jueves 8 de mayo de 2025

Narcotráfico, islamismo y corrupción: perversa trinidad

La Habana (Prensa Latina) Existe el criterio de aceptación universal de que el vocablo asesino viene del árabe hashishin que alude al estado de intoxicación con hashish en el que se sumergían tribus beduinas antes de asolar aldeas para saquearlas.

El hashish es un compuesto de marihuana en forma comprimida, cuyos adictos lo consumen solo o mezclado con el tabaco de cigarrillos, sobre todo en Afganistán, La India, Pakistán, Irán, Iraq, Líbano, Marruecos y Egipto, aunque su uso llega a otros países africanos, de Europa y los Estados Unidos.

Condiciones del mercado han disminuido su popularidad en Estados Unidos, según expertos en el tema, ante el surgimiento de compuestos más destructivos como el crack y el infame fentanilo.

Aparte, el efecto del hábito adquirido, el consumo de esa droga es amplificado por el surgimiento de cárteles internacionales que operan en países escenarios de convulsiones políticas en los cuales la acción contra el contrabando y expendio de narcóticos es nula por el caótico estado prevaleciente.

Es en ese estado de cosas, en el cual florecieron en los últimos tiempos grupos armados islamistas, afiliados tanto al Estado Islámico, como a la red Al Qaeda, los cuales para obtener ingresos económicos protegen el tránsito de drogas por los territorios que controlan en países del Sahel.

El Sahel es la zona ecoclimática y biogeográfica septentrional del continente africano, que limita al norte con el Sahara y al sur con la sabana sudanesa, como transición entre ambos territorios, la cual, de oeste-este, va del océano Atlántico hasta el mar Rojo, a través de todo el continente.

Acorde con un reciente informe de la Oficina sobre Drogas y Delitos de la ONU la confiscación de alijos de alucinógenos ilegales, en particular la cocaína, aumentó de manera sustantiva en estados de África occidental desde 2022, último año recogido en el texto.

Cifras del informe reportan que de 2013 a 2020, como promedio anual, en Mali, Chad, Burkina Faso, y Níger resultaron confiscados 13 kilos de cocaína, en marcado contraste con 2022, cuando los cuerpos antidrogas capturaron mil 466 kilos, un salto cuántico a todas luces.

Pero en rigor las cifras más que mostrar una mayor efectividad de los cuerpos especializados y las aduanas, evidencian la magnitud del tráfico, ya que es más que posible que una cantidad similar, o mayor, haya burlado la vigilancia y llegado a sus destinos en Europa y Estados Unidos, sus principales mercados.

La cocaína, a pesar de ser un narcótico reservado a personas más pudientes por su elevado costo, es fuente de noticias en algunos países africanos, entre ellos Senegal, donde semanas atrás fue interceptado un alijo de mil 137 kilos de resina del alucinógeno, el mayor jamás registrado en los anales, cuyo valor en la venta al detalle fue estimado por el reporte en 146 millones de dólares.

La mala noticia es que incidentes de este tipo son cada vez más frecuentes en la región del oeste africano, evidencia palpable de que la zona devino ruta habitual para el contrabando de estupefacientes desde América del Sur hacia Europa, estima el documento de la ONU.

Para tener una idea del enorme entramado de los productores y expendedores conviene imaginar los meandros que deben transitar las cargas para recorrer medio mundo y llegar a sus destinos, sin pasar por alto la cantidad de personas involucradas en el procesamiento y venta en las calles, todos fuera de la ley.

Es en este punto donde entran en escena los efectos nocivos de ese comercio, ya que al decir de Philip de Andrés, director de la agencia de la ONU para África Central, “la involucración de grupos armados que se benefician con el contrabando de drogas socavan la paz y la estabilidad en la región” fuente cotidiana de noticias sobre ataques a las autoridades y los habitantes de esos países.

Más preciso aún, el informe asevera como hecho palpable que el tráfico de drogas proporciona recursos financieros a grupos armados de extremistas islámicos que florecen en el Sahel.

Las redes de narcotraficantes ya ocupan lugares en los países sahelianos lo que conlleva un aumento del consumo en la población, afirmó Lucía Brand, Directora del Observatorio de África Occidental sobre Economías ilícitas en la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional.

Ese paso en cierta medida nuevo para África ya ocurrió en países latinoamericanos y caribeños, en particular en la República Dominicana donde es sabido que capos del narcotráfico poseen bienes muebles e inmuebles construidos como mecanismo para lavar las enormes sumas que extraen de la venta de alucinógenos ilegales.

A los efectos tóxicos de las drogas se suma uno ´no por sutil menos omnipresente: la corrupción de funcionarios y oficiales y los cuerpos especializados, todos tentados por las enormes sumas que pueden obtener su complacencia mirando para otro lado cuando así lo requieren las circunstancias.

arc/msl

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