miércoles 11 de diciembre de 2024
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ESCÁNER

ESCÁNER: ¿Me concede este baile? (+Fotos +Info +Video)

La Habana (Prensa Latina) Como el calor originado por el vino al recorrer las venas, la energía domina el cuerpo cuando suena la música e induce a buscar, con la mirada, la complicidad de una mano seductora para ceder a los impulsos.
Por:
Liz Arianna Bobadilla León
Periodista de la Redacción de Cultura

Y así, dos seres rompen la inercia, convierten ese cosquilleo electrizante en gestos y hacen suyo el espacio, mientras evocan en cada paso milenios de historia, mitología y revelaciones, como la narrativa de un ballet, un musical o una fiesta, a la vista de un auditorio cautivado por la danza.

En efecto, este arte genera un estado de embriaguez que permite conectar con las raíces, navegar entre el pasado y el futuro como lo hizo la humanidad en épocas remotas al ritmo de la naturaleza hasta convertirla en una expresión de la identidad, reflejo de su esencia y evidencia del desarrollo alcanzado, cual etiqueta marcada por compases.

Un paso atrás

Aunque el origen adolece de una fecha fija, por su propio carácter efímero la danza constituye un acto de expresión inherente a todas las culturas desde los tiempos prehistóricos.

Cuentan que, milenios atrás, Sócrates fue alabado por sus dotes de bailador; Platón recibió críticas por rehusarse a jecutar alguno de sus pasos; los judíos celebraban memorables fiestas, en tanto Moisés y su hermana María bailaron tras atravesar el mar Rojo.

Grabado en las paredes de cuevas y luego documentado por las civilizaciones clásicas -Egipto, Grecia, Roma-, este arte corporal emergió vinculado a los rituales y ceremonias de fecundidad, caza, guerra o de diversa índole religiosa, asociadas a elementos como aire, tierra, fuego y agua.

De acuerdo con datos históricos, en Grecia nació el culto a Dionisio, fueron populares las ofrendas a la musa Terpsícore y las tragedias; los romanos legaron la pantomima, las religiones ancestrales documentaron la existencia de sacerdotes danzadores y en la época medieval cobraron auge expresiones folclóricas como el carol, branle, la tarantela, entre otras.

El Renacimiento marcó el ritmo de la danza moderna, con la aparición en Francia del ballet-comique, concebido como historias bailadas que se inspiraban en textos mitológicos clásicos, y ya en los siglos siguientes experimentaron una evolución con la apertura de escuelas, la creación musical exclusiva y el despliegue escenográfico.

De forma paralela el vals floreció en los grandes salones y el flamenco en los tablaos españoles, al tiempo que la mazurca y la polca acapararon atenciones en los festejos de pueblos, el can-can animó las noches de cabaret y las artes escénicas acogieron nuevas corrientes estéticas que rompieron las ataduras de las prácticas antecesoras.

El siglo XX constituyó, por su parte, la plataforma de exhibición de una gran diversidad de estilos, entre los cuales destacan foxtrot, charlestón, claqué, chachachá, tango, bolero, pasodoble, rumba, samba, conga, merengue, salsa, twist, rock and roll, moonwalk, hustle y breakdance, entre otros.

Este despertar estuvo dado por el desarrollo científico técnico, pues a medida que mejoraron los medios de transporte, los soportes para grabar la música y videos, se perfeccionaron las condiciones de preparación de las obras, surgieron nuevas sonoridades, formas de vestir y movimientos, explicó a Prensa Latina el escritor, crítico y ensayista Jorge Brooks.

Sin lugar a dudas, esa conexión con el cuerpo y los sonidos se fue enriqueciendo con nuevas técnicas y ritmos, que tuvieron respaldo en los avances de la industria como “el surgimiento de la radio o el disco de placa, los cuales impulsaron la producción musical y  apoyaron las puestas en escena”, apuntó Brooks, manager de Danza Contemporánea de Cuba.

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De la tinta a la escena

La fusión de las diferentes expresiones estéticas data desde sus propios orígenes, por lo que no es de extrañar que la danza esté presente en la literatura y viceversa, como una alianza indisoluble entre la acción del cuerpo y la inercia de las letras.

Grandes obras como el ballet El Lago de los cisnes partieron de un referente literario, en tanto el escritor cubano Alejo Carpentier, en su novela ya clásica Consagración de la Primavera, recurrió a los elementos de la danza para conformar la trama.

Compañías como el Ballet Nacional de Cuba poseen un amplio repertorio basado en cuentos infantiles como La Bella Durmiente, Cascanueces, Coppelia, o han acudido a clásicos internacionales como El Quijote, de Miguel de Cervantes, textos de William Shakespeare o piezas icónicas de la literatura de la isla como Cecilia Valdés, de Cirilo Villaverde.

Otros creadores apelaron a las leyendas de la cultura africana, a los mitos griegos y fábulas, mientras el catálogo internacional registra puestas en escena memorables inspiradas en relatos literarios como Giselle, La Bayadera, Sueño de una noche de verano, La Cenicienta, Romeo y Julieta, La Bella durmiente y Billy Elliot.

Pinceladas a contratiempo

El propio sentido efímero del baile sedujo a artistas de hace más de 10 mil años para inmortalizar los gestos, vaivenes, las expresiones y los misterios de esta manifestación, protagonista de cuadros famosos, esculturas icónicas, fotografías e instalaciones.

Desde las pinturas rupestres de figuras danzantes, los creadores sintieron el impulso de traducir la danza en imágenes, texturas y formas; algunas veces justo en el momento del acto, otras a contratiempo.

Muestras arqueológicas en las cuevas españolas de de La Cocina, Les Rates, Filador, de la Sarga, Cantos de la Visera y la Araña evidencian el paso de este arte, que luego fue ilustrado en escritos, bajo relieves, mosaicos, vasijas, ornamentos y utensilios de las civilizaciones antiguas.

Capaz de fascinar a los espectadores y a la vez nutrirse de las artes visuales para completar su discurso, el lenguaje del cuerpo -como suele llamarse-, está presente en cuadros como Danza de los Aldeanos, del neerlandés Pedro Pablo Rubens; La danza, del español Pablo Picasso; o el cuadro homónimo del francés Henri Matisse.

Igualmente, destacan las efigies Homenaje a Terpsícore, del español Salvador Dalí o La valse, de la francesa Camile Claudel, así como las espectaculares fotografías de los estadounidenses Deborah Ory, Ken Browar, Jordan Matter, el canadiense Eric Paré, los rusos Alexander Yakovlev y Mark Olich, o el cubano Gabriel Dávalos.

En el lente cinematográfico

El nacimiento del séptimo arte extendió la alfombra roja a la danza y se convirtió en un nuevo escenario para el baile, tanto como eje central de la trama o como parte de recursos expresivos de la película o los personajes.

En el repertorio de clásicos se destacan las producciones de Busby Berkeley en el cine musical en la década de 1930 y 1940, la decena de cintas legadas por Fred Astaire y Ginger Rogers, que marcaron tendencia en el desarrollo de los bailes populares, Cantando bajo la lluvia (1952), El séptimo sello (1957), Novecento (1976), Perfume de mujer (1992)…

Igualmente sobresalen entregas que evidenciaron los problemas de la sociedad, como la migración, la raza y marginalidad, pero con el uso de la danza como agente conductor, tal es el caso de West Side Story (1961), de Jerome Robbins y Robert Wise o Danzad, danzad, malditos (1969), de Sydney Pollack.

En las décadas siguientes la pantalla grande acogió también la cultura urbana con producciones dedicadas a reflejar sus modos de vida, así como formas de vestir, lenguaje y, por supuesto, el baile.

Otros títulos destacables que denotan el vínculo entre filmografía y danza son Las zapatillas rojas, Isadora, Suspiria, Fama, Dirty dancer, Flashdance, Footloose, The Company, Five Dances, Pina, Cisne negro, Ballet Boys, La bailarina, Yuri y la más reciente versión de West Side Story (2021, dirigida por Steven Spielberg).

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Memoria y esencia identitaria

Símbolo de identidad, la danza integra en su esencia los valores que distinguen a cada pueblo, al punto de constituir su memoria cultural e histórica, pues ella se nutre de los procesos de construcción y transformación experimentados a lo largo de los años.

Incluso las expresiones clásicas y contemporáneas de esta manifestación tienen una raíz popular “porque involucra elementos del pueblo, bebe del folclor vivo para hacer una representación escénica”, señaló Brooks, quien señaló la presencia, casi permanente, de la rumba en la obra de los coreógrafos de hoy en la isla como elemento de idiosincrasia.

Asimismo precisó la capacidad de los movimientos de caracterizar determinados períodos, como por ejemplo el baile nacional de Cuba: el danzón, que surgió en la segunda mitad del siglo XIX y marcó tendencia en la sociedad de la época.

El choque cultural tras la llegada de los españoles a América o cuando después trajeron a los esclavos, trajo consigo otras representaciones artísticas, porque al igual que el proceso de formación de la nacionalidad, los bailes parten de esas conexiones culturales y las raíces de un país.

A través de los bailes populares se puede conocer el corpus espiritual y el mundo lúdico de los pueblos, lo cual denota su valor patrimonial y la importancia que le confiere la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), al promover su preservación.

Actualmente figuran en la selecta lista de patrimonio inmaterial de la humanidad 172 elementos correspondientes a 92 países, siendo sus últimas incorporaciones las celebraciones tradicionales de San Juan Bautista (Venezuela), La Fiesta Grande de Tarija (Bolivia), El Pasillo (Ecuador) y las expresiones del Corpus Christi (Panamá), entre otros.

La danza transita la historia y los procesos socioculturales de un país, es testimonio de su pasado y testigo de sus trasiegos, existe como un documento en movimiento; en ella se funden los tiempos verbales como los compases de dos cuerpos arropados por la música.

arb/lbl

Colaboraron en este trabajo:
Claudia Hernández Maden
Periodista de la Redacción de Cultura de Prensa Latina
Amelia Roque
Editora Especiales Prensa Latina
Wendy Ugarte
Editora Web Prensa Latina
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