Por Julio Morejón Tartabull
De la redacción de África y Medio Oriente
Con el pretexto de proteger la democracia se camuflaron intereses geopolíticos contra el país que en marzo pasado fue el mayor productor de oro negro del continente.
Según un reciente informe de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Libia extrajo mil 236 millones de barriles por día (bpd) para desplazar del primer lugar a Nigeria (mil 23 millones).
Libia, productora de hidrocarburo ligero -de escaso azufre- una de las causas de su pesadilla, se complica en contradicciones sociales y luchas por el poder, lo cual choca con el intento de reconstruirla y restablecer la ley y el orden.
Una evidencia del descontrol ocurrió en Trípoli, la capital, donde dos grupos armados se enfrentaron en la conclusión del Ramadán, el sagrado mes de ayuno para los musulmanes.
Miembros de la Autoridad de Apoyo a la Estabilidad (SSA) combatieron a otros de la Fuerza Especial de Disuasión (Al-Radaa), ambas con origen común, las milicias que asumieron el asunto de la seguridad, tras el magnicidio de Muamar Gadafi en 2011.
El país norteafricano aún no se recuperó de los efectos de aquella guerra, articulada por Occidente en combinación con aliados árabes y desafectos locales, en cuyo trasfondo estuvo el interés por el crudo libio.
Asesinar al líder de la Yamahiriya o Estado de masas no desbrozó el camino para un resurgimiento político, sólo dio paso a la división en dos partes de la autoridad nacional, una asentada en Trípolis y la otra en la oriental ciudad de Tobruk.
Eso reanimó el empleo de las armas y la opción de alejarse de la mesa de diálogo, pese a los esfuerzos internacionales en sentido contrario y ocasionó una baja producción del crudo.
La destrucción del Estado libio duró nueve meses, pero su restauración es un proceso lento y complejo, primero por la disolución de la autoridad y segundo por las desavenencias en la base donde se actúa para sí más que para el ideal colectivo.
Ese factor carcome los pilares sobre los que se pretende erigir la nación norteafricana y llega ser un fatal generador de violencia e inseguridad, lo cual promueve incredulidad y desánimo frente a las perspectivas positivas pronosticadas por las dos actuales administraciones.
Algunas bibliografías asocian a Libia con un gran expediente de desilusiones, entre ellas la incapacidad de proteger a sus ciudadanos, la multiplicación delictiva y el deterioro de los estándares socioeconómicos sustentados hasta 2011.
Aunque se acepta que de 2019 a 2024 hubo una reducción de la violencia”… periódicamente se producen enfrentamientos entre sus innumerables grupos armados”, afirma thedefensepost.com
DESAJUSTES
La SSA y Al-Radaa las sufraga el presupuesto oficial, pero no se subordinan directamente a las dependencias de Defensa, lo cual dificulta el control debido y hace de eso un desafío para recuperación formal de los órganos armados.
Esas agrupaciones operan en forma independiente y poseen una categoría especial otorgada por el primer ministro y el consejo presidencial hace tres años, anota el propio sitio digital especializado.
“Los grupos son más visibles en las rotondas y en las intersecciones de calles principales, donde sus miembros, a menudo enmascarados, realizan puestos de control y bloquean el tráfico con vehículos blindados armados”, describe thedefensepost.com.
Asimismo los choques entre Al-Radaa y la llamada Brigada 444 en la capital libia causaron 55 muertos en agosto de 2023 y hace dos meses 10 personas perecieron baleadas en esa urbe, varias eran miembros de la SSA.
El proceso post Gadafi condenó a permanecer en punto muerto la construcción de la sociedad libia con los combates entre el gabinete de Trípolis y las milicias de Tobruk, respaldadas por el general Khalifa Haftar.
Respecto a Haftar, los criterios difieren en tanto que para unos es un simple “señor de la guerra”, mientras otros lo estiman contrapeso de “mano dura” requerida por el país para detener su desajuste institucional, al tiempo que terceros simplemente se abstienen de opinar.
Como militar participó en 2019-2020 en la Operación Dignidad de Libia (Karama) para supuestamente liberar a la ciudad de Bengasi de facciones confesionales extremistas.
Pese a los esfuerzos internacionales para reforzar al Estado, sacarlo del atolladero los fracasos continuaron por la falta de un liderazgo con un propósito único que fomente la unidad en medio de las disimiles tendencias egoístas.
Luego de 13 años del asalto y conspiración magnicida el país aún choca con escollos por desviarlo de su camino y matar al futuro que concebía la Yamahiriya, una valoración actual sin atisbos de nostalgia elaborada por observadores.
La versión de la nueva Libia en realidad no pasa de ser un engendro ideológico entre pañales empapados con petróleo, en un ámbito donde cada progenitor mediante el empleo de la fuerza aduce tener la receta para criarlo.
Así: lo fabuloso deviene incertidumbre, mientras las promesas de primaveras de prosperidad se diluyen en las múltiples áreas de la lucha por el poder entre los protagonistas de trágicas realidades, aupados por emisores de pésimas noticias.
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