miércoles 17 de diciembre de 2025

Brasil 2025: El año en que Bolsonaro cayó

Brasilia (Prensa Latina) Brasil cierra 2025 atravesado por el caso de Jair Bolsonaro, el expresidente condenado y preso por tentativa golpista, mientras el Congreso intenta reducir su pena y el Gobierno promete veto para bloquear cualquier beneficio.

Por Osvaldo Cardosa

Corresponsal jefe en Brasil

El encarcelamiento de Bolsonaro dejó de ser un episodio coyuntural, se convirtió en un eje estructural del debate nacional y en un punto de referencia obligado para entender el rumbo político e institucional del país.

No es solo la historia de un exmandatario que cayó en desgracia. Es la primera vez desde la redemocratización que un otrora jefe de Estado brasileño es condenado y cumple prisión por un ataque directo al orden democrático.

Por sí mismo, el hecho reordena la memoria política reciente y redefine los límites de lo tolerable dentro del juego institucional.

El Supremo Tribunal Federal (STF) dictó una condena severa y sin precedentes en la historia contemporánea de la nación.

Veintisiete años y tres meses de cárcel por tentativa de golpe de Estado sellaron un proceso que durante meses mantuvo a Brasil en vilo.

El desenlace llegó el 22 de noviembre, cuando Bolsonaro, de 70 años, ingresó a una celda en la Superintendencia de la Policía Federal, en Brasilia. Desde entonces, el caso dejó de ser exclusivamente jurídico, pasó a ser un campo de batalla político.

Allí se cruzan proyectos de ley, discursos de confrontación con el STF, amenazas veladas de crisis institucional y un altercado abierto por el sentido de la democracia.

En el Congreso Nacional, sectores aliados al exgobernante (2019-2022) impulsan iniciativas para redefinir criterios de ejecución penal.

Bajo el argumento de prerrogativas exclusivas del Legislativo, buscan modificar reglas que podrían reducir las penas de los condenados por los actos golpistas del 8 de enero de 2023 contra las sedes capitalinas de los Tres Poderes.

La finalidad es clara: abrir una vía legal que beneficie directamente a Bolsonaro. El movimiento provocó una reacción inmediata del Ejecutivo. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva fue explícito y anunció que vetará cualquier artículo que implique una disminución de la condena.

“Bolsonaro tiene que pagar por el intento de golpe”, certificó Lula, quien prometió que actuará para garantizar el cumplimiento de la sentencia del STF.

En medio de esa tensión institucional, la evaluación jurídica resulta clave para separar hechos de narrativas políticas.

OJEADA DEL PROCESO

El abogado Carlos Nicodemos, miembro del Movimiento Nacional de Derechos Humanos y consejero del Consejo Nacional de Derechos Humanos (CNDH), aporta de manera exclusiva a Prensa Latina una lectura categórica del proceso.

“El propio STF dejó claro que ya no hay más recursos”, subrayó. El último fue rechazado porque pretendía retrasar el cumplimiento de la pena, refirió.

Nicodemos fue aún más directo. “En términos prácticos, no existe hoy ningún recurso interno capaz de modificar la condena”, atestó.

La apelación a tribunales internacionales aparece más como consigna política que como camino jurídico real. Para llegar a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el caso debería pasar primero por la Comisión Interamericana.

Allí tendría que demostrarse la inexistencia de un proceso justo o violaciones graves al debido proceso legal.

Ese escenario, según el legista, es poco viable. “No se vislumbra una revisión internacional que impacte en el cumplimiento de la pena”, razonó.

La situación carcelaria del expresidente también dista de los relatos de liberación inminente. “No hay posibilidad de progresión al régimen semiabierto”, explicó.

“No se cumplió el tiempo mínimo exigido por la ley”, agregó. La única alternativa en discusión sería una prisión domiciliaria de carácter humanitario.

Pero incluso esa opción está sujeta a condiciones estrictas. “Depende de una pericia médica y de evaluar si el lugar de detención puede ofrecer atención adecuada”, precisó.

Para Nicodemos, “no se trata de un derecho automático ni de una concesión política”. Es un análisis técnico, caso por caso, remarcó.

Más allá de los detalles legales, el jurista sitúa el caso en una dimensión histórica. “Vivimos un momento histórico en el proceso de redemocratización de Brasil”, apuntó y “la condena se da dentro de la lógica de la memoria, la verdad, la justicia y la reparación”, significó.

El letrado insiste en que se trata de un crimen contra la democracia que recibió una respuesta institucional contundente. Esa réplica, sostuvo, vigorizó al sistema democrático. La fortaleza institucional, sin embargo, no elimina la polarización política.

BRASIL FRACCIONADO

Brasil ya estaba dividido antes del juicio. Y lo sigue estando después de la condena.

“La polarización no nace con la prisión”, detalló Nicodemos a Prensa Latina, pero “puede intensificarse en momentos puntuales”.

El 2026 aparece como un punto sensible. Habrá elecciones generales. Y el bolsonarismo (adeptos de Bolsonaro) intentará capitalizar el discurso de victimización.

Aun así, las instituciones funcionaron. “El STF actuó de forma colegiada”, recordó el abogado de la CNDH e indicó que la defensa tuvo pleno derecho a presentar pruebas y argumentos.

El proceso respetó el debido proceso legal y los tratados internacionales, enfatizó. El impacto político ya es visible en la derecha brasileña y el bolsonarismo dejó de ser un bloque monolítico. Comenzó un proceso de reordenamiento interno, mientras un núcleo duro insiste en la familia Bolsonaro, otros sectores buscan liderazgos alternativos.

En el plano internacional, el caso es observado como una señal relevante. “Brasil demuestra que es capaz de juzgar a un exjefe de Estado sin excepciones ni privilegios”, atestiguó Nicodemos y “eso proyecta madurez institucional y compromiso con el Estado de Derecho”.

No hay indicios de nulidades procesales y todas las tesis defensivas fueron analizadas y descartadas por el STF, reiteró. “La condena, la prisión y la ejecución de la pena son jurídicamente legítimas”, concluyó.

Así, Brasil cerrará 2025 con una democracia puesta a prueba, pero en funcionamiento.

El sonado caso Bolsonaro no se agota en una sentencia ni en una celda. Es un hito que seguirá influyendo en la política, la justicia y la disputa por el poder en 2026.

La historia continúa abierta. Pero el año deja un precedente inequívoco. Atentar contra el orden democrático tiene consecuencias reales.

Y esa marca, más allá de nombres propios, ya forma parte del ADN institucional brasileño.

arb/ocs

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