Por Mariela Pérez Valenzuela
Corresponsal jefa en República Dominicana
Sobre esta visita, cuyo objetivo era proponerle al dominicano Gómez que ocupara el cargo principal de la nueva etapa liberadora -el de General en Jefe del Ejército Libertador de Cuba-, conversó Prensa Latina con Carlos Rodríguez Almaguer, historiador cubano y vicepresidente de la Fundación que lleva aquí el nombre del insigne militar.
Martí llegó a la República Dominicana el 9 de septiembre de 1892 por la ciudad norteña de Dajabón, fronteriza con Haití, y ese mismo día, indica Rodríguez Almaguer, visitó a Joaquín Montesinos, un viejo amigo.
Por su posición independentista, Montesinos sufrió prisión en las canteras de San Lázaro en La Habana, donde encontró al cubano en 1870, cuando era un adolescente y también fue encarcelado por sus ideas libertadoras.
El jovencito fue obligado a realizar trabajos forzados en condiciones infrahumanas, con un grillete fijado en su pierna derecha, unido a una cadena que pendía de su cintura.
Justo de ese año es la foto en la que aparece de pie y con el pesado arco de hierro que le dejó marcas y dolores para toda la vida.
Para brindarle consuelo a su madre, enloquecida por el tratamiento que le dan al hijo, pelado casi al rape, vestido con un tosco uniforme de la prisión y encadenado, le escribió: “Mírame, madre, y por amor no llores: si esclavo de mi edad y mis doctrinas, tu mártir corazón llené de espinas, piensa que nacen entre las espinas flores”.
Cuenta el también poeta y ensayista cubano que de la casa de Montesinos, el organizador de la guerra de independencia de Cuba siguió hacia Montecristi, también en la zona norte del país, adonde llegó ese mismo 9 de septiembre y ocupó una habitación en la casa de huéspedes de Catalina Ramos.
Sin perder tiempo, fue a visitar a Francisco (Panchito) Gómez Toro, el hijo de Máximo, en el almacén de la casa comercial de Juan Isidro Jiménez, un empresario local que sería luego presidente de la República en dos ocasiones (1899-1902) y (1914-1916).
Comenta que fue Jiménez quien financió el proyecto agrícola emprendido por Gómez en la finca La Reforma en 1888, ubicada en Laguna Salada, en las inmediaciones de Guayubín, Montecristi, con el único interés de alimentar a su familia.
El estudioso de la obra martiana refiere que el día 11, Martí salió con Panchito hacia la finca, y llegaron al anochecer.
“Gómez pidió que cuando Martí llegara -porque ya lo esperaba-, le mandaran un mensajero para ir a verlo, pero el cubano prefirió ir él”, agrega, y en el camino hacia Laguna Salada llegó antes a la vivienda de su coterráneo Santiago Manzanet, en el poblado de Santa Ana.
GÓMEZ Y MARTÍ EN LA REFORMA
Poco después, Martí llegó a La Reforma, donde lo esperaba el experimentado militar dominicano, y allí conversaron durante tres días, ocasión en la que coincidencia de propósitos, dice, enalteció una amistad imperecedera y sincera.
Según Rodríguez Almaguer, en este encuentro, después del que habían tenido en 1884 en la ciudad de Nueva York, los dos patriotas necesitaban sanar malos entendidos que habían tenido en aquella ocasión por cuestiones de método de organización y dirección de la guerra.
Para el investigador, esta conversación en la finca la Reforma, en Laguna Salada, fue un recuento de los sucesos acaecidos en suelo cubano luego de 10 años de lucha, y una manera de cicatrizar esas heridas, “porque en esa ocasión se manejaron por ambos conceptos fuertes, aunque respetuosos el uno por el otro”.
Estos hombres demostraron en esa plática la necesidad de dejar en el pasado las diferencias anteriores que siempre fueron de forma y no de fondo, y en ella ambos demostraron la estatura humana y patriótica que les caracterizaba.
SANTIAGO DE LOS CABALLEROS
Con posterioridad, los dos hombres partieron a caballo para Santiago de los Caballeros, y se hospedaron en el hogar del médico cubano Nicolás Ramírez.
Martí escribió el día 13 la carta en la que pidió formalmente a Gómez que ocupara el cargo principal de la organización militar de la guerra, el de general en jefe del Ejército Libertador cubano.
“Yo ofrezco a usted, sin temor de negativas, este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres”.
Y dio fe de que lo que le solicitaba era, además, por sí mismo: “En cuanto a mí, (…) no tendré orgullo mayor que la compañía y el consejo de un hombre que no se ha cansado de la noble desdicha, y se vio día a día durante diez años enfrente de la muerte, por defender la redención del hombre en la libertad de la patria”.
Martí había viajado a la República Dominicana en condición de delegado del Partido Revolucionario Cubano, con la encomienda de hacerle esa propuesta a Gómez, luego de que realizara una consulta a los combatientes que habían ocupado mandos importantes tanto en la Guerra de los Diez Años (1868-1878), como en la Guerra Chiquita (1880-1881).
Señala Almaguer que en una de sus cartas el organizador de la nueva guerra puntualizó que casi por unanimidad los cubanos aceptaron que el jefe militar del nuevo intento por liberar a Cuba fuera Gómez, dado su prestigio y capacidad demostrada en el campo de batalla.
RESPUESTA DE GÓMEZ
El día 15, Gómez respondió a Martí la misiva, en la que aceptó con orgullo y honor el cargo de general en jefe del Ejército Libertador cubano, pero, afirma el estudioso, su mayor impresión la anotó en su Diario.
“Martí viene a nombre de Cuba; anda predicando los dolores de su Patria; enseña sus cadenas, pide dinero para comprar armas y solicita compañeros que le ayuden a libertarla…”.
“Y como no hay un motivo, uno solo, por qué dudar de la honradez política de Martí, yo, sin tener que hacer ningún esfuerzo, ni tener que ahogar en mi corazón el menor sentimiento de queja contra Martí, me sentí decididamente inclinado a ponerme a su lado y acompañarlo en la gran empresa que acometía.
“Así es que Martí ha encontrado mis brazos abiertos para él, y mi corazón, como siempre, dispuesto para Cuba”.
MARTÍ EN LA VEGA
Refiere el entrevistado que Martí se despidió de Gómez y de Nicolás Ramírez y continuó sus andares con un guía hacia la ciudad de La Vega, mientras su anfitrión partió a La Reforma.
En La Vega conoció sitios históricos, como el Santo Cerro, y pasó la noche en esa ciudad, donde visitó la casa de Federico García Godoy.
Luego, el día 16, partió a Santo Domingo, adonde llegó el 18 de septiembre de 1892.
Tras hospedarse en la Casa de San Pedro, en la calle Mercedes, enseguida fue a encontrarse con el periodista y doctor Federico Henríquez y Carvajal, con quien visitó el Instituto de Señoritas dirigido por Salomé Ureña.
En su ensayo “El primer viaje del Apóstol José Martí a Santo Domingo”, el propio Rodríguez Almaguer, también vicepresidente del Instituto de Estudios Antillanistas General Gregorio Luperón, narra que esa noche la Sociedad de Amigos ofreció una velada en honor a Martí.
“Las emocionadas palabras de Federico Henríquez, dice, presentan el invitado al auditorio que abarrota el local: “Éste que veis aquí, huésped de amor de la Ciudad de Ozama, bienvenido sin duda, bienhallado (…) ¡Es José Martí! (…).
Señala que en aquella oportunidad, en horas, Martí habló en tres ocasiones y que la crónica del día siguiente reseñaba que: “Se oyó un vago rumor de hondas y de alas y luego una cascada de perlas y de flores y en seguida una lluvia de estrellas. Era la palabra luminosa, la frase alada de José Martí, el orador poeta”.
Terminado el acto, a la media noche, embarcó hacia Barahona (en la costa sur de la República Dominicana) en el velero Lépido.
Antes de partir de la isla caribeña para dirigirse a Centroamérica, el 21 de septiembre, Martí escribió en una carta a sus amigos de La Habana: “El hombre tiene ya dos patrias”.
En tres ocasiones visitó José Martí la República Dominicana.
La segunda fue en junio de 1893, ocasión en la que se entrevistó con Gómez en Montecristi.
La última, a principios de 1895, cuando firmó con el Generalísimo el Manifiesto de Montecristi, donde expresaron cuáles eran los propósitos de la Revolución y expusieron las razones que justificaban la protesta armada.
En este país dejó una profunda huella aquel precursor de la libertad cubana, que demostrara, más de una vez, la amistad, el respeto, y la admiración sentida hacia los dominicanos.
Este 19 de mayo dominicanos y cubanos recordarán el 130 aniversario de su caída en combate en Dos Ríos, en el oriente de Cuba.
Lo harán con el mismo sentimiento de unidad y fraternidad que llevó consigo el Apóstol de Cuba durante sus visitas a la República Dominicana.
Varios de los sitios que visitó aquel hombre sencillo, siempre vestido con su negra levita, serán recorridos ese día. Martí de nuevo pisará los lugares por donde anduvo con su verbo y sus ideas poderosas la primera vez que llegó a este país, del que partió, en su última travesía a Cuba acompañado por otro de los grandes de la historia latinoamericana, esa que hermana y une a la Patria Grande.
arb/mpv