jueves 12 de diciembre de 2024
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ESCÁNER: Afganistán bajo el influjo del opio (+Fotos)

Nueva Delhi (Prensa Latina) Devastada por la guerra y la ocupación militar estadounidense de casi dos décadas (2001-2021), Afganistán es el mayor proveedor mundial de opio, base de la heroína, con el 85 por ciento de los suministros según la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito.
Por:
Alfredo Boada Mola
Corresponsal de Prensa Latina en la India

La producción de opiáceos (opio, morfina y heroína) es posiblemente la mayor actividad económica ilegal de Afganistán, señaló un informe elaborado por la Subdivisión de Investigación y Análisis de Tendencias de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Onudd).

Esta economía ilícita afgana de opiáceos obtuvo ganancias entre mil 800 y dos mil 700 millones de dólares en 2021, de acuerdo con estimados.

El valor total de los opiáceos, incluidos el consumo interno y las exportaciones, representó entre 9,0 y 14 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), superando el valor de sus exportaciones lícitas de bienes y servicios registrados oficialmente (estimadas en 9,0 por ciento del PIB en 2020).

Bajo la ocupación militar estadounidense, el cultivo de amapola (adormidera) aumentó de forma constante, con un incremento medio de cuatro mil hectáreas cada año hasta alcanzar las 224 mil en 2020.

Al final de la temporada anual de cultivo de opio de 2021, la superficie de adormidera en Afganistán se estimó en 177 mil hectáreas, lo cual supuso una contracción de 47 mil hectáreas respecto al año anterior.

No obstante, el rendimiento y la producción potenciales de opio se estimaron en seis mil 800 toneladas en 2021, compensado por un aumento del rendimiento de 38,5 kilogramos por hectárea.

La cosecha de opio finalizada en julio del año pasado, marcó el quinto año consecutivo con una producción de más de seis mil toneladas, que podría servir para elaborar hasta 320 toneladas de heroína pura.

 

ECONOMÍA PRECARIA, INESTABILIDAD, CRISIS

Afganistán se encuentra en un estado de crisis constante, con una economía precaria y una inestabilidad más amplia que posibilita la marcada efervescencia de estos mercados ilícitos.

La reducción de las ayudas internacionales, la pérdida de acceso a los activos en el extranjero por la congelación de los fondos del país en los bancos estadounidenses y la interrupción de los vínculos financieros desde agosto de 2021 provocaron una importante contracción de la economía.

Asimismo suscitaron el aumento de la pobreza y la inestabilidad macroeconómica del país.

Hasta el 97 por ciento de la población corre el riesgo de caer por debajo del umbral de la pobreza, en una situación extrema después de la pandemia de Covid-19 y una serie de años climáticos atípicos, con una grave sequía seguida de grandes inundaciones estacionales.

Unos 18 millones de afganos o la mitad de la población necesitan ayuda urgente, uno de cada tres sufre inseguridad alimentaria y más de la mitad de los niños menores de cinco años enfrentan desnutrición aguda.

Esa contracción de las oportunidades económicas hace que los hogares afganos sean aún más vulnerables para dedicarse a actividades ilícitas como el cultivo de opio, y la fabricación y el tráfico de heroína.

La mayoría de los agricultores de adormidera viven en aldeas con infraestructuras de muy pobre calidad y con condiciones de vida menos ventajosas. También los pueblos que cultivan la adormidera suelen tener menos acceso a redes públicas de electricidad, escuelas, programas de alfabetización y cooperativas agrícolas.

Además, las áreas productoras de opiáceos tienen una media del 40 por ciento menos de tierras agrícolas disponibles y enfrentan viajes más largos a los mercados para vender las cosechas, así como mayores cierres de carreteras cada año debido a las condiciones de seguridad.

Otros factores asociados son los menores ingresos procedentes de los cultivos legales, el mayor número de miembros del hogar y el menor acceso a créditos.

Aunque las ganancias procedentes de los opiáceos en Afganistán ascendieron entre mil 800 y dos mil 700 millones de dólares en 2021, acumulan sumas mucho mayores en las cadenas de suministro de drogas ilícitas fuera de Afganistán, según analistas.

Debe tenerse en cuenta que la adormidera restó tierras a cultivos alimentarios de vital importancia, como el trigo, en un país que no es autosuficiente en materia de alimentos.

La actual escasez de dólares y otras monedas extranjeras impide a los comerciantes realizar los pagos, lo que afecta la disponibilidad de las importaciones. Los precios de los alimentos aumentan y muchos afganos enfrentan la inseguridad alimentaria.

 

ABASTECIMIENTO A GRANDES MERCADOS

El opio producido en Afganistán abastece de heroína a los grandes mercados de consumo de los países vecinos, Europa, Medio Oriente, el sur de Asia y África, y llega a destinos tan lejanos como América del Norte y Oceanía.

Por otro lado, la expansión de la fabricación de metanfetamina en los últimos años añadió otra capa de complejidad al problema de las drogas en Afganistán y aumenta la amenaza para los países de la región y fuera de ella.

Durante el periodo 2019-2021 se notificó la presencia de metanfetamina procedente de Afganistán en los vecinos Irán y Pakistán, Asia Central y Transcaucasia (Azerbaiyán, Kirguistán y Tayikistán), y en lugares de Europa (República Checa y Francia), el Sudeste Asiático (Indonesia), Asia Meridional (Sri Lanka) y Oceanía (Australia).

Igualmente Afganistán es un importante productor de resina de cannabis (hachís), representando el 18 por ciento de todos los informes sobre el principal país de origen entre 2015 y 2019.

Se halló resina de cannabis procedente de Afganistán en las regiones vecinas, pero también en Medio Oriente, Europa Central, Oriental y Occidental, así como en Asia Central y el Cáucaso.

Las últimas décadas de conflicto bélico e inestabilidad en Afganistán expusieron a la población a una amplia gama de problemas de salud mental como ansiedad, depresión y trastornos de estrés postraumático, que son factores de riesgo comunes para el inicio del consumo de drogas.

Muchos expertos creen que la situación empeora tras el ascenso al poder en Kabul del movimiento Talibán a mediados de agosto del año pasado.

Si bien el portavoz del grupo armado fundamentalista radical islámico Zabiullah Mujahid aseveró que esa entidad prometió la eliminación de la producción de opio, los analistas consideran que seguirán aprovechando los beneficios económicos provenientes de este cultivo, como ya hicieron en el pasado.

La ONU calculó que los talibanes ganaron 466 millones de dólares por el comercio de opiáceos.

A inicios de abril de 2022, el Ministerio del Interior del gobierno talibán anunció un decreto que prohibió el cultivo de amapola y otras sustancias narcóticas en Afganistán, para cumplir con la promesa de erradicar el consumo de drogas en el país tras su llegada al poder.

El escrito también ilegalizó el tráfico de todo tipo de estupefacientes como el alcohol, la heroína o el hachís, y las fábricas de producción de drogas. Pero hasta el momento no hay soluciones alternativas para los trabajadores cuyos ingresos dependen del cultivo de opio.

Sin embargo, la crisis humanitaria y económica de Afganistán, agravada con la llegada al poder de los talibanes y sumada a las décadas de conflicto armado, la invasión estadounidense y la severa sequía, empujó a miles de afganos sin empleo a la drogadicción.

La falta de apoyo internacional y la retirada de muchas asociaciones humanitarias provocó además el cierre de la mayoría de los centros de rehabilitación de drogadictos.   Pero el problema del opio no atañe solo a Afganistán, pues su venta y distribución en países de Europa y Asia generan cantidades muy superiores.

En vista de la volátil situación de seguridad, la prolongada crisis económica y la emergencia sanitaria, la comunidad internacional debería proporcionar urgentemente servicios básicos a la población afgana.

Esto, para promover una reducción sostenible del cultivo, la producción y la demanda de drogas ilícitas, como parte de la ayuda general de la ONU.

arb/abm

Colaboraron en este trabajo:
Amelia Roque
Editora Especiales Prensa Latina
Laura Esquivel
Editora Web Prensa Latina
Alain Valdés Sierra
Jefe de la Redacción Centroamérica, Caribe y Sudamérica
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