cultural e histórico.
Caminando por la calle de los Oficios, para arribar a la plaza de San Francisco, el viajero tropieza con el Cruceiro de La Habana, elemento escultórico que llama la atención.
Esa obra es uno de los elementos más significativos de la iconografía gallega (España), compuesto por una cruz de piedra que señala las encrucijadas de los caminos, y puede verse además en los atrios de las iglesias.
Sin embargo, es curioso que se desconozca su origen y se discuta sobre su significado. En realidad se encuentran distribuidos por diferentes zonas de la península Ibérica, atribuidos a la cristianización de lugares de incertidumbres para bendecir los caminos y hay quienes también le imputan rituales de sanación para el cuerpo y el espíritu.
Si bien su tipología es variada, se componen de tres partes: base, vara y cruz. Pueden verse adoptando formas muy sencillas y en ocasiones se muestran como valiosísimas piezas escultóricas por el labrado de la piedra.
En el caso del habanero, lo levantaron en la plaza centenaria, a pocos pasos de la bahía. La pieza escultórica fue donada por quien en su momento fuera presidente de la Junta de Galicia, Manuel Fraga Iribarne.
Todavía se recuerda a los alumnos de la Escuela Taller de La Habana y los trabajadores de la Empresa de Monumentos de la Oficina del Historiador, en la labor de colocar pieza por pieza escultura religiosa construida por los canteros de Pontevedra (2000).
El lugar donde hoy se erige, estuvo ocupado años atrás por una pequeña isleta donde se ubicó una parada de ómnibus. Luego de los trabajos de restauración este espacio público fue cerrado al tránsito, se realizó un nuevo diseño de pavimentación y en el cruce de las calles Oficios y Lamparilla se levantó el Cruceiro.
Por lo tanto, además de su belleza sirve de homenaje y recordación a los antepasados gallegos de los cubanos, tal y como lo consideran los historiadores locales.
La obra donada por la Xunta, tiene siete metros y medio de alto, y pesa 12 toneladas. La plaza de San Francisco, en La Habana Vieja (Cuba), acogió al primer cruceiro instalado en la capital.
En esa cuerda se recuerda que La Xunta donó esta obra, construida durante siete meses en la Escola de Canteiros, y en su inauguración el 27 de septiembre del 2000, estuvo presente el secretario xeral de Relación coas Comunidades Galegas, Fernando Amarelo.
El origen de la construcción de este cruceiro estuvo en la visita que realizó a Pontevedra y a la Escola de Canteiros de Poio, el historiador de la ciudad de La Habana, Eusebio Leal Spengler (1942-2020), tras entrevistarse con el presidente de la Xunta, Manuel Fraga.
Este experto, máximo responsable de la rehabilitación del casco histórico de la capital cubana, ofreció la obra a la memoria de los gallegos y emigrantes que contribuyeron a enraizar la nación cubana, dijo.
En particular la obra, es una de las 10 más monumentales que existen, según la Xunta, y se acomoda perfectamente a las características del paisaje de La Habana Vieja.
El monumento incorpora las imágenes de San Cristóbal y Santiago, los patrones de la capital de Cuba, además de San Antonio, San Francisco, y la Inmaculada Concepción, patrona de la Catedral de la ciudad.
La base del cruceiro es un recuerdo de la catedral de Santiago de Cuba, de forma octogonal y también construida por emigrantes gallegos.
LA INEFABLE HABANA VIEJA
Declarada entre las siete Ciudades Maravilla del Mundo, La Habana justifica ese y otros muchos reconocimientos no solo por su belleza y movilidad, sino por las tradiciones de su gente.
El paisaje urbano bien conservado, gracias a la Oficina del Historiador de la Ciudad y a las serias intenciones del Ministerio de Turismo (Mintur) y otras instancias ciudadanas, parece hoy una Babel en materia de idiomas, comprensiones y personas con disímiles procedencias.
Fundada a la sombra de un frondoso árbol, una Ceiba, La Habana, capital de Cuba, devino ciudad cosmopolita frecuentada por viajeros de todas partes del mundo deseosos por conocerla en profundidad.
Un ambiente delicioso, al mejor estilo de la Torre de Babel, se respira en sus calles por donde pasean gente llegada desde cualquiera de los cinco continentes, hablando su idioma, pero compenetrándose con los capitalinos de la única manera posible: mediante la cordialidad.
Aquí se pueden observar las bondades principales del turismo, como unificación y comprensiones comunes de diferentes culturas y pueblos, y de una manera particular símbolo de tolerancia.
Cuba y La Habana como esencia de esencias, representa a un pueblo muy mezclado, donde las principales procedencias lo constituyen lo español y lo africano, pero también confluyen lo chino, alemán, francés, hebreo y de otras muchas partes.
La Villa de San Cristóbal de La Habana, como realmente es su nombre se fundó un 16 de noviembre de 1519 a orillas del Puerto Carenas, luego de que en 1515 tuviera un asentamiento inicial en la costa sur del país.
Su bahía hacìa las veces de punto de reunión de toda la flota española en su viaje hacía la metrópoli con las riquezas de todo el hemisferio occidental, a causa de lo cual estuvo bajo el constante asedio de piratas y gente de toda laya.
Visto su atractivo particular de urbe invadida en 1555 por piratas y en 1792 por la flota inglesa, sus murallas y refugios, conservan pedazos, piedras y vestigios de antaño.
Toda esa riqueza fue premiada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) al declararla Patrimonio de la Humanidad en 1982.
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